En Nueva York, el lunes pasado, al margen de la Asamblea General de Naciones Unidas, se reunieron los responsables de cuatro países -Brasil, Chile, España y Francia- y presentaron las conclusiones de un informe sobre los «nuevos mecanismos de financiamiento» para luchar contra la pobreza y el hambre. ¿De qué se trata? Pues de retomar […]
En Nueva York, el lunes pasado, al margen de la Asamblea General de Naciones Unidas, se reunieron los responsables de cuatro países -Brasil, Chile, España y Francia- y presentaron las conclusiones de un informe sobre los «nuevos mecanismos de financiamiento» para luchar contra la pobreza y el hambre.
¿De qué se trata? Pues de retomar esa idea que yo había lanzado en 1997 apoyándome en una propuesta del economista estadounidense James Tobin. Éste había sugerido crear una tasa sobre las transacciones financieras para reducir la especulación en el mercado de cambios. Su preocupación era evitar el sobrecalentamiento en la compra y venta de divisas, pues temía que una explosión especulativa pudiera provocar el derrumbe de todo el sistema financiero internacional.
Sobre esa base, había propuesto yo que esa tasa se concibiera como un impuesto internacional cobrado, a escala planetaria, por un organismo de la ONU, y que las sumas así recogidas -unos sesenta mil millones de euros al año- sirvieran para combatir la pobreza y el subdesarrollo en el mundo. Es, en mi opinión, la única manera sensata de reducir también la violencia, las injusticias y el terrorismo. Con esta filosofía creamos, en 1998, la asociación Attac y luego, con muchos otros amigos, el Foro Social Mundial de Porto Alegre.
Ese proyecto de un impuesto mundial contra la pobreza (basado o no en la tasa Tobin) suscitó violentas reacciones hostiles, pero la idea siguió caminando. Cada día, un mayor número de ciudadanos y hasta de empresarios y de dirigentes políticos se dan cuenta de que ese impuesto puede moderar la violencia de la globalización económica en un mundo en el que los ricos son cada vez más ricos y los pobres más pobres y más numerosos.
Por eso, cuando en el último Foro de Davos, en enero del 2004, y en presencia de los nuevos amos del mundo, el presidente Lula de Brasil lanzó un llamamiento para la creación de un fondo mundial contra el hambre, obtuvo una reacción muy favorable. El presidente francés Jacques Chirac y el de Chile Ricardo Lagos apoyaron la iniciativa a la que se unió hace poco el presidente del Gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero.
Los cuatro mandatarios defienden la idea de una tasa internacional (a la que se opone con ferocidad Estados Unidos) aplicada a las transacciones financieras y al comercio de las armas. Lula ha repetido que los gastos de armamento mobilizan medios financieros, materiales y humanos que podrían invertirse con mayor progreso en programas sociales.
Está demostrado que para alcanzar los objetivos del Milenario -dividir por dos la pobreza mundial de aquí al 2015- es indispensable encontrar recursos financieros suplementarios, ya que la ayuda pública resulta insuficiente y que, según el Banco Mundial, se necesitan unos 50.000 millones de euros anuales¿ El año próximo, en septiembre, tendrá lugar la Cumbre sobre el desarrollo y si no se quiere que ésta fracase habrá que avanzar -no hay otra vía- en la puesta a punto de ese impuesto mundial.
Ideas no faltan, y además de la tasa sobre las ventas mundiales de armas y sobre las transacciones financieras internacionales, algunos sugieren que se cree una tasa sobre los transportes aéreos y marítimos, o sobre los beneficios de las grandes empresas multinacionales, o sobre la venta de hidrocarburos, o sobre el consumo mundial de electricidad, o sobre las comunicaciones telefónicas¿
El objetivo es encontrar una solución nueva y solidaria, fácil de aplicar, para transformar un mundo en el que coexisten una miseria extrema y una inmensa prosperidad. Y para reducir los grandes riesgos geopolíticos que eso significa.