Para todos los lectores/as, sin exclusiones, independientemente de sus conocimientos previos en lógica informal o teoría de la argumentación. Y, efectivamente, tres en uno. Cada una de las partes de este deslumbrante ensayo del profesor emérito Luis Vega Reñón (maestro de muchos de nosotros recientemente fallecido) puede ser considerado como un libro independiente, sin que en ningún momento se resienta la unidad de conjunto del libro editado. La primera parte se titula: “La naturaleza discursiva de las falacias” y está formado por tres extensos capítulos: 1. La fauna de las falacias y su resistencia a las clasificaciones. 2. Una brújula para orientarnos en el terreno. 3. ¿Por qué hemos de interesarnos por las falacias? La parte II se titula: “La naturaleza histórica de las falacias. La construcción de la idea de falacia: hitos, tradiciones, autores, textos”. La tercera parte, “La esquiva naturaleza de las falacias como objeto de estudio teórico. Problemas y perspectivas” la componen tres capítulos: 1. Los buenos propósitos frente a la realidad. 2. Variaciones en torno a la teorización de las falacia. 3. Las falacias a través de los espejos de la teoría de la argumentación. Un magnífico (y muy útil) índice analítico cierra el volumen.
No es necesario presentar detalladamente al autor. Un breve apunte: Luis Vega Reñón [LVR], catedrático emérito de la UNED, es director de Revista Iberoamericana de Argumentación y autor, entre numerosos artículos de investigación académica y también de divulgación rigurosa, de La trama de la demostración, Si de argumentar se trata, Lógica para ciudadanos y La argumentación en la historia.La naturaleza de las falacias es la edición actualizada y aumentada de La fauna de las falacias, de 2016.
Sin avanzarles nada, un breve apunte sobre qué entiende el autor por falacia y por qué hemos de interesarnos por ellas y por la buena argumentación.
El término falacia, nos recuerda LVR, proviene etimológicamente del latino fallo, que cuenta con dos acepciones principales: 1) engañar o inducir a error; 2) fallar, incumplir, defraudar. Siguiendo ambos líneas de significado, el autor entiende por falaz “el discurso que pasa, o se quiere hacer pasar por una buena argumentación -al menos por mejor de lo que es-, y en esa medida se presta o induce a error pues en realidad se trata de un seudo argumento o de una argumentación fallida o fraudulenta”.
¿Por qué tiene interés su estudio? A los motivos tradicionales (virtualidades tanto formativas como preventivas), LVR alude motivos de diverso orden. Unos, los más filosóficos, “tienen que ver con la pérdida y la restauración de la confianza en la comunicación discursiva, con la sutura del tejido de la conversación que las falacias parecen romper o con la recuperación de la interacción razonable y responsable que parecen amenazar.” Estas consideraciones no solo tienen relieve desde un punto de vista de la calidad del discurso, privado o público, “sino que puedan alcanzar a la calidad de vida intelectual si nos remitimos a algunas indicaciones platónicas sobre el papel del debate socrático n el desarrollo del discurso interior y en el mejoramiento del propio yo”-
No se salten las notas al pie de página, son sustantivas muchas de ellas. Un ejemplo: “Llamo “lógica civil” a una tradición del análisis lógico informal que se ocupa de cuestiones más bien prácticas y de interés común, discurre en el lenguaje autóctono de la comunidad de referencia y tiene un curso extraescolar o extracurricular, con apariciones esporádicas. En nuestra cultura hispana se puede seguir su entrecortado curso desde Pedro Simón Abril (1587) hasta Vaz Ferreira o Recaséns Siches en el s. XX, pasando por otros autores como Gracián, Mayans, Piquer, Feijoo o Balmes”. A remarcar, el interés y las aportaciones históricas del autor.
Ni que decir tiene el interés del volumen desde un punto de vista político-cultural. Cuidar y mejorar el discurso público, cuya situación está lejos de ser satisfactoria, es una de ls preocupaciones y motivaciones poliéticas del autor.
Una hermosa y profunda coda final, cierra el libro: “Por qué hacerlo bien si se trata de argumentar”. Por lo siguiente: “Entre los valores de la argumentación se cuentan, por ejemplo, el cabal entendimiento mutuo; el respeto a uno mismo y a nuestros interlocutores como agentes discursivos autónomos y competentes en la actividad de dar y pedir razones; la asunción plena de las responsabilidades contraídas con la propia intervención en el curso de la conversación argumentativa; el control efectivo de la información y del conocimiento públicos o compartidos”. Estos valores representan, para LVR, una especie de “maximizaciones ideales o racionales de las posibilidades de actuación argumentativa que la argumentación comúnmente practicada a realizar, aunque solo resulten de hecho más o menos realizadas”. En síntesis, una de las tareas filosóficas y políticas más esenciales de nuestra hora.
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