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Reseña de El libro negro del BBVA. De la oligarquía vizcaína al caso Villarejo

Un libro más que necesario, de Oriol Malló

Fuentes: Rebelión

Hace unos meses salió a la venta El libro negro del BBVA. De la oligarquía vizcaína al caso Villarejo (Tafalla, Txalaparta, 2020), obra del periodista Oriol Malló. Estamos ante un libro con una fuerte carga política y económica, muy bien documentado y, por supuesto, muy valiente. El protagonista colectivo es el banco referido, pero, más allá de la idiosincrasia de su historia, puede ser extrapolable a otras entidades bancarias del país. 


Dividido en cinco partes, más una Introducción y un Epílogo, a lo largo de 680 páginas hace un repaso de una trayectoria que arranca del siglo XIX, cuando se fundan los bancos Vizcaya (el banco eléctrico) y Bilbao (el banco del hierro), y que acaba en nuestros días, cuando lo que fueron ya no lo son, subsumidos en «las redes de capital con base en Londres y Nueva York [que] especulan en todas las cadenas de valor». 


«El hombre sin despacho»


Es el título del primer capítulo, que está dedicado a Francisco González Rodríguez, el gallego procedente de Argentaria, la tercera pata del BBVA, que se hizo con las riendas del banco a finales de 2001, aprovechando las «debilidades» contables que Emilio Ybarra (exVizcaya) y José Luis Uriarte (exBilbao) habían ocultado. Pero no lo olvidemos: durante ese tiempo se estaba en pleno aznarismo, cuya cabeza hizo mucho para que su amigo FGR se pusiera al frente de la segunda corporación bancaria del país, y donde no faltó la ayudita que le dio el diario El Mundo, aireando lo que le interesaba para conseguir el objetivo final.


Lo que vino después fue una mezcla de guerra soterrada entre la nueva cabeza del banco cabeza y los descabezados. Una guerra donde no faltó la presencia del famoso comisario José Manuel Villarejo con sus huestes (las propias y las del aparato policial del estado), contratado en 2004 por FGR para combatir todo lo que se le opusiese. Y el famoso comisario alcanzó tal protagonismo, caracterizado por el empleo de un juego sucio de espionaje, amenazas y comisiones, que cuando cayó en 2018 se produjo de inmediato la caída de su contratador.      

«La ciudad que se hizo banca»


Es el capítulo más extenso, pues ocupa el nacimiento y desarrollo de dos entidades que representaron el mismo modelo de banca mixta. Compitieron entre sí, pero sin estridencias, siendo la  expresión más genuina de la oligarquía vizcaína, que hizo de Neguri, dentro del municipio de Getxo, su espacio residencial y, más adelante, aprovechó la jesuítica Universidad de Deusto para ser su soporte intelectual y cantera de directivos. 


Una oligarquía que bebió de la acumulación sucesiva de capitales procedentes de América tras los desastres de 1824 y 1898; de la explotación de las minas de hierro en la provincia y la exportación a Gran Bretaña; de las inversiones, ya desde finales de siglo, en la construcción de vías ferroviarias, la industria del hierro (Altos Hornos de Vizcaya), la construcción naval y la obtención de electricidad (Hidroeléctrica Ibérica, devenida con el tiempo en Iberduero y luego I  berdrola). Sin olvidar, claro está, los dividendos derivados de la actividad comercial, aprovechando los depósitos procedentes del ahorro de miles de personas y haciendo de los préstamos una vía de beneficio seguro. Y, por supuesto, como buenos liberales y católicos, pero enemigos del carlismo retrógrado, convirtiéndose en uno de los pilares del régimen de la Restauración, con lo que suponía de forma eficaz de control social y político, con el fin de impedir que la mayoría social pudiese poner en duda su poder y riqueza.  


La misma oligarquía que no dudó en apoyar el golpe de estado contra la Segunda República, principalmente con sus donaciones económicas (en realidad, adelantos pecuniarios que luego recuperarían por otras vías), pero sin que faltara que algunos de sus miembros pagaran el tributo de sangre de caídos por la patria. Un apoyo que le valió a esa oligarquía para convertirse, como ya hicieran durante la Restauración, en otro de los pilares de la dictadura. Los dos bancos estuvieron entre los «siete grandes», sus oficinas se expandieron por doquier  y sus empresas siguieron despuntando como las que más, con los Altos Hornos de Vizcaya (BB) e Iberduero (BV) como principales exponentes.


Esa oligarquía que supo salir airosa en los años de la Transición, pese a la crisis económica que se cernió en 1973 y las consecuencias financieras de los errores cometidos por los dos bancos en inversiones como la energía nuclear. Sufrieron los embates de ETA (el secuestro y ejecución de Javier Ybarra, secuestros de varios de sus integrantes…) y, sobre todo, conocieron el reto de una nueva generación de trabajadores, organizados y reivindicativos, que fueron capaces de hacer temblar desde la margen izquierda del río Nervión donde vivían y trabajaban las paredes de los palacetes que se concentraban en la otra orilla.


La oligarquía que, en peligro de quiebra, se vio rescatada por obra y gracia de un gobierno, del PSOE, que decidió muchas cosas y entre otras: acabar con el tejido industrial de Vizcaya y el del resto de provincias; y salir al rescate de las ruinosas inversiones en centrales nucleares, en especial la de Lemóniz, que fue objeto de numerosas protestas antinucleares, con el añadido de un duro castigo por parte de ETA. No en vano, y sólo a modo de ejemplo, el ministro Carlos Solchaga (de Industria y luego de Economía) había sido, previo a su paso a la política institucional, un alto empleado del BV.


Esa oligarquía que supo ver, obedecer o resignarse a lo que desde otras alturas, del gobierno, el Banco de España y otras mentes pensantes, se tenía planeado: la fusión, para dar lugar al BBV, lo que tuvo lugar en 1988. Y aquí los nombres de José Ángel Sánchez-Asiain (del BB y con buen filing con Felipe González Márquez) y Pedro Toledo Ugarte (del BV) jugaron un papel importante. Con anterioridad habían sabido dirigir sus respectivos bancos para crecer engullendo a otros pequeños e ir dejando atrás a algunos de los que fueron los «siete grandes», gatillazo aparte del BB con su opa fallida al Banesto. También, todavía con Adolfo Suárez al frente del gobierno, habían encontrado los apoyos necesarios en el exterior (Petróleos de México) para mantener los suministros de recursos energéticos en algunas de las inversiones donde participaban (Petronor), una operación donde no faltaron dos jefes de estado, un tal José López Portillo, por México, y otro tal Juan Carlos I, por España.


Ya fusionados, la muerte prematura de Pedro Toledo Ugarte, que representaba el nuevo modelo de hacer las cosas en el floreciente paraíso neoliberal, no fue óbice seguir adelante y superar las contradicciones propias de una nueva convivencia. Inmersos en los nuevos tiempos, pusieron fin al modelo de banca mixta, desprendiéndose de todo aquello que dificultase la optimización de los recursos financieros. Fue cuando llegó la gran apuesta latinoamericana, con el lanzamiento de sus tentáculos más allá del océano a Puerto Rico, México, Venezuela o Perú, acompañando a otros grupos empresariales de la banca, el turismo, la energía, las obras públicas o las telecomunicaciones.  la reconquista de lo perdido en el siglo XIX o simplemente una nueva conquista, esta vez sin armas ni cruces. Y como colofón, ya con José María Aznar al frente del gobierno, la fusión en 1999 con el que había sido el grupo de banca pública, Argentaria, dando lugar al nacimiento del BBVA.

Unos nuevos tiempos en los que la oligarquía vizcaína, partícipe de ellos como accionistas y rentistas, fue perdiendo peso en la toma de decisiones. Y es que la especulación de capitales en toda su intensidad se convirtió en el principal generador de beneficios. Una especulación que tiene en la evasión fiscal y las trampas contables como formas de hacer, y en los paraísos fiscales, como ámbitos ideales. Si ya antaño, cuando lo de las dos dictaduras, la ciudad de Tánger fue utilizada tanto por el  BB como el BV como base de esas operaciones, la isla británica de Jersey se convirtió en los noventa en el paraíso preferido por el nuevo BBV/BBVA.

«Las cuentas secretas del BBVA»

Un tercer capítulo muy jugoso. En lo que llevamos de nuevo siglo Vizcaya y su capital acabaron dejando de ser el centro de lo que los dos bancos y el mundo que los rodeaba habían sido. Madrid se convirtió en el nuevo centro neurálgico, aun cuando los movimientos de capitales pululaban por todo el mundo. Y en medio de todo esto llegó un momento que pudo ser decisivo: en mayo de 2000 se produjo un registro judicial en la célebre torre del Paseo de la Castellana, sede central del BBVA. Como efecto fue importante, pero lo mejor vino con otro registro, esta vez en una pequeña oficina del BBVA Privanza Bank, una rama del grupo dedicada a operar en la isla de Jersey. Fue donde apareció el Manual de productos fiduciarios, nada menos que el manual del delito de fraude a la Hacienda pública. O dicho en palabras del autor del libro: «crear una estructura ad hoc en Jersey donde los clientes premium podían ‘optimizar fiscalmente’ los recursos monetarios gracias a una red de abogados fiscalistas que estaba a su servicio 24 horas ininterrumpidas».

En todo esto hubo varios personajes importantes. En el lado de la justicia, el fiscal David Martínez Madero, artífice de las investigaciones, y el juez Baltasar Garzón. En el de la delación, el abogado puertorriqueño Nelson Rodríguez López. Al acecho estaba Francisco González Rodríguez. Endiosado en su burbuja de triunfador, José María Aznar. Y había más: Mario Fernández, exvicelehendakari y del PNV a principios de los ochenta, director jurídico de la entidad; Carlos Bueren, abogado del BBVA, exmagistrado de la Audiencia Nacional; Jesús Cardenal, fiscal general; Carlos Jiménez Villarejo, fiscal anticorrupción; Estanislao Rodríguez-Ponga, secretario de Hacienda…

Nelson Rodríguez López, personaje clave del banco en Puerto Rico y conocedor de lo que se cocía en otros países del continente, cruzó el océano voluntariamente para declarar ante el fiscal y el juez acerca de la forma de actuar de su banco. Entre el manual y lo que contó el puertorriqueño había base suficiente para hacer caer al BBVA. Pero meteduras de pata aparte (como la de Carlos Jiménez Villarejo, yéndose de la lengua en su viaje a EEUU), las presiones fueron poderosísimas. Y al final fue el propio Baltasar Garzón el que acabó siendo el salvavidas del BBVA: en 2002 decidió descartar a Nelson Rodríguez López como testigo fiable, que años después acabó condenado en su isla caribeña natal. 

David Martínez Madero, por su parte, acabó  ninguneado y su protector, Carlos Jiménez Villarejo, entre sorprendido y decepcionado por el proceder del juez. El propio Baltasar Garzón conoció años después su propio calvario, que lo llevó a la expulsión de la carrera judicial. No queda bien parado en el libro, pero no voy a extenderme más en él y en ello.

¿Y  Francisco González Rodríguez? Salió victorioso: se hizo con las riendas del poder en el BBVA, intensificando la apuesta latinoamericana; y se desquitó de los exBB y exBV, para lo que contó con la ayuda del comisario Villarejo y sus huestes.

¿México es territorio BBVA?»

No es un capítulo extenso, de apenas algo más de 60 páginas, pero pone el acento no sólo en lo que ha acabado siendo el BBVA, sino en el papel primordial que la división del banco en ese país significa. Porque México es un país «donde el negocio bancario es usura». He aquí algunas muestras: las hipotecas oscilan entre el 14 y el 16%, las tasas de interés superan el 15%, las tarjetas de crédito pueden derivar en deudas que aumentan exponencialmente…  Y como resultado, unos beneficios que en 2017 fueron un 63% superiores a los habidos en España. 

Así se puede… y así se hace. Y todo gracias ello a esa trama de políticos, tecnócratas, empresarios y financieros que lo han hecho posible. La confluencia de los viejos poderes administrativos, una burguesía conservadora enquistada en lo que va quedando del estado y un ambiente intelectual escorado hacia los aires neoliberales. Todo un sustrato que «permitió a un banco segundón convertirse en el primer banco de los Estados Unidos Mexicanos».

¿Seguirá siendo así ese país, ahora con Antonio Manuel López Obrador como presidente? 

«¿La banca siempre gana?»

Es la pregunta que da título al Epílogo del libro. Para lo que queda de la oligarquía vasca, el mundo que heredó ya murió, pero sus componentes siguen con vida. Como rentistas, propietarios de sus casonas y de cuantas propiedades más puedan disponer. Es por ahora todo el orgullo que mantienen. El mismo que le falta, así lo creen, a Francisco González Rodríguez, ese «gallego que les arrebató el banco [y] que morirá como paria de un clase que jamás respetó». En todo caso, se trata de batallas entre miembros de la misma casta.

«La banca (casi) siempre gana», deja escrito Oriol Malló en uno de los pasajes finales del libro. Una forma, el añadido del paréntesis, de que la sentencia no se cumpla, aunque sea «una hipótesis de ruptura». Por eso nos deja con unos versos de Blas de Otero: «Muchos han sido los fracasos, muchas más han sido las conquistas que no tienen nombre». Y con ellos no se está refiriendo a la oligarquía vasca que sigue viviendo en Neguri o a sus amigos de otros lugares, desleales o no. Lo está haciendo a esas gentes que trabajaron en las minas de hierro, la construcción de ferrocarriles, la fabricación del acero, la carga de mercancías, la obtención de electricidad, el refino del petróleo y, por qué no, las oficinas de los bancos. Las mismas que lucharon denodadamente cuando y cuanto pudieron, y que a veces hicieron temblar a la oligarquía y sus secuaces. Las mismas que, todavía hoy, siguen saliendo a las calles y plazas de sus ciudades y pueblos, ya como pensionistas, rememorando batallas pasadas.

Leer el libro no deja de ser un ejercicio liberador. Porque el conocimiento libera y la conciencia acompañándolo, más todavía. Un libro más que necesario. Gracias, Oriol.