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Un luchador antifranquista, que no se acomodó a las componendas de la Transición

Fuentes: Público

Paco Fernández Buey falleció ayer, a la edad de 69 años. Sus amigos le sabíamos gravemente enfermo, pero yo no esperaba un desenlace tan fulminante. Todavía conmovido por la noticia, Público me pide un recuerdo. Conocí a Paco en 1971. En una cita política antifranquista. Antiguo dirigente estudiantil represaliado, estaba fuera de la universidad, ganándose […]

Paco Fernández Buey falleció ayer, a la edad de 69 años. Sus amigos le sabíamos gravemente enfermo, pero yo no esperaba un desenlace tan fulminante. Todavía conmovido por la noticia, Público me pide un recuerdo.

Conocí a Paco en 1971. En una cita política antifranquista. Antiguo dirigente estudiantil represaliado, estaba fuera de la universidad, ganándose el sustento en trabajos editoriales. Readmitido en buena medida por la presión del movimiento estudiantil, le tuve dos años después como profesor. En una facultad, la de filosofía de la UB de entonces, que contaba ya con algunos brillantes profesores jóvenes -Jesús Mosterín, Jacobo Muñoz, Miguel Candel-, Paco consiguió brillar enseguida con luz propia. Aunque entonces y luego, durante bastantes años, tuve mucha relación académica con él, nuestro trato y nuestra amistad estuvieron sobre todo marcados por la militancia y el combate político, y siempre tuve la impresión de que ni siquiera nuestras (raras) discusiones sobre problemas filosóficas abstractos o desencarnados conseguían aislarse de los debates políticos en curso.

Paco fue un derrotado político. Como español de izquierda, lo fue por partida doble. Primero, porque el veterano luchador antifranquista no supo ni quiso acomodarse a las componendas de la llamada Transición democrática. Y segundo, porque el desplome internacional tanto de la izquierda socialista revolucionaria como de la reformista radical a partir de los 80 pareció secar completamente el mar en que esas ideas eran respetablemente vivideras. El famoso «fin de la historia», ya saben.

Los intelectuales sólidamente críticos, cultos a la antigua -prosa tersa, elegante, jugosa, la de Paco- y políticamente insobornables quedaron, quieras que no, fuera de foco. Vinieron a ser desplazados por la legión de valets de plume superficiales y acomodaticios que han configurado mediáticamente el lado «cultural», espantosamente mediocre, de la segunda restauración borbónica. Paco era algo menos pesimista que yo en lo tocante a las posibilidades de aprovechamiento político de las tribunas mediáticas que alguna que otra vez se entreabren aún al pensamiento inconforme. Hace seis o siete años me llamó, alterado. Estaba enojado porque uno de esos que escriben regularmente en los periódicos sobre los mares y los peces se había permitido, encima, criticar a los «intelectuales de la izquierda» acusándoles de estar «callados». Faltaba la «a», claro, lo que están es acallados, y además, con pitorreo. «No te publicarán la réplica». No se la publicaron, creo; tal vez ni siquiera se animó al final a escribirla.

En febrero de 2008 presenté en el CCB de Barcelona su último libro sobre el pensamiento utópico y su historia, estupendamente editado por nuestro amigo común Miguel Riera. Allí, y en la cena posterior, salió lo de la derrota política. Porque -se ve muy bien en el libro de Paco- los rebrotes de pensamiento utópico han solido acompañar a las grandes derrotas políticas de los movimientos sociales liberadores. Todavía no había estallado oficialmente la crisis -Lehman Brothers no quebró hasta septiembre-, pero para los economistas y los científicos sociales serios (en SinPermiso acabábamos de publicar un premonitorio texto del historiador económico Robert Brenner, además de razonados augurios de Michael Krätke) era evidente que se gestaba una crisis capitalista mundial de grandes dimensiones.

Recuerdo que salió en la cena la idea de que estábamos asistiendo al fracaso final del llamado «neoliberalismo» (remundialización de la economía y reliberalización de los movimientos de capitales; congelación de los salarios reales y estímulo de la demanda efectiva a través de políticas intervencionistas de inflación de burbujas de activos; financiarización de la economía y multiplicación del fraude de control). Que el «neoliberalismo» había conseguido aplazar o eclipsar por tres décadas los grandes problemas que el capitalismo y la crisis de civilización por él inducida planteaban ya en los 70. Y que esos problemas seguían ahí, y volvían a plantearse, inocultables a la vista de todos, en nuestro tiempo: el cambio climático y la crisis ecológica, la creciente dificultad del capitalismo tardío para restaurar tasas de beneficio sostenibles y para convivir con formas mínimamente democráticas de vida política.

La penúltima vez que nos vimos, hará cosa de dos años, y ya en pleno fragor de esta crisis del capitalismo que podría terminar siendo la más grave de su historia, volvimos sobre la idea. Todos los problemas económicos y de civilización que tanto discutimos de jóvenes en los 70 siguen ahí, pero superlativamente agravados. Y en el caso español, además, con una crisis evidente del régimen político fraguado en la Transición. Acariciamos vagamente la idea de escribir sobre eso en forma de diálogo, un diálogo que fuera, de paso, una especie de reivindicación de la lucidez de nuestros viejos: de Manolo Sacristán, de Wolfgang Harich, de Ernest Mandel, de Edward P. Thompson, entre otros. Los crueles achaques de la vida nos privaron de la ocasión de hacerlo. Hasta siempre, Paco.

Antoni Doménech es Catedrático de Filosofía del Derecho de la Facultad de Económicas de la Universidad de Barcelona.

Fuente: http://www.publico.es/espana/441381/un-luchador-antifranquista-que-no-se-acomodo-a-las-componendas-de-la-transicion