Nosotros, hombres y mujeres de Nuestra América sabemos que el Ecuador se enfrentará el 2 de abril a una batalla decisiva. Sabemos que es muchísimo lo que está en juego, porque del resultado de esa compulsa electoral dependerá no sólo su futuro al optar por profundizar el camino iniciado hace diez años o apostar a […]
Nosotros, hombres y mujeres de Nuestra América sabemos que el Ecuador se enfrentará el 2 de abril a una batalla decisiva. Sabemos que es muchísimo lo que está en juego, porque del resultado de esa compulsa electoral dependerá no sólo su futuro al optar por profundizar el camino iniciado hace diez años o apostar a un regreso sin gloria a los años que precedieron el «feriado bancario» y la previsible debacle económica, desintegración social e inestabilidad y violencia políticas.
Del desenlace de esa batalla dependerá también el futuro de la región y, no sería exagerado enunciarlo, de varios países europeos porque la derrota de la restauración conservadora sería una señal que reverberaría con la velocidad de un rayo en países donde la alternativa a la hecatombe neoliberal parecería ser sólo la derecha fascista y xenófoba. El pueblo del Ecuador, rechazando el canto de sirena de los exponentes locales de esta fórmula política, podría dar una señal a todo el mundo de que hay otros caminos para salir de la crisis.
Sería ocioso detenernos en la prolija enumeración de los grandes logros de la última década: expansión económica y diversificación de los lazos del comercio internacional todo lo cual fue puesto al servicio de la inclusión social, el combate a la pobreza, el avance de la equidad en uno de los países más inequitativos del mundo, notable expansión de la educación y la salud públicas, desarrollo de una impresionante infraestructura de caminos, transporte y comunicaciones, soberanía nacional e inserción protagónica de Ecuador en un sistema internacional agitado por profundas contradicciones. Pese a ello, este país relativamente pequeño por su territorio pero grande por su dignidad le ofreció al mundo la posibilidad de que un personaje crucial para las luchas emancipatorias de nuestro tiempo, Julian Assange, siga vivo y en libertad gracias al asilo concedido por el gobierno del presidente Rafael Correa, aportando preciosas informaciones sobre los mecanismos ocultos del despotismo del capital.
Todo este avance, que por supuesto no significa desconocer la inevitable existencia de asignaturas aún pendientes, será sometido a prueba en el ballotage que tendrá lugar el próximo 2 de abril. La historia reciente de Nuestra América enseña que logros aparentemente inconmovibles promovidos por gobiernos progresistas y de izquierda fueron removidos sin miramientos y sin mayor resistencia cuando el gobierno fue recuperado por la derecha. Esto ocurrió en la Argentina con la elección de Mauricio Macri, y de manera ilegal e ilegítima en los casos de Honduras, Paraguay y, hace apenas unos meses, Brasil.
Pensar que la derecha en Ecuador va a honrar las reglas del juego democrático para acceder al gobierno, o que una vez en él va a respetar las conquistas populares es una peligrosa ingenuidad y una muestra de que no se han aprendido las lecciones de la historia. Una ojeada a las políticas ensayadas por estos gobiernos una vez que desalojaron a sus predecesores de signo progresista basta para convencernos de su naturaleza inherentemente oligárquica y su ánimo revanchista.
Para quienes piensen que este talante no existe en las fuerzas de la derecha es suficiente recordar la amenaza proferida por el ex alcalde de la ciudad ecuatoriana de Baños que, ante una turbamulta que rodeaba al Consejo Nacional Electoral la noche del 19 de febrero, dijo que incendiaría Quito en caso de que los informes de dicho organismo confirmaran la victoria en primera vuelta del candidato de Alianza País, Lenín Moreno. Para muestra de lo que podría ocurrir en Ecuador con un triunfo de la derecha basta ese botón.
Lo ocurrido en otros países del área debería ser cuidadosamente examinado por el electorado ecuatoriano. En Argentina la restauración conservadora produjo recortes masivos en programas sociales junto con exorbitantes aumentos de las tarifas de los servicios públicos, despidos masivos y caída vertiginosa del salario real, todo lo cual provocó un veloz resurgimiento de la pobreza en el país. En Brasil, un ajuste durísimo congelando el presupuesto del sector público hasta el año 2030 haciendo caso omiso de las renovadas necesidades planteadas por el aumento de la población y la eliminación del pago de las horas extras a los trabajadores para, de ese modo, atraer a la inversión extranjera tendrá un resultado similar al que ya se registra en la Argentina. En Honduras y Paraguay la represalia por la osadía de haber elegido gobiernos reformistas y democráticos (Mel Zelaya y Fernando Lugo respectivamente) desató la cruel venganza de los sectores tradicionales del poder que acompañaron el desmontaje de las políticas de inclusión social con una furia represiva que convirtió al país centroamericano en el más inseguro y violento del mundo.
Más allá de las asignaturas pendientes y los errores de concepción y aplicación que, como cualquier otro gobierno, haya tenido el de Rafael Correa, la «década ganada» en Ecuador puede y debe ser preservada. Nada de lo logrado fue producto de la casualidad ni del azar. Altos precios internacionales favorecieron a todos los países de la región, pero salvo Ecuador y unos pocos más, en los demás casos las rémoras de la injusticia social permanecieron incólumes porque no existió la decisión política que sí hubo en este país de aprovechar ese momento excepcional de la economía mundial para hacer los cambios que grandes sectores postergados de la población venían reclamando por décadas, cuando no por siglos.
A diferencia de otros países hubo en Ecuador la decisión política de aprovechar el momento y hubo también el liderazgo del presidente Correa, indispensable para concretar, en mayor o menor grado, esas promisorias oportunidades. Mérito tanto mayor el de este país en cuanto tuvo que emprender un programa de reformas y cambios sin contar con un instrumento fundamental de gobernanza macroeconómica: la política monetaria. Como se recordará, el bloque de fuerzas de derecha que hoy se presenta como la novedad o «el cambio» fue el causante en 1999 del cataclismo económico y financiero del país, con profundas secuelas en lo político y social.
Gracias a la gestión de esa coalición de banqueros con oligarcas y otros grupos tradicionales -hoy impúdicamente amparados y blindados mediáticamente por la prensa hegemónica- se produjo el derrumbe de la economía y el nefasto «feriado bancario», eufemismo que encubre lo que fue un enorme negociado del cual salieron favorecidos los grandes banqueros que hoy pretenden retornar al gobierno y que perjudicó a la enorme mayoría de la población ecuatoriana.
La irresponsabilidad y falta de patriotismo de esos grupos dirigentes le costó al Ecuador la pérdida de su signo monetario y la mutilación de un componente fundamental de su soberanía nacional: la desaparición del sucre como moneda propia y la forzada adopción del dólar como signo monetario local y provocar una huida en masa de unos dos millones y medio de ecuatorianos que de la noche a la mañana tuvieron que abandonar el país para sobrevivir. Estos son los turbios antecedentes de quienes hoy pretenden erigirse como salvadores de la patria.
Insertos en esta amenazante coyuntura histórica, con un sistema mundial signado por un elevado grado de incertidumbre e inestabilidad causado por el progresivo derrumbe de un supuesto «orden mundial» que no era tal, Ecuador deberá tomar una decisión crucial para sus futuras generaciones. Como pocas veces en la historia, ahora el pueblo tiene el destino en sus manos. Para actuar con racionalidad y patriotismo tendrá que recordar, que hacer memoria y preguntarse cuáles eran las oportunidades de progreso individual y bienestar social que le ofrecía el Ecuador anterior a la «Revolución Ciudadana»; preguntarse también si tenía más derechos de los que tiene hoy y si sus hijos tendrán, bajo un gobierno de banqueros inescrupulosos que siempre despreciaron al pueblo, la posibilidad de continuar educándose, gozando de protección médica y de los derechos sociales conquistados en los últimos años.
Esta recordación es imprescindible, pero es exactamente eso lo que la dictadura mediática que agobia con sus mentiras al Ecuador no quiere que hagan las ecuatorianas y los ecuatorianos. Para tal fin los bombardean incesantemente con noticias espectaculares de corrupción que a poco andar caen bajo el peso de sus propias falacias; con denuncias infundadas y ataques personales a las principales figuras del oficialismo, todo con el afán de convencer al pueblo que está en manos de una pandilla de delincuentes. La desfachatez e inescrupulosidad del bloque restaurador no tiene límites y su estrategia ha sido embotar a la población con una catarata interminable de mentiras e infamias, ante lo cual será imprescindible el ejercicio de la memoria para desbaratar sus planes. Para neutralizar esos arteros ataques bastará con que cada quien recuerde cómo estaba antes y cómo está ahora; qué perspectivas vitales tenía antes y cuáles tiene a hora; si antes podía soñar con que sus hijos llegaran a la universidad y si el sueño se convirtió en realidad ahora; si antes había un Estado que cuidaba de su salud y si lo hay ahora, y así sucesivamente. La respuesta a esas simples preguntas persuadirá a las ecuatorianas y los ecuatorianos que sólo el binomio Lenín Moreno-Jorge Glas será capaz de continuar con el camino recorrido y que ha cambiado, para bien, el rostro del Ecuador. Que optar por los responsables del «feriado bancario» sumiría a este país en una crisis aún más grave que la del año 1999.
Todo el mundo estará pendiente de lo que ecuatorianos y ecuatorianas decidan hacer de sus vidas el próximo 2 de abril. Pendiente de si hacen oídos sordos ante el «terrorismo mediático» que los aturde e impide pensar y deciden continuar la marcha ascendente hacia una nueva y mejor sociedad; o si, desafortunadamente, quedan apresados por su falaz propaganda y emprenden un camino de regreso que termina, inexorablemente, en el abismo. Para avizorar su futuro en caso de que triunfe la candidatura de los banqueros los ecuatorianos deberían mirarse en el espejo de la Argentina y tomar nota del sufrimiento y la desesperación de su pueblo ante el revanchismo social de la restauración conservadora. Confiamos en la sabiduría y la memoria del pueblo ecuatoriano y por eso estamos seguros que en la segunda vuelta se producirá la aplastante victoria de Lenín Moreno y Jorge Glas.
Nosotros, amigos del Ecuador, tenemos confianza en que así será y que esa luz que hace diez años brilla con fuerza en la mitad del mundo seguirá encendida, para bien del Ecuador y de la humanidad.
Las adhesiones a: [email protected]
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de los autores mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.