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Un mundo a la derecha

Fuentes: Rebelión

A nadie debería asombrar que la derecha haya ganado las elecciones del Parlamento Europeo; sería ingenuo que alguien se escandalizara por las últimas ocurrencias privadamente públicas de Silvio Berlusconi. Eso (y más hacia la derecha) es lo que quiere buena parte del planeta. El mundo que tenemos (y, por ahora, no hay más) vive a […]

A nadie debería asombrar que la derecha haya ganado las elecciones del Parlamento Europeo; sería ingenuo que alguien se escandalizara por las últimas ocurrencias privadamente públicas de Silvio Berlusconi. Eso (y más hacia la derecha) es lo que quiere buena parte del planeta. El mundo que tenemos (y, por ahora, no hay más) vive a la derecha de la vida. Así de simple, que nadie se espante.

Es posible que la mayoría de las personas se dividan en dos grandes (hay más) grupos de pensamientos. El mayoritario acepta el mundo como es: le gusta lo disfruta, lo goza, se resbala en el mar del cinismo; por su parte, el minoritario sobrevive estrellándose una y otra vez (y de nuevo) contra esta cosa llamada vida que no le agrada. Este escrito no va dirigido a los primeros, porque sé que a ellos les causa alergia todo lo que huela a pesimismo. Por ello me dirijo a los seres humanos de la acera de enfrente, la del fracaso, la de los perdedores. Y, entre ellos, me incluyo como si este texto fuese una confesión frente al espejo, ya que para nosotros los sacerdotes no son muy necesarios.

Amigos de la izquierda del mundo: ¿Qué nos ocurre? ¿en qué momento de la carrera nos quedamos dormidos? ¿qué carajo nos pasa que ya no servimos ni para tirar piedras? ¿es que aún no hemos despertado de la caída del muro de Berlín? ¿es que acaso el mundo, de pronto, se convirtió en un lugar digno para la vida? Cuando me hago estas (y muchas otras) preguntas pienso que nadie lo ha dicho mejor que José Saramago: «La izquierda no tiene ni puta idea del mundo en que vive. Los partidos de izquierda no han estado a la altura de la crisis mundial.» Y que nadie ponga en duda la condición irrenunciable que el escritor portugués tiene con el comunismo. Saramago es el viejo rebelde que a mi algún día me gustaría ser. Es el niño eterno que no se cansa de recordar los pantanos del sistema. Y del antisistema. Y es, por los profundos pantanos del sistema, que no comprendo el silencioso accionar de la izquierda. Parece que efectivamente nos quedamos dormidos en algún lugar de la carrera. Y el capitalismo siguió creciendo, ya ni siquiera habla de derecha y de izquierdas, sino que se da el lujo de adoctrinar a las personas (a los individuos que acompañan nuestra vida) con una existencia invisiblemente consumista, y egoísta, y primitiva. No hay duda: cada día somos menos humanos y desde la izquierda no se está haciendo nada para evitar este acelerado deterioro. ¿Acaso no es a la izquierda, por su condición progresista, a quien corresponde impulsar un nuevo modelo de convivencia?

Sospecho que hay dos (y muchos otros) tipos de izquierda. La pasiva, la que ni siquiera se ha dado cuenta de que ya el librito de los dogmas no nos sirve para cambiar el mundo, y la oportunista, la que se alimenta de ser la pieza ridícula del sistema. Pienso que es urgente y necesario el surgimiento de una tercera fórmula de izquierda, la que debe atender el llamado de este tiempo, la que ni siquiera aterrice en el siglo XX (a donde aún no ha llegado) sino que empiece desde este instante presente, con el fino y estratégico empeño de ofrecer un nuevo proyecto de mundo. He ahí un gran problema: buena parte de los grupos políticos de izquierda (en el mundo) se dedican, en los distintos parlamentos, a debatir, con la derecha, cómo «mejoramos el sistema». Eso es absurdo, eso es cuando menos ingenuo por no decir tramposo. ¿Cuándo carajo va la derecha a cambiar el mundo que parieron? ¿Quieren acaso los padres cambiar al hijo que engendraron por decisión propia? La única alternativa posible de esa fórmula de izquierda sería reinventar el presente y ofrecer un modelo opcional, desde la otra acera, desde otra realidad pragmáticamente tangible pero humana.

Lo más asombroso de este momento histórico es que, mientras reposa la izquierda, los ciudadanos de la calle del mundo se sienten molestos, incómodos, insatisfechos. Basta con observar las distintas realidades sociales: los pueblos están inconformes, ya nadie se deja engañar por lo que dicen ni los grandes medios de información ni los políticos convencionales. Me atrevería a asegurar que con pocos los que creen en las trampas del sistema, casi todos sospechan de la banca, de las gripes fantasmas y del cinismo del poder global. Sin embargo, no existe una fuerza visible que encause el disgusto ciudadano. ¿Será que con el tiempo la izquierda se convirtió en piedra?

Es cierto que el siglo XXI se inauguró con una nueva izquierda en América Latina. Pero, por ahora, habrá que esperar a ver si esa forma de izquierda le ofrece al mundo un modelo de convivencia distinto al capitalista. Me parece complejo que Europa y Estados Unidos atiendan las opciones de América Latina, cuando aún existen demasiados prejuicios sobre las actitudes (y aptitudes) de los latinoamericanos. No obstante, debemos seguir explorando los caminos regionales sin ninguna clase de complejos.

Ya sé que el debate no existe, la derecha nos ha hecho creer que hemos arribado al único sistema posible de felicidad. Ya sé que cuando todos terminen de leer este artículo cerraran los ojos y sonreirán ante el espejismo de dicha capitalista. Ya sé que, por ahora, el mundo camina hacia la derecha. Amén mister sacerdote.