Un mundo menos alienado. Un mundo en que los seres humanos se reconozcan a sí mismos como protagonistas de la naturaleza, hijos de ella y jardineros de su belleza. Esto es, en parte, el comunismo. Hacer del mundo un hogar habitable y cómodo, en el que las necesidades sociales se satisfagan socialmente por medio de […]
Un mundo menos alienado. Un mundo en que los seres humanos se reconozcan a sí mismos como protagonistas de la naturaleza, hijos de ella y jardineros de su belleza. Esto es, en parte, el comunismo. Hacer del mundo un hogar habitable y cómodo, en el que las necesidades sociales se satisfagan socialmente por medio de la abolición de la propiedad privada y la transformación de todos los medios de producción en medios sociales perfectamente integrados en la naturaleza, al servicio de una vida humana y digna.
Ese mundo no vendrá ya de la Europa occidental aburguesada. El viejo mundo se encastilla. Hay verjas muy altas y procesos de segregacionismo dentro sus fronteras. Nidos de ametralladoras y alambradas vigilan la «fortaleza de la libertad»: es decir, ya no hay santuarios de libertad. Y en su seno, las ciudades se enrocan. Habrá nidos de ametralladoras que protejan los barrios residenciales donde pernoctarán intelectuales, diputados y activistas «de izquierdas». Los bárbaros multirraciales merodean ahí fuera, pero aquí dentro sigue habiendo «seguridad», dentro de una Europa constitucional, liberal, con «conquistas sociales». Sí, después del Holocausto hitleriano, Europa permitió el Holocausto yugoslavo. Y ahí siguen, los «progresistas», en sus barrios centrífugos, vigilados con seguridad privada y cámaras de video. Siguen a salvo como cómplices de todos los holocaustos que están por llegar.
De la América latina vienen los mejores ejemplos de lucha por el socialismo. Allí la libertad sigue costando la vida a muchos. Allí, la conquista del pan y la tierra sigue siendo el fermento de todo pensamiento verdaderamente revolucionario. La autoorganización de los más pobres, y la autodefensa ante el fascismo y el imperialismo, se constata en muchas naciones. A diferencia de Europa, donde un fascismo disfrazado de «estado social» es el que pasa miedo y se parapeta, en América es el pobre el que está necesitado de ideologías revolucionarias (que la derecha llama «populistas») para su autodefensa. El imperialismo dispara con balas en aquel continente, prepara invasiones desde el norte, introduce paramilitares, e intoxica procesos socializadores de forma descarnada. Allí, todavía, el imperialismo no consiste en una mera teoría abstracta acerca de cómo los EEUU se lanzan a la dominación profunda y amplia de extensas áreas del globo por medio de su modelo «liberal» de saqueo a los demás países, secuestrados como están -por las buenas o por las malas- y reducidos a la condición de colonias.
El mundo como una colonia. El mundo repartido entre las grandes corporaciones transnacionales que usan del ejército norteamericano como subcontrata para las tareas sucias, y como fuente de encargos industriales y comerciales multimillonarios. Los pueblos: que se pongan a trabajar. El sudor y el grito de cientos de pueblos y naciones del mundo no tienen más futuro, en el imperio, que ser ahogados bajo una maquinaria ruidosa e infernal: la producción capitalista de plusvalía y su acumulación. Para ello, se han de aprovechar todos los resquicios posibles. Desde la más alta y sofisticada tecnología (incluyendo la bio-tecnología, pues ya la naturaleza es privatizable), hasta la explotación esclava de los niños. El rango es muy amplio, y de todas las maneras se va a generar la plusvalía. En cada ámbito del mundo se buscarán las vías más hacederas para ello. El saqueo de la tierra y de la civilización humana (en rigor, de las varias civilizaciones humanas) es un plato que ya está servido. Millones de súbditos, pues es sarcasmo llamarnos ciudadanos, asisten impertérritos. Como las víctimas de los campos de exterminio, a nosotros sólo nos restará una cosa: que llegue nuestro turno. Si no hacemos nada.
Con la muerte de la bestia Pinochet, todos hemos vuelto a recordar los horrores de la llamada «Operación Cóndor». El fascismo nunca se despreocupó de buscar aliados y colaboradores. Forma parte de su estrategia general de perfeccionamiento en materia de exterminio. ¿Creen Vds. que no hay una «Operación Cóndor» universal? El experimento del Cono Sur americano salió demasiado bien como para dejarlo caer en saco roto. El 11-S norteamericano abrió las puertas a los más ambiciosos expertos en exterminio global. El fascismo global no ha hecho más que empezar. Un mundo cárcel. Cárceles invisibles. Listas mundiales de personas sospechosas a priori, sin presunción de inocencia alguna, seres susceptibles de supresión discreta o secreta. Tortura legal y transfronteriza. Todo esto estamos empezando a verlo hoy, de forma «globalizada», justo de la misma manera en que se globaliza la explotación del hombre sobre el hombre y el imperio de las corporaciones transnacionales sobre su mundo-colonia.
Las alternativas a este fascismo global, los movimientos de resistencia anti-imperialista, también se han globalizado. Hay mucha atomización, una enorme variedad de discursos, una heterogeneidad de tendencias que a veces confunde y desconcierta. Pero esta gente que se opone representa lo que queda del mundo «humano», aún no contaminado del todo por el fascismo global, por el capitalismo imperialista: una pluralidad, una rica variedad. Son movimientos que representan lo que debería ser el mundo cuando la civilización se restaure. El comunismo, lejos de constituirse en aquel monolítico estatalismo del «socialismo real», será algún día algo muy distinto y simple: el triunfo de esa variedad y heterogeneidad que debería ser el mundo mismo. El triunfo del pluralismo, donde cada uno contribuye según sus capacidades y a cada uno se le dará según sus necesidades. La organización social de los más diversos pueblos de la tierra, en el ámbito social, será una organización transparente donde se dará un ajuste planificado y solidario entre las necesidades humanas y los medios mundiales para satisfacerlas. La homogeneidad del modelo vigente de vida, la conversión del hombre en esclavo o cosa, además de consumidor mecanizado de cosas, puede aniquilar definitivamente a la humanidad. El capitalismo global y el fascismo global asociado a él, no conocen límites en este trance de degradación de la naturaleza humana, tan plástica como ella es, tanto hacia arriba como hacia abajo.
Sólo la resistencia mundial, organizada y multiforme puede interrumpir el proceso de degradación.