La visita de Mozah Bint Nasser, la jequesa qatarí, a España llenó de esperanza a los desesperados occidentales que no sabían qué hacer con el velo de las musulmanas: ¿Por qué no se ponen un bonito turbante como ella, en vez de sus chilabas y pañuelos baratos que estropean la estética del paisaje? La civilización […]
La visita de Mozah Bint Nasser, la jequesa qatarí, a España llenó de esperanza a los desesperados occidentales que no sabían qué hacer con el velo de las musulmanas: ¿Por qué no se ponen un bonito turbante como ella, en vez de sus chilabas y pañuelos baratos que estropean la estética del paisaje?
La civilización surgió de la creatividad del ser humano y ésta de su instinto básico de la belleza. Los antropólogos creen que también los neandertales poseían este sentido y se adornaban a sí mismos. Pero algunos cultos surgidos en los desiertos de Oriente Medio vinculan la moral y la modestia con la negación de la belleza, la alegría y el ocio, obligando a las fieles – objetivo de la disputas de los hombres- a pasar desapercibidas e incluso ocultarse. Por el contrario, la propaganda religiosa desde el cine y la literatura, se ha encargado de ensalzar el encanto físico de sus santos y santas a la imagen de los más atractivos ídolos populares, conscientes de que la belleza atrae la afectividad del otro.
Comparten el escenario las opositoras a «la mujer objeto» que luciendo un buen mostacho niegan el cosmético corporal.
Al igual que la peluca de última moda de las judías ortodoxas no representa cambio alguno en su status inferior a los hombres, ni el turbante de diseño de la culta jequesa, ni su fortuna podrán impedir que su marido, mientas le exige la fidelidad, le humille, casándose con otra mujer, siempre más joven y bella que ella. Princesas o plebeyas, veladas o con el cabello suelto, todas se verán sometidas a los valores del mercado del matrimonio, mientras las reglas y las tradiciones las controla el poder patriarcal. Aun es el clérigo quien orden las leyes de la familia en la que la mujer sigue siendo la propiedad del hombre, y en su empeño de que sea recordado eternamente, lo simboliza en el rito de la boda: la mujer será entregada de un hombre (el padre), a otro (el novio).
Una ciudadanía sin velos requiere, además de separar la religión del poder y eliminar todo tipo de discriminación de las tradiciones, un profundo trabajo entre los hombres y también las mujeres.
Fuente: http://blogs.publico.es/puntoyseguido/210/un-patriarcado-fashion/