Recomiendo:
4

Un poder instrumental

Fuentes: Rebelión


Se suele hablar del poder mediático en consonancia con los poderes del Estado, cuando en realidad se trata de un poder instrumental, carente de independencia y al servicio del dinero o de otros poderes superiores. Sin embargo esa dependencia no reduce su valor intrínseco, dada la eficacia probada del medio en orden a la manipulación de masas, para conducirlas con habilidad al terreno de lo intereses comerciales y políticos, a menudo pulsando el efecto sentimiento más que la razón. Cara al tendido se suele ofertar como el oráculo de la verdad, invocando que esta es única, o sea, la suya, empeñándose en desautorizar aquellas otras que la contradigan. Es precisamente en pulsar el efecto de la verdad versionada a su manera, procurándose con ello tintes de autoridad, donde comienza el poder de influencia, como paso previo para conducir a los individuos al lugar donde otros —los que pagan la encomienda— quieren que estén. El argumento de su poder es sencillo, para anular la libertad personal, como base del negocio ajeno, suele ser más efectiva la fuerza de las ideas, asistidas de la palabra y la imagen, que la fuerza física.

Actualmente, el campo de ese poder se ha ampliado, diversificado y hasta generalizado considerablemente. De alguna manera, casi todo lo que circula ante los ojos de las personas tiene un componente mediático, en cuanto ha sido destinado para el negocio mercantil y responde a los cánones que marca la influencia como paso previo a la manipulación, con el objetivo de que sus promotores ganen en poder. Artífice significativo del avance ha sido internet, que no solo ha facilitado la difusión hasta extremos inimaginables, sino que ha permitido que cualquiera pueda ser mediático a su manera. Con respeto a la diversidad sobre el papel, esta posibilidad ha sido aprovechada y monopolizada por grupos con espíritu empresarial para vender su mercancía, atentos fundamentalmente al poder de influencia como instrumento convertible en moneda de cambio. Al final ha resultado que los que van por libre han sido condenados al silencio, porque todo el sistema ha sido debidamente estructurado ateniéndose a un orden grupal.

Roto el mito del poder autónomo y afectados por la competencia, los medios, no obstante su diversidad, resultan que interpretan la misma sinfonía y lo hacen en clave capitalista, aunque usando de las distintas variantes para que ocultar la realidad de fondo. Aquellas se mueven desde el capitalismo radical hasta, aunque parezca paradójico, el anticapitalismo de última generación. Pero es el empresariado quien elige el repertorio único con sus variantes para que mediaticamente se manipule a las masas, al objeto de que incordien solo conforme al programa y permanezcan dentro del cercado del mercado.

El instrumental mediático, para gozar de mayor autoridad ante el auditorio, ensalza el valor de la voz humana. A tal fin utiliza el coro del escenario para que el grupo repita la misma letra y el público la coree. Ahora la pieza a interpretar tiene aires de pandemia conforme a esa letra que, aunque se cree que marcan los gobernantes locales, es producto de un gremio de más alto nivel, que encuentra en ella el medio para modernizar el negocio. Como el planteamiento es global, aquí y allá se repite la misma cantinela.

La actividad mediática ha cumplido con su función instrumental, las masas permanecen sumisas ante el nuevo orden global, nadie protesta y si lo hace es de forma ordenada, pese a las manifestaciones circenses. El mercado se resiente, pero sigue gozando de buena salud económica, porque lo que se va por aquí se recoge para allá, y los de siempre van a seguir cobrando el correspondiente dividendo. Claro está, que los medios integrados en el engranaje perciben la retribución por los servicios prestados, indirectamente en forma de influencia y directamente como salario en efectivo metálico. Asimismo, se les permite que sigan calificándose de poder, porque algo de eso tienen.