(Digo «los filósofos» en vez de «ciertos filósofos» por motivos estéticos. Envidio la libertad léxica de los poetas y de los escritores. Y en virtud de esa libertad escribo «inrastreable». Sé que esa palabra no existe, pero me gusta y se acomoda a lo que quiero expresar y al modo en que quiero hacerlo) Muchas […]
(Digo «los filósofos» en vez de «ciertos filósofos» por motivos estéticos. Envidio la libertad léxica de los poetas y de los escritores. Y en virtud de esa libertad escribo «inrastreable». Sé que esa palabra no existe, pero me gusta y se acomoda a lo que quiero expresar y al modo en que quiero hacerlo)
Muchas cosas pueden dotarse de significado y convertirse, por ese medio, en signo, pero es en la palabra donde el significado adquiere su forma más evolucionada y acabada. Reclamo la centralidad de la palabra en el mundo de los signos. Pero advierto que sin conocimiento sensible, sin la transformación constante de los objetos en imágenes sensibles, el significado de las palabras terminaría extinguiéndose. La pequeña reflexión de hoy, que precede al hermoso poema de Lu Ji, pretende ser una pequeña alabanza a la palabra, a su poder inconmensurable de significación, a su poder para crear mundos inexistentes, a su poder para separar cosas que de ningún otro modo podría lograrse.
Los filósofos viven presos del lenguaje, no lo conciben como un espejo de la vida, andan rígidos, como si cada cosa al quedar atrapada en una palabra se volviera vacía, inerte, inamovible. Parece como si la palabra le quitara no sólo el alma sino el movimiento a las cosas del mundo, como si las cosas al volverse palabras se tornaran irreconocibles, incognoscibles, inrastreables; como si siempre tuviéramos que andar por el mundo a tientas, sin saber a ciencia cierta qué es que. Parece que nuestro destino es la incertidumbre y la duda. Parece que cuanto más sabemos menos seguro somos. ¿No será esto un enfermizo escepticismo? ¿No será esto más un no saber vivir que un no saber pensar? ¿No buscaremos en ocasiones en las palabras las repuestas que debemos buscar en nuestra vida?
Los filósofos terminan perdiendo el sentido del gusto y se dejan anquilosar. No ven en el mundo, como lo hace Lu Ji, lo opuesto y lo variable. No ven el movimiento. Siguen captando los conceptos de manera rígida y los atacan del mismo modo: desde la rigidez. Hay que beber de las fuentes más variadas, de las épocas más distantes, de los pensadores más diversos. Cada palabra tiene su sitio en el mundo. No nos dejemos llevar por la superficialidad de los filósofos que declaran a ciertas palabras como carentes de significados: todas las palabras significan algo. Todas las palabras son obra de los pueblos y de la historia. Hay veces que no se pueden expresar ciertas cosas que se sienten o se intuyen, nos falta conocimientos en un caso y los nombres adecuados en otro, pero esto no vuelve a las palabras vacías de significados.
Les obsequio con un hermoso poema de Lu Ji. Se titula «Opuestos y Variables». Amo a la dialéctica y ese título me apasiona. Está tomado de su libro «Prosopoema del arte de la escritura». El prosopoema me entusiasma. Espero que a ustedes les suceda lo mismo. De este poema se pueden extraer muchas enseñanzas. Tal vez algún día me anime con la tarea. (No he podido, evitando que las palabras queden partidas, conservar la métrica. Tal vez refuerce así la naturaleza de prosopoema de este escrito).
OPUESTOS Y VARIABLES
La manera en que algo se elimina o desarrolla,
la forma en que uno avanza o retrocede.
Todo tiene que ver con lo apropiado
en cada momento y en cada circunstancia.
Cualquier cambio, por mínimo que
sea, modifica la emoción.
A veces las palabras son sencillas y su
mensaje profundo y complicado. A veces,
es simple la estructura y su melodía
ingrávida y ligera.
Otras veces, partiendo de lo antiguo,
es posible crear lo novedoso. O, incluso,
tras lo opaco y lo confuso, sea mayor aún
la claridad.
En ocasiones, una visión amplia viene
de un examen minucioso. La aprehensión
de la esencia viene de un trabajo
laborioso.
Es como los bailarines que danzan
moviendo sus mangas en armonía con el
ritmo. O como los cantantes que responden
libremente con su voz a los acordes.
Esto es lo que el carretero Bian no
pudo transmitir en palabras. Ni el más brillante
discurso podría siquiera alcanzar.