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Un recuerdo para Abraham Isaías Kohan

Fuentes: Rebelión

Y un día el fuego devoró su fuego. Ahora sus cenizas igual que las de Shelley discurrirán en los sitios remotos donde no está el olvido Raúl González Tuñón: Demanda contra el olvido Otras veces, cuando han fallecido amigos y compañeros (José Luis Mangieri, Celia Hart, Antonio Alac, Pablo Kilberg, Kiva Maidanik, etc) traté de […]

Y un día el fuego devoró su fuego.

Ahora sus cenizas igual que las de Shelley

discurrirán en los sitios remotos

donde no está el olvido

Raúl González Tuñón: Demanda contra el olvido

Otras veces, cuando han fallecido amigos y compañeros (José Luis Mangieri, Celia Hart, Antonio Alac, Pablo Kilberg, Kiva Maidanik, etc) traté de despedirlos y recordarlos mediante la escritura. (Quizás la escritura sea otra manera de combatir la muerte, de espantar el olvido, de ir tejiendo día a día la memoria que nos mantiene vivos y consolida nuestra identidad). Sus vidas fueron significativas no sólo para ellos o para su pequeño entorno familiar sino para mucha gente.

 ¿Por qué no hacerlo ahora con mi viejo?

Después de un cáncer de pulmón que se transformó en metástasis, enfermedad contra la que luchó y que lo consumió en un año y cuatro meses desde que se la detectaron, falleció Abraham Isaías Kohan (1933-2010). Traté de condensar pasajes de su historia de vida política en el documental Sangre Roja. Memorias de un médico comunista, un video de «La Rosa Blindada». Allí él mismo recorre y recuerda medio siglo de militancia acompañado por testimonios de algunos compañeros y compañeras de lucha (PC, PRT). Y de materiales históricos de archivo. Para quienes no hayan visto ese video documental, estas breves líneas.

Mi viejo nació en una familia de humildes inmigrantes judíos. Su papá (Wolf) austríaco, su mamá (Sofía) ucraniana. Gran parte de su (mi) familia fue torturada, vejada y asesinada en Austria por los genocidas nazis.

A despecho de la tan difundida y nefasta leyenda que siempre habla de que supuestamente, por definición, «todos los judíos son ricos» (mito antisemita machacado por los mismos sectores reaccionarios que desprecian a los negros, a los homosexuales, a los inmigrantes latinoamericanos pobres, etc. y erróneamente asumido como si fuera un punto de vista «progre» por algún que otro lumpen despolitizado e ignorante), Abraham Kohan tuvo una niñez judía con muchas carencias, necesidades y padecimientos materiales. Habitó pensiones y no tuvo vivienda fija. Para decirlo de manera simple: de niño pasó hambre. Literalmente hambre. (Siempre recordaba su infancia diciendo: «nunca tuve un juguete, ni una radio ni nada. Mi hermano Enrique me llevaba comida al colegio nocturno, muchas veces me pasaba todo el día sin comer»). Resabios y tristes recuerdos que nunca terminó de superar. Hasta sus últimos días se abalanzaba sobre la comida con desesperación a la hora de almorzar o cenar. Sus hijos le hacíamos bromas cariñosas diciéndole «Así Mirta Legrand nunca te va a invitar a sus distinguidos almuerzos«. Trabajó desde la escuela primaria y cursó toda la secundaria en Montevideo estudiando de noche, dedicando las principales horas del día a trabajar como repartidor de mercaderías en tiendas. En los tiempos universitarios, ya de regreso en Buenos Aires, estudiaba con libros prestados. Siempre recordaba que no los podía comprar. Rendía materias de medicina después que sus amigos para así poder usar la bibliografía y los apuntes que ellos le pasaban y prestaban.

A pesar de esos obstáculos de clase y origen terminó el doctorado en medicina (habitualmente afirmaba con sonrisa burlona que muchos se llaman «doctores» para darse importancia social sin haber realizado ninguna tesis científica). Llegó a presidir la Asociación Argentina de Hemoterapia e Inmunohematología y a dirigir el Servicio de Hemoterapia del Hospital de Clínicas, dependiente de la UBA. Nunca estuvo en la dirección del hospital por decisión propia, para no tener que transigir y agachar la cabeza con el poder ni tener que administrar de manera miserable la falta de insumos y el ahogo presupuestario que por lo menos desde 1966 viene aplastando a ese hospital-escuela. Fue uno de los especialistas que redactó en 1992 los protocolos y normas generales de medicina transfusional que habitualmente se utilizan en Argentina.

Sin embargo, aun habiendo llegado a ese nivel científico, vivió hasta su último día vendiendo su fuerza de trabajo y su capacidad científica a cambio de un salario. Otros científicos de su nivel en la especialidad se dedicaron a amasar fortunas, gestionar sus clínicas privadas y, en definitiva, a hacer dinero sin importarles las personas. Abraham Kohan, por el contrario, dedicó casi medio siglo al Hospital de Clínicas, institución pública y gratuita dependiente de la universidad pública y estatal. Quiso tanto y amó tanto al hospital y a la medicina que a veces tenía actos fallidos y decía «voy a casa» para referirse al hospital. Ayudó y sanó a tanta gente que muchos chicos de Buenos Aires y del interior, fueron bautizados al nacer como «Abraham» o «Isaías» (¡pobres pibes con esos nombres bíblicos…!) en agradecimiento a quien los salvó. Los papás le mandaban después las fotos de sus hijos a medida que iban creciendo. Tenía una carpeta que guardaba con mucho cariño con todas esas fotografías dedicadas y cartas.

En política comenzó militando de adolescente en Montevideo, Uruguay (donde vivió casi hasta los 20 años) en el grupo judío socialista Hashomer Hatzair (que significa «La joven guardia»). El mismo grupo uruguayo donde se formó uno de los comandantes del MLN-Tupamaros Jorge Zabalza. Ese nucleamiento intentaba sintetizar de manera internacionalista judaísmo y comunismo, defendiendo la idea de los Kibbutzim (cooperativas colectivistas con distribución rotativa del trabajo e igualdad completa entre hombres y mujeres). Lejos de Uruguay y Argentina, allá en Europa, Leopold Trepper (conocido por los nazis como «el gran jefe» según relata el libro La orquesta roja de Gilles Perrault) y otros entrañables compañeros comunistas que dirigieron la inteligencia clandestina que derrotó a la elite de la GESTAPO e hirió de muerte durante la segunda guerra mundial a 200.000 soldados nazis, también se iniciaron… en Hashomer Hatzair.

Al regresar a la Argentina, Abraham Kohan se incorporó a las juventudes comunistas. Militó en el PC más de cuatro décadas. En el video documental Sangre roja él mismo rememora sus vínculos y relaciones con diversos militantes del campo popular, desde trabajadores anónimos (albañiles, linotipistas, ferroviarios, cocineros, empleados de obras sanitarias, etc) que compartieron la militancia en célula en el barrio de Retiro hasta dirigentes políticos más conocidos como Ernesto Giudici (pensador que escribió numerosos libros de teoría marxista) o sindicalistas clasistas como Agustín Tosco (máximo dirigente del cordobazo) y Antonio Alac (principal dirigente del choconazo), entre otros y otras.

Sin dejar de ser un afiliado y un militante del Partido Comunista, durante los años del lopezrreguismo y la dictadura militar de Videla y Massera, Abraham Kohan colaboró y ayudó al PRT-ERP a través de médicos amigos suyos que militaban en la insurgencia. Nunca tuvo pose de «héroe» de las películas, su estilo era ejercer y practicar la solidaridad cotidiana, hablando bajito y sin hacer grandes alardes. Casi como «distraído», mientras sonreía y conversaba de cualquier tema. Y si de películas se tratara, se parecía más a un personaje charleta de Woody Allen que a los musculosos agentes de la CIA, la trilogía Born o MISIÓN IMPOSIBLE.

Una compañera del PRT amiga suya me contó, fuera de cámara mientras la filmaba, que cuando le pidió ayuda y colaboración para heridos del ERP… «tu viejo no se hizo el poderoso ni el valiente, simplemente me dijo «quedate tranquila, yo los voy a ayudar»«. Y cumplió de manera sistemática y continuada. Hizo lo que le pidieron no un fin de semana aislado, sino durante dos años aproximadamente. Así de sencillo. Ese gesto aparentemente microscópico pero de enorme significación política que tuvo con la insurgencia guevarista sintetiza, me parece, su visión del mundo y su posición ante la vida, ante los amigos, ante los compañeros. Por eso lo quería y lo quiere tanta gente. Dudó mucho en contar esa colaboración con el PRT-ERP, según me confesó ya internado para morir, «para no perjudicar» (palabras textuales) a los médicos que lo sucederían en el hospital. «Lo que pasa«, me explicaba desde la cama en la que estaba postrado, «es que los que dirigen la medicina son muy gorilas, muy fachos… no lo van a perdonar y se lo van a intentar cobrar con alguien«. Ya cerca de cruzar el límite seguía preocupado por los demás… ¡por hechos que sucedieron hace cuatro décadas!

Durante aquellos tiempos agitados y crueles de los años 70 también alojó y dio refugio en su vivienda de la provincia de Buenos Aires, donde vivía, a militantes clandestinos de la resistencia chilena que venían huyendo del golpe fascista de la CIA y Pinochet.

En 1976 comenzaron las amenazas de muerte (si no tengo mal entendido, incluso antes del golpe). Lo llamaban a todos sus trabajos, a su casa. Lo tenían fichado. Tuvo que salir huyendo de su casa y esconderse. Hasta el final, ya cerca de la muerte, cuando lo filmé ocultó donde se refugió cuatro décadas atrás… ¡para no comprometer a sus amigos! Si hay que decirlo con tres palabras, era un buen tipo. Con sus aciertos y sus errores, era fundamentalmente un buen tipo.

En esa época tuvo conflictos con su organización, el Partido Comunista (lo amenazaron con expulsarlo dos veces) porque Abraham Kohan cuestionaba la dictadura feroz de Videla, Harguindeguy y otros matarifes de cuarta categoría, perros guardianes de los grandes empresarios. En el video él mismo lo recuerda. A pesar de esos conflictos, él siguió siendo hasta el final un comunista. Nunca renegó. Despreciaba profundamente a los conversos, a los renegados, a los arrepentidos. Tuvo muchas decepciones pero hasta el último día creyó que el capitalismo y el mercado -absolutamente irracionales, egoístas y deshumanizados- no eran la solución para la gente. Siempre daba ejemplos cotidianos de la medicina, su propio campo. Había que apostar más allá del capitalismo. De viejo repetía la frase «es muy difícil cambiar la sociedad, y sobre todo cambiar a la gente, yo no lo voy a ver«. Estaba un poco triste. Pero nunca renegó. «Lo importante es reivindicar«, repetía hasta el cansancio…

Terminada la dictadura militar, viajó años más tarde a conocer la medicina socializada de la Revolución Cubana. Se solidarizó también con varios representantes de la izquierda latinoamericana que siempre atendía en forma gratuita (sin preguntar nombres ni documentos…).

El último libro donde escribió, ya a finales de la enfermedad, fue una compilación-homenaje al médico Luis Agote que descubrió el uso del citrato de sodio como anticoagulante por primera vez en el mundo permitiendo la transfusión de sangre extracorpórea. Abraham hizo la compilación y redactó la presentación editorial. Le llevaron el libro ya salido de imprenta cuando estaba internado pero no llegó a verlo. Se lo mostramos para que se ponga contento pero ya no podía hablar ni leer.

Uno de los últimos libros que llegó a leer antes de morir fue sobre el conflicto israelí-palestino de Pedro Brieger, a quien siempre miraba en la televisión junto con Hinde Pomeraniec.

Aun siendo un lector voraz (de medicina, de política) lo que más le agradaba era la oralidad, la conversación y el contacto directo con la gente. Era un conversador incansable, desordenado (a veces caótico) y muy querible.

El maestro Hegel escribía hace mucho tiempo que el deseo específicamente humano que define a nuestra especie es el de reconocimiento por parte de los iguales. Es muy probable que mi viejo haya alcanzado esa satisfacción al percibir todo el cariño y el afecto que lo rodeó hasta su último día (hoy, viernes 13 de agosto de 2010). Por suerte lo pudimos acompañar juntos con mi hermano Gustavo (de quien siempre estaba muy orgulloso, ya que siguió sus mismos pasos, también en la medicina) y su novia Mariana. Hasta el último minuto. Esos afectos no sólo fueron nuestros, familiares, del círculo más íntimo. Permanentemente lo llamaban (incluso cuando él ya no podía hablar), lo querían ver o directamente desfilaban los personajes más disímiles (desde médicos y trabajadores de diversos hospitales, hasta viejos militantes, antiguos pacientes, amigos de todos lados, etc), siempre intentando llevarle y mostrarle el reconocimiento por la generosidad y la solidaridad que él tantas veces brindó a los demás a lo largo de toda su vida.

Los restos de mi viejo serán cremados mañana en el cementerio de la Chacarita, sábado 14 de agosto, a las 9.30 h. Pero la verdad es que el ser humano vivo, el sujeto, la persona que nosotros queremos, no está ahí, sino en los recuerdos, el cariño, el amor, las sonrisas, los afectos, el ejemplo, la ética, la historia y fundamentalmente la continuidad de una manera de pensar, de vivir y de actuar todos los días que ojalá se prolongue en las generaciones posteriores.

PD: Mientras estaba vivo, le dediqué tres de los libros que escribí. En el último puse la siguiente dedicatoria: «Dedico esta investigación a mi padre, Abraham Isaías Kohan, porque me enseñó y me inculcó desde muy chico, en la vida cotidiana, a «tener conducta» (según sus palabras), a ser coherente entre lo que se dice y lo que se hace, a no transar, a no negociar con los principios, a priorizar siempre los valores de la ética comunista (la solidaridad, la generosidad, la amistad, la lealtad, el compañerismo, el estímulo moral, el hacer lo que se debe sin medir ni calcular) por sobre la mugre del dinero, el interés mezquino y material, «lo que conviene», el respeto a lo establecido, el cálculo egoísta, el acomodo personal. ¿Esa ética no es acaso el corazón del marxismo y el antídoto frente a tanta mediocridad?»

 

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

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