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Carmelo Gómez y Josep Maria Flotats ironizan sobre los estadistas en 'La cena'

Un retrato universal y venenoso del poder

Fuentes: El

Aunque Fouché ponga sobre el tapete la República, como alternativa a una restauración monárquica que no pueda controlar, el dilema de La cena (Bellas Artes) no es, teóricamente, Monarquía o República; es la conquista del poder. La forma de gobierno es lo de menos. Los ingleses, vencedores en Waterloo, ocupan París; el pueblo está en […]

Aunque Fouché ponga sobre el tapete la República, como alternativa a una restauración monárquica que no pueda controlar, el dilema de La cena (Bellas Artes) no es, teóricamente, Monarquía o República; es la conquista del poder. La forma de gobierno es lo de menos. Los ingleses, vencedores en Waterloo, ocupan París; el pueblo está en la calle y apedrea el Palacio de Talleyrand (Josep Maria Flotats); y Fouché (Carmelo Gómez), jefe del Gobierno provisional, se siente fuerte. En esas circunstancias se produce este encuentro que, si no existió en los términos y circunstancias que plantea Jean Claude Brisville en La cena, pudo haber existido.Talleyrand, un esteta, un príncipe; Fouché, un policía. En común tienen la ambición de poder y la capacidad para hacerse imprescindibles a todos los que gobiernan: Directorio, Consulado, Imperio, Monarquía.

La amenaza de Fouché de imponer la República frente a la pretensión restauradora de los Borbones es un envite de tahúr y no una opción ideológica. Sólo que Talleyrand es también un jugador de ventaja. La diferencia es instrumental; en Talleyrand prevalece la idea de pacto y en Fouché la idea de represión. No es casual que el diplomático le ofrezca al centurión lo que éste mejor conoce: el control absoluto de la Policía. Establecidas estas preferencias y conjurado el peligro de que cualquier aventurero, o Napoleón II, se apodere de Francia, les da igual República que Monarquía.Además de la ambición les une también la pasión por la buena mesa que Talleyrand degusta recreándose y Fouché devora atragantándose.Dice Fouché: «Con una mesa así, ¿cómo pensar en cambiar de régimen?».Esta estética la han llevado también a lo político, lo que no excluye que ambos tengan las manos manchadas de sangre.

La cena es, pues, un descarado ejercicio conspirativo y una cínica y apasionada reflexión sobre el poder. Aunque Talleyrand y Fouché invoquen el nombre de Francia, son servidores de sí mismos. La capacidad para mezclar razón de Estado y razones personales es, en ellos, un don: corrupción y crimen son los medios para tener el poder; la riqueza personal es el objetivo. Por eso cuando, acordado el reparto de poderes, van a ver a Luis XVIII, Chateubriand, que presencia la escena como una visión del infierno, escribe: «El vicio apoyado en el brazo del crimen».

Independientemente de lo que tenga de verdad o invención La cena, no parece excesivo afirmar que se trata de un retrato universal y venenoso del poder. Esta clase de personajes, enfrentados y antagónicos, dan mucho juego en teatro. Poner frente a frente dos ideas, opuestas o complementarias, es un ejercicio fascinante; pero algunos verán en ello una dinámica teatral más que una realidad política.

Puede que muchos que se acerquen al Bellas Artes vean en Talleyrand y Fouché no la naturaleza perversa del poder, sino dos personajes de ficción. Ningún político español se verá reflejado en ellos. No hay en nuestro horizonte próximo políticos de tan colosal dimensión, aunque sea en clave de cinismo y perversidad. Gentes de esta estirpe no existen ya salvo que estén de cocineros en la trastienda -papel que se atribuía a Alfonso Guerra- y sólo les conozcan los que estén en el ajo. Pensar que el mutante Felipe González, el sinuoso Carrillo, el torturado Aznar, el astuto Rubalcaba o el desvencijado Fraga, pueden parecérseles, suena a chiste de mal gusto.

El poder según Fouché

1. «La Monarquía ya no es de derecho divino, es sólo una solución más entre varias; una solución frágil y, hoy por hoy, impopular».

2. «Ese gotoso (Luis XVIII) pondrá su enorme culo en el trono sólo si yo le apoyo».

3. «Envidio su linaje, monseñor. Mis traiciones no tienen historia ni genealogía».

4. «El poder será de la Policía, de los espías, de los delatores.Eso será el orden».

5. «La política no existe, existe la vida. Y la vida no es más que el nombre que adopta la política cuando pasa por nuestras venas».

6. «Sus modales [los de Talleyrand] huelen a mierda; nosotros no somos de la misma clase. (…) Huele mal; peor que yo, que sólo huelo a sangre».

El poder según Talleyrand

1. «Reconozco como lo más prudente que nosotros mismos nos demos un amo: un amo al que conozcamos y que nos necesite».

2. «Ganemos la paz, ganemos la guerra; pero ganemos dinero».

3. «Con una buena Policía sólo puede haber un buen Gobierno, porque nadie podrá decir que es malo».

4. «¿A qué Gobierno le gusta ordenar que disparen contra el pueblo (…)? A veces se ve obligado a dispersar ciertas concentraciones de facciosos en interés del propio pueblo».

5. «¿Sabe por qué mi dossier secreto no es un peligro para mí? Porque es de notoriedad pública: soy un prevaricador y un depravado.Mas de todo me protege mi talento. Hay en mí algo inexplicable que acarrea la desgracia de quienes me ignoran».

6. «Por la inmovilidad de la historia y el movimiento de la política».

 


‘Yo Claudio’ y las tiranías

‘Yo Claudio’ (Teatro Albéniz) es también una cruenta aproximación al poder en sus formas más puras y salvajes. Aquí no se necesita recurrir siquiera a la Razón de Estado. No hay poder sin crímenes, violencia y traición, viene a decir Livia (Encarna Paso), la abuela de Claudio. Calígula accede al poder porque es cobarde, traicionero, embustero y un crápula desvergonzado y excesivo.Un destino imponderable pone la corona en las sienes de Claudio, el idiota, cojitranco y tartaja; mas tan astuto que sobrevive a todas las purgas y degüellos: un republicano que confía en devolver el poder al Senado. Pero le arrastra la inercia del crimen y los recelos y, tras llegar a la conclusión de que «es peor una tiranía con apariencia de gobierno del pueblo que la tiranía pura», proclamará que «la República ha muerto para todos».Al igual que Fouché gritará «fuera la república»