Todo hace suponer que, a pesar de todos los desastres y los graves problemas que en 2018 debieron soportar los pobres de todo el mundo, en este 2019 probablemente recordaremos al año anterior con añoranza. En efecto, el año comenzó con una fuerte caída de las bolsas de valores y con informes sobre la actividad […]
Todo hace suponer que, a pesar de todos los desastres y los graves problemas que en 2018 debieron soportar los pobres de todo el mundo, en este 2019 probablemente recordaremos al año anterior con añoranza.
En efecto, el año comenzó con una fuerte caída de las bolsas de valores y con informes sobre la actividad industrial que demuestran un estancamiento de la recuperación europea a pesar de que los bajos precios del petróleo y del gas favorecen a esos países.
Europa está siendo golpeada, además, por la situación política y, sin duda alguna, sufrirá el fuerte impacto de un debilitamiento de la economía y del aumento del recalentamiento climático que desplazará cultivos y gente, potenciará la desertificación de grandes zonas y reducirá el abastecimiento pesquero y agrícola.
En una interacción viciosa, la obtusidad de Trump, los daños sociales y ambientales provocados por ignorantes y fascistas como Bolsonaro (que rebajó el salario mínimo y dio luz verde a la destrucción de la reserva amazónica), así como la política de casi todos los gobiernos europeos se suman a las políticas antiobreras de China, Rusia, la India y todos demás «emergentes» que están siendo afectados por la caída de los precios del petróleo y de todas las materias primas.
Esas políticas impiden resanar el ambiente, elevar los consumos de alimentos, reducir los presupuestos sanitarios y hospitalarios, elevar el nivel de aprendizaje y de formación en las escuelas, utilizar los recursos racionalmente y sin despilfarros. Por el contrario, imponen un concepto del desarrollo que está identificado con el lucro capitalista y a éste responde.
Ahora bien, el desarrollo para la ganancia logrado a costa del ambiente y de las comunidades, no desarrolla nada salvo la miseria y la emigración. La tala de bosques naturales, con gran variedad de especies, la gran minería que envenena las aguas, el extraccionismo como sinónimo de productividad y progreso, son actividades criminales que agravan el recalentamiento global.
A eso se agrega que los grandes bancos no han aprendido nada de la crisis de 2008 desencadenada por la quiebra del Lehman Brothers y hoy, en Estados Unidos Alemania y sobre todo Italia, se reprodujo la burbuja crediticia mientras que los países asumen deudas con tasas cada vez más caras que ascienden al total de su PIB o lo superan y que son impagables a medio plazo.
Sobre todo esto grava también el costo inmenso del rearme y de los vuelos espaciales detrás de los cuales se esconde el desarrollo de tecnologías bélicas. Rusia pone a punto cohetes poderosísimos y bombarderos de última generación portadores de armas nucleares, China crea bases marítimas y portaaviones y coloca una base en la Luna y Trump amenaza a cada rato con su arsenal atómico en la península coreana, junto a China, mientras Francia desarrolla incorpora y vende submarinos atómicos armados con cohetes nucleares mar-tierra.
En todos los países la parte del león en los presupuestos gubernamentales corresponde a las fuerzas armadas y las fuerzas represivas mientras se reducen los fondos para los salarios indirectos (servicios sociales, pensiones jubilaciones) así como los ingresos reales de los trabajadores, lo que achica el mercado interno.
La guerra comercial de Trump contra China, aunque en lo inmediato le permitió repatriar capitales, está comenzando a resultarle dañina. Los impuestos a los productos chinos, en efecto, recaen sobre compañías con fuertes inversiones estadounidenses y, además, la economía de Estados Unidos no puede prescindir de los productos de alta tecnología importados mientras que China puede, en cambio, reemplazar fácilmente en Sudamérica (Brasil, Paraguay, Argentina, Bolivia) la soya, los cereales y las frutas y jugos estadounidenses y, además, está desarrollando su granero en África.
Estados Unidos ha perdido la batalla comercial con China pues ésta cuenta ya con una clase media de unas 400 millones de personas que consume como los estadounidenses (y que es más vasta, por lo tanto, que el total de los 327 millones de habitantes de E.U.) y, por consiguiente, su mercado interno es mayor y tiene un potencial de desarrollo mucho más importante no sólo porque los chinos son ya 1 400 millones sino también por los lazos comerciales en Asia y África que la Ruta de la Seda potenciará grandemente.
China ha disminuido mucho su ritmo de crecimiento que actualmente gira en torno al seis por ciento anual necesario para da vivienda, educación y servicios a sus nuevos habitantes. Estados Unidos, por su parte, logró con Trump un efímero crecimiento récord de más del tres por ciento anual, pero no podrá mantenerlo si en 2019 entrásemos en una depresión o, peor aún, una nueva crisis financiera e industrial.
En eso reside, precisamente, el peligro mayor pues el demente Trump podía verse tentado a usar su potencia bélica que por el momento y todavía es mayor a los de sus adversarios para jugarse el todo por el todo en una aventura criminal antes de que el crecimiento chino lo haga imposible.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.