Vilassar de Dalt (Barcelona), Biblioteca Buridán, 2017; edición original 2016, traducción de Josep Sarret Grau. Lo más importante: una biografía, del físico italiano Vincenzo Barone [VB], una nueva biografía de Albert Einstein (no es fácil escribir sobre un científico-filósofo de su importancia a estas alturas, tras miles y miles de aproximaciones) absolutamente recomendable. El libro, […]
Vilassar de Dalt (Barcelona), Biblioteca Buridán, 2017; edición original 2016, traducción de Josep Sarret Grau.
Lo más importante: una biografía, del físico italiano Vincenzo Barone [VB], una nueva biografía de Albert Einstein (no es fácil escribir sobre un científico-filósofo de su importancia a estas alturas, tras miles y miles de aproximaciones) absolutamente recomendable.
El libro, muy bien escrito, se lee como una buena novela, está estructurado en diez capítulos (más la introducción, las fuentes bibliográficas y un índice nominal): 1. Infancia y juventud. 2. La proeza de 1905. 3. La vida privada. 4. Ingeniero jefe del Universo. 5. La fama mundial. 6. «Dios no juega a los dados». 7. Del Viejo al Nuevo Continente. 8. Guerra y paz. 9. El gran sueño. 10. El cerebro del genio.
No se puede decir todo sobre la vida y las grandes aportaciones científicas, y también filosóficas, de Einstein (ni siquiera Abraham Pais lo consiguió en aquel libro inolvidable: El Señor es sutil… La ciencia y la vida de Albert Einstein). Pero, sin duda, VB nos cuenta muy bien lo esencial, destacando -aunque no solo- en su aproximación a la obra científica del autor de «¿Por qué socialismo?». ¿Conviene volver a Einstein? Conviene. Un ejemplo:
Manel Lucas, periodista, publicaba el 23 de febrero de 2017 en las páginas de El País en Cataluña una nota con el título: «La relatividad». Una reflexión, no hace falta entrar en detalles, sobre la situación política catalana. Estas eran las palabras con las que cerraba su artículo: «Leo que este miércoles se cumplen años, me que 94, de la visita de Albert Einstein a Barcelona. Y lo siento, no puedo evitar la referencia: gracias a él sabemos que todo, también en política, también en la relación entre verdad y mentira, es relativo».
La refutación, a la totalidad, de esta inexactitud político-cultural (y gnoseológica), que parece seguir siendo un mal lugar común, la encontramos en este libro de VB, profesor de física teórica en la Universidad del Piamonte Oriental y autor de diversas obras de investigación y divulgación sobre la relatividad, la simetría y las matemáticas.
La falsación de esa más que inapropiada concepción de la teoría de la relatividad la expone el autor en el capítulo 2, «La proeza de 1905», uno de los mejores de la biografía. En estos términos: la relatividad restringida, diez años después Einstein alumbraría la teoría de la relatividad general, se basa en dos postulados (el primero de los cuales es el principio de relatividad): las leyes de la física tienen la misma forma, «para todos los observadores en movimiento uniforme (o, si se prefiere, para todos los sistemas de referencias en movimiento en movimiento uniforme -cada observador lleva consigo su propio sistema de referencia)» (p. 38). Esta es una condición central y vinculante respecto a las leyes de la física: «para respetar el principio de relatividad, una ley física (que se expresa mediante una ecuación matemática) tiene que permanecer invariable cuando se pasa de un observador a otro, es decir, cuando cambia el sistema de referencia».
El segundo postulado de la teoría establece que la velocidad de la luz en el vacío, la c de la conocida ecuación sobre masa y energía, «es la misma para todos los observadores en movimiento uniforme» (una afirmación que, de entrada, contradice nuestra experiencia común que nos llevaría a sostener que c, como la de cualquier otro cuerpo, depende del observador, de si, por ejemplo, este está o no en movimiento respecto a determinado eje de referencia).
Nada pues, ni en uno ni en otro postulado, que reme a favor del relativismo gnoseológico (ni, por supuesto, político, cultural o moral). Si lo pensamos bien, más bien lo contrario. En todo caso, la referencia indica la enorme influencia cultural en sentido amplio de esta gran teoría científica, acaso solo comparable (también en malas o equivocas interpretaciones) con la teoría darwinista de la evolución o con el teorema de incompletud gödeliano.
El motivo central que mueve las doscientas páginas de esta biografía científica y poliética puede ser resumido en unas palabras del propio Einstein de 1931, del ensayo titulado Cómo veo el mundo, que también recoge el autor: «Lo ideales que han iluminado mi camino y que en muchas ocasiones me han dado un nuevo coraje para hacer frente serenamente la vida han sido la bondad, la belleza y la verdad. Sin la conciencia de estar en armonía con quienes participan de mis convicciones, sin el anhelo de alcanzar una meta siempre inalcanzable, la vida me habría parecido vacía». A la traída señalada, Einstein, que también echaba un sueño e ocasiones, hubiera tenido que añadir la justicia. VB traza, con innegable admiración, un detallado comentario de texto de esta confesión einsteiniana.
VB no descuida, desde luego que no, los aspectos biográficos del gran físico internacionalista (momentos en los que se muestra en ocasiones, cosa que debe agradecerse, muy poco apologético) ni tampoco los, digamos, más estrictamente poliéticos. Por ejemplo, el papel que desempeñó en la apuesta y construcción de la bomba atómica.
Desde un punto de vista científico-filosófico, sueños y errores no ocultados, los capítulos más destacados son el segundo, el cuarto, el sexto y el noveno. Con estas palabras cierra el dedicado a 1905: «En la historia de la física del siglo XX ha habido otro años particularmente felices en los que se ha concentrado muchos descubrimientos importantes. Pero el año 1905 ha quedado -y es posible que quede así para siempre- como una excepción irrepetible: tanto por la extraordinaria relevancia de los resultados que hemos recordado (la teoría de los cuantos de luz, la teoría atómica de la materia, la relatividad) como por el hecho -que nunca antes se había producido- de que fueron obtenidos por una misma persona: un joven estudiosos solitario, ajeno al mundo académico, que iba a convertirse en unos pocos años en el científico más famoso del mundo» (p. 47)
Si existiese la tumba de Einstein, con estas palabras finaliza VB su libro, podrían grabarse las mismas palabras que están grabadas en el tumba de Newton: «Alégrese los mortales de que haya existido un honor tan grande para el género humano». Sin embargo, añade el autor, el propio Einstein hubiera elegido otras más profanas, más directas, como aquellas que había dictado una vez cuando le pidieron un mensaje para colocar en una biblioteca a su futura memoria. Fueron estas:
«Querida posteridad, si no os habéis vuelto más justos, más pacíficos y en general más racionales de lo que somos (o éramos) nosotros, ¡iros al diablo! Con este piadoso deseo, declaro ser (o haber sido)». Tomemos nota. Por el momento, estamos en compañía diabólica.
Una recomendación: si tienen ocasión, completen su aproximación a la vida y obra de este gran científico mozartiano con la lectura o relectura de Francisco Fernández Buey, Albert Einstein. Ciencia y conciencia, Retratos de El Viejo Topo, Barcelona, 2005. Dos es uno.
Fuente: El Viejo Topo, abril de 2017
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