Me impresionó la casa de Bertoldt Brecht. Le fue cedida en 1948 por el gobierno de la República Alemana, cuando regresó después de 15 años de exilio. Volvía de Estados Unidos, donde fue sometido a la tortura de los interrogatorios del Macarthismo. Se instaló en la zona Este de Berlín, en Chausseestrasse 125; un edificio […]
Me impresionó la casa de Bertoldt Brecht. Le fue cedida en 1948 por el gobierno de la República Alemana, cuando regresó después de 15 años de exilio. Volvía de Estados Unidos, donde fue sometido a la tortura de los interrogatorios del Macarthismo. Se instaló en la zona Este de Berlín, en Chausseestrasse 125; un edificio pequeño, rodeado de jardín, convertido hoy en archivo y museo. El interior tiene correctas dimensiones y cuartos espaciosos. Brecht ocupaba el primer piso y el bajo su mujer, Helene Weigel, que disponía de un salón con un gran ventanal y de una puerta de cristales que se abría a una terraza amplia y llena de plantas. En el dormitorio se puede ver todavía una cama pequeña, un tocador abarrotado de frascos, y un televisor ante el cual la actriz pasaba horas intentando volver a aprender de otros actores lo que ya sabía. Entre ambos pisos una escalera de tablas de madera oscura y bien encerada.
Confieso que me emocionó pisar la casa donde vivió y murió Brecht, y que me identifiqué tanto con él que fue como si me contagiase fugazmente de su sabiduría y, por unos momentos, me sentí capaz de entender el mundo para crear una obra como «La ópera de cuatro cuartos». La casa parecía impregnada del talento de su dueño, que escribía contra viento y marea, sentado en confortables sillones, ante cualquiera de las mesas que soportaban sobre sus tableros diferentes modelos de máquinas de escribir, o de pie, delante de un pupitre alto que, a modo de atril, sostenía el papel donde el escritor hacía sus anotaciones, mientras paseaba por el pasillo que dejaban los muebles, situados a ambos lados de la habitación. Para Brecht era imprescindible aquel espacio vacío para pensar y escribir. En el libro que recoge alguno de sus poemas, «… del lugar y la circunstancia», el autor da a uno de ellos el nombre de «una casa nueva» y la describe así: «Al volver de un exilio de quince años / me he instalado en una hermosa casa / Aquí he colgado mis máscaras No y el cuadro enrollable / de un hombre dubitativo. El tener que conducir entre las ruinas / me recuerda a diario la situación privilegiada / a la que debo esta casa, que, ojalá / no me vuelva insensible a las covachas / donde tantos miles se cobijan. Encima del armario / sigue estando con mis manuscritos / mi baúl de viaje». La misma idea se refleja en los versos de «cuando me hice rico», que comienzan de esta manera: «Fui rico durante siete semanas de mi vida / con las ganancias de una obra de teatro me compré / una casa rodeada de un gran jardín». Tras describir la casa, el poema termina: «Me fui sin una queja o sin apenas quejarme. Y al escribir esto / ya me costaba trabajo recordarla. Cuando me pregunto / cuántas mentiras hubiera estado dispuesto a decir para / conservar esta propiedad / me doy cuenta de que no muchas. Así que espero / que no me haya hecho daño tenerla. No fue / poca cosa pero / las hay más importantes». Estos y otros escritos suyos me han hecho comprender que él siempre estaba dispuesto a coger su baúl de viaje y sus manuscritos para marcharse dejando todo lo demás, porque lo que más quería no era lo que tenía sino lo que pensaba.
Todavía no he dicho lo que me impresionó realmente de la casa nueva de Bertoldt Brecht: Estaba construido frente al cementerio, y sólo un murete de apenas un metro hacía las veces de línea divisoria entre las plantas del jardín y las tumbas y mausoleo, que se aproximaban hasta la cama de Brecht como su prolongación, y se alejaban de su mirada hasta más allá del horizonte. ¿Cómo es posible? Me he preguntado una y otra vez, ¿cómo es posible que un hombre tan vital y con tanta capacidad para disfrutar de los placeres de la vida como era Brecht, pudiera vivir en medio de un paisaje tan tétrico y desolador?
Interesada por descubrir qué pasaba por la cabeza del hombre dubitativo, como el chino del cuadro enrollable, he tratado de analizar el misterio de las tumbas y la casa; lo que expongo aquí son deducciones. En los poemas «del lugar y la circunstancia» él habla abundantemente de casas, de jardines, de la naturaleza, de días hermosos y, también de teatro y de actrices apreciadas, y de la gente sencilla, que tanto quiso, pero todo, siempre, tiene un mal final. En las casas descritas se puede disfrutar de la vida en paz, pero deben disponer de varias puertas para escapar cuando vinieran a detenerle por haber defendido la verdad. La belleza de los árboles y la tierra convive con el dolor que le produce verla quemada y deshecha, y en ruinas las ciudades vividas o la actriz amada, finalizados prematuramente los días felices. Brecht no puede sustraerse al miedo que le produce la pérdida y no quiere hacerse ilusiones: está bien su casa, pero necesita vivirla como unidad con lo irreparable. Es su manera de conjurar la muerte, de no percibir la incertidumbre de la espera, de dominarla. Brecht la teme, y detesta especialmente los crímenes del nazismo y la guerra. Salvando los oficios y las distancias, quizá pudiera haber cantado al viento como Bob Dylan diciendo con él «¿cuántas muertes más habrán de tomarse para que se sepa que son ya demasiadas?» A Brecht le cuesta dejar de creer en la felicidad aunque continúa viviendo como si creyera. Hasta el final habitó una casa junto a un cementerio, y escribió lo siguiente refiriéndose a la ciudad de los ángeles y al infierno: «…Y casas, construidas para hombres felices; vacías, por lo tanto, aunque estén habitadas». Bertoldt Brecht no dejó nunca de habitar aquella casa que le permitió decidir cuál sería su tumba desde la ventana.