Los «democráticos» ejércitos occidentales tienen encomendadas dos funciones vitales básicas: una interna, represiva, que garantiza el poder de la oligarquía local, y otra externa, agresiva, representada por la guerra preventiva (guerra colonial) que, con la coartada ideológica de luchar contra el terrorismo, saquea recursos ajenos. La mayoría de las veces estas agresiones se adornan con […]
Los «democráticos» ejércitos occidentales tienen encomendadas dos funciones vitales básicas: una interna, represiva, que garantiza el poder de la oligarquía local, y otra externa, agresiva, representada por la guerra preventiva (guerra colonial) que, con la coartada ideológica de luchar contra el terrorismo, saquea recursos ajenos. La mayoría de las veces estas agresiones se adornan con eufemísticas denominaciones como «misiones humanitarias de paz», a pesar de que participen bien pertrechados de tanques, buques de guerra, aviones de combate, toneladas de bombas de uranio empobrecido, y a pesar de que médicos civiles o maestros- que sanen o alfabeticen a los receptores de tan «generosa» ayuda- brillen por su ausencia. Con esta segunda función, el capitalismo pretende imponer un macabro orden internacional, afín a sus intereses.
No hay equívocos posibles. El mundo ha podido comprobar los efectos que causan las operaciones militares que, supuestamente, iban a «evitar matanzas, acabar con el terrorismo, desmantelar armas de destrucción masiva, estabilizar y mantener la paz» tanto en la antigua Yugoslavia como en Haití, Afganistán, Iraq y allá donde se desarrollen. Genocidios; asesinatos selectivos; bombardeos indiscriminados sobre la población civil; violaciones; torturas; vuelos secretos de la muerte; presos sin derechos y encerrados en jaulas como animales, esos son sus mayores logros.
Todo indica que, a partir de ahora, el leviatán llamado OTAN prescindirá del apoyo legal de la ONU para mantener la política del garrote, que, en ocasiones, viene acompaña de una pincelada mística, al vigilar, amablemente, el espacio aéreo que cubre la beatífica testa de Su Santidad, cuando el representante de la Iglesia de los pobres sale de sus palacios- de techos de oro- para darse un paseo. A dios rogando y con el mazo dando, dice el sabio refranero. Con semejante perspectiva, es lógico que desde el Oriente pobre y masacrado, estos energúmenos de la fuerza sean considerados cruzados contemporáneos. Menos mal que, incluso en este Occidente de los magnates, empieza a surgir un nuevo pensamiento militar. Pero no hay que precipitarse. Eso sucede, por ahora, sólo en Venezuela, gracias al Gobierno bolivariano y está en sus inicios.
En España se decía que el servicio militar obligatorio era gratificante porque «realizaba» a las personas (los hacia hombres), pero muchos sólo aprendimos a despreciar los galones y a quienes los portaban. Era usual (y continúa siéndolo) que oficiales y suboficiales ociosos, pasaran el rato humillando a los reclutas, jugando al tiro al blanco, o despilfarrando, con chulería y arrogancia, lo que no era suyo, por no hablar de las pintorescas misas de campaña que pontificaban sobre la tríada «dios, monje, soldado». Hoy día, igual que entonces, el Ejército español se rige por los mismos códigos de conducta, unos principios ideológicos reaccionarios y un ridículo patriotismo de opereta.
En este mundo, mayoritariamente capitalista, la casta militar velará siempre por los intereses de los oligarcas y vigilará, también siempre, a la díscola clase obrera. Pero no todo el monte es orégano. Hace unos días tuve la oportunidad de presenciar por televisión unas imágenes que, en principio, no me resultaron demasiado atractivas ya que el plano televisivo lo ocupaban largas filas de militares alineados impecablemente. Para mi sorpresa, en los discursos de rigor, los mandos comenzaron a hablar de «pueblo en armas» y se definieron como un ejército clasista, de clase obrera, de campesinos e intelectuales progresistas. También hablaron de unas fuerzas armadas identificadas con los intereses de las capas populares porque formaban parte de ellas. En definitiva, dibujaron un ejército educado en los valores de la paz, la democracia popular y el progreso. Aquello era sorprendente.
Poco después sonaron las notas de la canción La Era está pariendo un corazón (compuesta por Silvio Rodríguez en memoria de un revolucionario que dio su vida por los humildes) que fue interpretada, ante la atenta mirada de los uniformados, por Omara Portuondo. De inmediato el acto castrense mostró su espléndida realidad: Aquellos soldados pertenecían a las Fuerzas Armadas Revolucionarias cubanas (FAR), un ejército antiimperialista, cuyo objetivo no es reprimir al pueblo sino defender sus conquistas, un ejército que ha combatido lejos de sus fronteras, no para saquear los recursos de otros pueblos sino para ayudarlos a liberarse de las garras del fascismo imperialista.
El evento ocurrió el pasado 24 de junio, con motivo de la graduación y entrega de despachos a los cadetes de los Centros Superiores de Enseñanza Militar. El lugar elegido: la Plaza de la Revolución en La Habana, Cuba.