Kintto Lucas es uno de los pocos verdaderos periodistas de investigación que tiene el país. No diré que muy probablemente sea el único, para no despertar resentimientos innecesarios, pero quienes se hayan sumergido en buena parte de la obra periodística de este narrador, poeta y comunicador, habrán atestiguado la acuciosidad casi obsesiva con que este […]
Kintto Lucas es uno de los pocos verdaderos periodistas de investigación que tiene el país. No diré que muy probablemente sea el único, para no despertar resentimientos innecesarios, pero quienes se hayan sumergido en buena parte de la obra periodística de este narrador, poeta y comunicador, habrán atestiguado la acuciosidad casi obsesiva con que este ha registrado, paso a paso, las incidencias de nuestra historia política, social, económica y cultural. Gracias a ese registro, tamizado con su aguda visión de hombre de izquierda, es posible reconstruir, con una abrumadora sensación de objetividad, lo que (nos) ha sucedido durante las últimas décadas: desde el crecimiento y fortalecimiento organizativo e ideológico del movimiento indígena, hasta su fragmentación producto de la manipulación ejercida por los diferentes gobiernos; desde los primeros pasos de la administración de Hurtado para implantar lo que más tarde se llamaría «neoliberalismo», hasta la desarticulación -a medias- realizada por la llamada «revolución ciudadana», pasando por el «terrorista económico» Dahik, llamado así por el propio Febres Cordero, pues fue este personaje el que echó abajo los controles del estado para que el inescrupuloso sistema financiero privado hiciera de la suyas hasta desembocar, años más tarde, en el «el feriado bancario».
La memoria es un bálsamo contra las iniquidades y manipulaciones del presente. El que lea esta obra -dividida en tres partes, suma de casi 1300 páginas con detalles imperdibles- se enterará, por ejemplo, de que la deuda externa ecuatoriana alcanzó en 1999, el 84% del PIB, que el país padecía una inflación anual del 54%, con un desempleo y subempleo cercano al 74%, al tiempo que la tasa de suicidios había crecido de manera desmesurada y que, mientras el gobierno de Mahuad, dócil ante el capital nacional e internacional, destinaba el 53% del PIB al pago de la deuda, la cúpula de la Iglesia se dividía entre el no pago o moratoria (Luna Tobar) y el pago obligatorio de la misma (Eguiguren), hasta que un «pedido» de Juan Pablo II puso, por fin, a la Iglesia ecuatoriana y Latinoamericana a buscar espacios para pedir la condonación de la deuda.
Muchos ya no lo recuerdan pero al final de todo ese torbellino económico y político, Jamil Mahuad: el mismo que cedió en la mesa de negociaciones con los peruanos lo que se ganó tanto en el campo de batalla como en el de la diplomacia internacional, el mismo que concedió a los norteamericanos una base militar que violaba todo principio de soberanía, el amado «delfín» de la Democracia Cristiana que parecía preparado como ningún otro para gobernar, atado de pies y manos por la bancocracia, la partidocracia y su propia negligencia, se encargaría de echar a pique al país, en tanto los Estados Unidos, como suele hacer con todos sus «colaboradores», le dio asilo político y este se procuró una cátedra (ríase el que quiera) sobre «gobernabilidad» en Harvard.
Lo anterior -que me propuse mencionarlo aquí puesto que no vale la pena olvidarlo ahora que los que entonces hundieron el país buscan convertirse otra vez en sus «salvadores»- es apenas un fragmento entre los innumerables -apasionantes unos, indignantes otros- episodios de nuestra historia reciente, donde los discursos de los distintos actores sociales pierden peso ante la contundencia de los hechos, magníficamente relatados en esta obra que deberá convertirse en consulta obligada de cuantos quieran conocer la realidad de nuestro país.
El Tomo II no deja de ser en extremo interesante, pues a lo largo de 519 páginas es posible apreciar la sombra que en su momento proyectaron sobre el país personajes como Lucio Gutiérrez o León Febres Cordero, así como la sorpresiva irrupción en la vida política del entonces desconocido ministro de finanzas de Alfredo Palacio, el economista Rafael Correa Delgado, y todo ello en medio de dos episodios en verdad vergonzosos de nuestro peor «realismo mágico»: el caso del notario Cabrera y esa farsa colorida que resultó la elección de Miss Universo (de la firma de Donald Trump) en el Ecuador.
Sin embargo, es en el Tomo III cuando es posible dimensionar los desafíos nacionales e internacionales a los que debió enfrentarse la llamada «Revolución ciudadana» en sus primeros momentos y, en igual medida, las deudas históricas evidenciadas luego de que se asentara el polvo. Un gobierno -coaligado a otros del «socialismo del siglo XXI en la región- por un lado, obligado a dar un giro de 180º al oprobioso legado de la «larga y oscura noche neoliberal» y, por otra, enfrentado a limitaciones políticas, ideológicas y personales, propias y ajenas, que en muchas ocasiones reflejaron la distancia entre el discurso y los hechos.
A través de estas páginas es probable que a más de uno le invada una mezcla de emoción, nostalgia y pesadumbre al constatar todo lo que en su momento estuvo en juego -que de una manera diferente sigue estando-, así como las oportunidades que se aprovecharon y se perdieron a lo largo de los primeros meses y años de la RC, un tiempo vital, expectante, con frecuencia lleno de euforia y triunfalismo, en el que había que aprender a gobernar sobre la marcha, lo que acarreó resultados no siempre positivos, pero aleccionadores.
Ecuador, cara y cruz es entonces una obra fundamental para la historia reciente de nuestro país, donde quedan en evidencia, con datos y fechas precisas, los escenarios y actores principales de los últimos 25 años del país, convirtiéndose, por sus características, no solo en un compendio histórico/periodístico, sino también en una inmensa lección de la que todos debemos sacar conclusiones para el presente y el futuro.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.