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Una introducción al fetichismo del progresismo ecuatoriano

Fuentes: Rebelión

Frente al actual edificio de la Fiscalía General del Estado, antigua embajada norteamericana en Quito, puede verse un mural llamado el «Grito de la memoria». Aquel mural presenta a personajes de la historia ecuatoriana y latinoamericana célebres por cometer crímenes en contra de los derechos humanos -p.ej. puede verse a Videla, Pinochet o Febres Cordero-, […]


Frente al actual edificio de la Fiscalía General del Estado, antigua embajada norteamericana en Quito, puede verse un mural llamado el «Grito de la memoria». Aquel mural presenta a personajes de la historia ecuatoriana y latinoamericana célebres por cometer crímenes en contra de los derechos humanos -p.ej. puede verse a Videla, Pinochet o Febres Cordero-, al mismo tiempo que se muestra una representación del «pueblo», protestando y exigiendo justicia.

Sin duda este gesto es un merecido reconocimiento a las víctimas de una época nefasta para América Latina y para el Ecuador. Al ver aquel mural instalado precisamente en una antigua embajada norteamericana uno adquiere una primera impresión de que en la actualidad nuestra América vive nuevos tiempos, tiempos de cambio, los anhelados tiempos de revolución, progreso, dignidad. Y en el caso particular del Ecuador, vivimos una época de «revolución ciudadana».

Sin embargo, esa es la primera impresión, pero ¿es la realidad? ¿Será que por fin vivimos una época de cambio y revolución? ¿Será que América Latina y el Ecuador por fin encontraron aquella «senda al desarrollo» de forma digna y sin ser «patio trasero» de nadie? ¿Será que por fin terminó el incumplimiento a los derechos humanos? Yo diría que no, sino que más bien nos encontramos ante una nueva época del desarrollo -o subdesarrollo- del capitalismo latinoamericano, una época en donde ha surgido un nuevo instrumento, el «fetichismo del progresismo».

A primera vista, y si uno se deja llevar por las apariencias, podría creerse que efectivamente en América Latina se viven épocas de cambio. Al menos en el caso ecuatoriano, parece que por fin tenemos un presidente firme, que no tiene miedo en acusar a la «burguesía» y que admite que su gobierno defiende los intereses de los trabajadores, y como trasfondo de ese discurso, tenemos música protesta latinoamericana y grandes banderas tricolores. A todo eso se agrega el eslogan, ya repetido hasta la saciedad, de que este es el gobierno que busca el «Buen vivir».

Esa es solo la apariencia, la imagen, el fetiche que nos vende el gobierno ecuatoriano y su presidente. Es terrible pues transformaron en fetiche uno de los símbolos más importantes de América Latina, la revolución. También transformaron en fetiche a uno de los ideales más valiosos del pensamiento indígena, el «Buen vivir»[1]. Usando esos fetiches frente a la sociedad ecuatoriana, latinoamericana y frente al mundo, se intenta tapar el avance salvaje del capitalismo, la instauración de nuevos órdenes conservadores, el surgimiento de nuevos ricos, en donde los revolucionarios se transformaron en nuevos burgueses o empleados de burgueses, que acusan a los viejos burgueses para desviar la atención.

¿Qué hay más allá de los discursos y las proclamas «de izquierda»? Bueno. El gobierno «revolucionario» de Correa se encuentra en un proceso de desalojo de la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador CONAIE de su sede histórica, cedida en comodato por el gobierno ecuatoriano en 1991, época en donde empezó el auge del movimiento indígena ecuatoriano. Más allá de los pobres argumentos del gobierno para promover el desalojo, ya en la práctica este es un claro intento de golpear a la organización indígena. Este desalojo me recuerda al cierre de la fundación Pachamama, enfocada en proyectos de desarrollo alternativo en la Amazonía, y que empezó a mostrarse contraria al gobierno de Correa. Ante esta realidad, el gobierno nos muestra el fetiche de la «participación ciudadana», de la conformación de un partido, Alianza País, que orginalmente no nació como fetiche sino que lo fetichizaron.

Esta no es la única expresión «revolucionaria» del gobierno de Correa. Otra expresión está en todas las trabas que se pusieron para que un grupo de jóvenes que venían en bus desde México pasen por el Ecuador y lleguen a la cumbre climática que hace unas semanas se desarrolló en Lima. Resultaba ser que el gobierno «revolucionario» detuvo al bus varias veces bajo argumentos tecnócratas baratos y hasta ofensivos a la inteligencia. Lo particular es que dentro del bus se movilizaba el colectivo «Yasunidos», quienes hace unos meses intentaron convocar a consulta popular para preguntar a la sociedad por la explotación o no de los campos petroleros Ishpingo-Tambococha-Tiputini (ITT) situados al interior del parque nacional Yasuní. A pesar de que hasta la Escuela Politécnica Nacional (universidad ecuatoriana especializada en ingeniería, matemática, estadística) indicó que el colectivo logró reunir de forma correcta todas las firmas necesarias para convocar a la consulta, sin embargo el Consejo Nacional Electoral invalidó un gran número de firmas hasta indicar que las firmas válidas no eran suficientes para convocar tal consulta. Un gobierno de «revolución ciudadana» que no toma en cuenta ni siquiera uno de los principios básicos de la propia ciudadanía: la participación democrática. Esto demuestra que lo «ciudadano» solo es un eslogan, solo es una careta, es otro fetiche.

Ahora, en un gobierno «revolucionario» y «socialista del siglo XXI» vemos como se han fortalecido los grandes cúmulos de lindas mercancías que se venden en los centros comerciales ecuatorianos, cada vez más grandes, que fomentan el consumo y hacen olvidar a los individuos de las condiciones laborales en que se produjeron tales mercancías (ejemplo icónico de esto es el celular i-phone y las plantas de producción de Apple en China, aspectos invisibles en el centro comercial). Qué ironía que en el gobierno de la «revolución», los centros comerciales -los puntos donde el fetichismo de la mercancía se expone más frontalmente- hayan progresado tanto, al igual que el progreso de grupos económicos como el grupo Juan El Juri o incluso el Banco del Guayaquil. En este último caso hay un hecho anecdótico, pues en el año 2008 Correa dijo textualmente:

Tuve reunión con el ingeniero Guillermo Lasso, presidente ejecutivo de Banco del Guayaquil, hasta donde yo recuerde la primera reunión que tengo con un banquero, ¿verdad? En todo caso tengo que reconocer que es un banquero bastante inteligente, bastante interesante. No es con el mismo discurso de los banqueros de siempre. Entonces, bastante interesante la conversación[2].

Pero luego, en el año 2012, cuando se dieron elecciones presidenciales y Lasso, exministro de economía de Jamil Mahuad -presidente del Ecuador durante la crisis financiera de 1999-, se presentó como candidato presidencial, Correa hablando sobre él recién «recordó» el verdadero carácter burgués de Lasso y dijo:

A ese que quieren mandarlo de presidente, creyendo que el pueblo ecuatoriano es idiota, amnésico, y va a permitir que la banca vuelva al poder. ¡Cuánta irresponsabilidad![3]

Aquí el fetiche se encuentra en la propia fogosidad del discurso de Correa, quien se nos presenta como alguien contrario a la «burguesía» (cómo el mismo lo dice en sus últimos discursos) sin embargo en realidad quién sabe con qué otros burgueses «bastante inteligentes y bastante interesantes» el actual gobierno tenga vínculos e intereses en común.

Pero sigamos. Este gobierno del «Buen vivir» conformó hace un tiempo una «Comisión de la verdad» para investigar los crímenes en contra de los derechos humanos sucedidos especialmente en la década de los ochenta. Sin embargo, según cómo van las cosas, vamos a necesitar de una «Comisión de la verdad» para investigar al propio gobierno de Correa. Hay casos como Dayuma, Victoria del Portete e Intag[4], donde hay «indicios» de irrespeto a los derechos humanos. No solo eso, podemos mencionar también la detención de los «10 de Luluncoto», personas acusadas de «terrorismo» por supuestamente haber atentado contra la seguridad del Estado al haber sido acusados de implantar cuatro bombas panfletarias, aunque ni siquiera se probó completamente ese hecho sino que se los detuvo en un momento de supuesta «planificación», tomando como pruebas algunos «documentos subversivos».

¿Cuántas bombas panfletarias no habrán usado en su momento aquellos miembros «revolucionarios» que originalmente apoyaron al gobierno de Correa? Pero no vayamos ni siquiera a las bombas, quedémonos con las piedras. El 26 de septiembre de 2014 se desarrolló en Quito una importante marcha de movimientos laborales, estudiantes, grupos ecologistas y demás organizaciones no afines al gobierno. Correa denominó a los protestantes como «tirapiedras», aun cuando en las propias redes sociales empezó a circular un video del propio Correa participando en las protestas de los «forajidos», que luego desembocarían en la caída del entonces presidente Lucio Gutiérrez (aunque toca admitir que no se logra ver a Correa tirando piedras)[5].

Sin embargo ese hecho solo es lo alegórico. Lo terrible fue que en las protestas del 26 de septiembre la policía detuvo a estudiantes, particularmente de los colegios Montúfar y Mejía, los colegios fiscales más representativos de la capital, en donde estudian principalmente hijos de trabajadores o de personas no involucradas ni con el poder económico ni político, a diferencia de colegios como el «Americano», el cual en una de sus instituciones junior tiene el lema «empieza tu propia empresa» y que jamás participa en ese tipo de protestas. ¿Qué se hizo con los detenidos? Hay «indicios» de que fueron torturados y luego se empezaron procesos disciplinarios para expulsar a los estudiantes de sus colegios. Los compañeros -los llamo así pues yo mismo me eduqué en el colegio Montúfar- pasaron varios meses sin asistir a clases, algunos fueron reubicados a otros colegios y en el caso del colegio Mejía los padres de los estudiantes tuvieron que hacer hasta huelga de hambre para que se permita el reingreso de sus hijos al colegio.

¿Y saben qué hizo el gobierno? Organizó una de sus sabatinas (enlaces realizados los sábados donde Corrrea da un «informe de labores semanal», por llamarlo de forma gentilmente sarcástica) en el estadio del colegio Montúfar, y en primera fila, estudiantes fetiches con el uniforme del colegio sentados y aplaudiendo las declaraciones de Correa aleccionando a los estudiantes a que no deben dejarse manipular ni participar en protestas de ese tipo. Aquí se usó como fetiche a la propia institución que sirvió de punto de protesta estudiantil.

¿Seguimos? Pues bien. En el gobierno «revolucionario» se volvió a recurrir al endeudamiento externo salvaje, en un comienzo con organismos crediticios chinos y en la actualidad volvimos a los organismos tradicionales, en particular, el Banco Mundial, que fue en su momento duramente criticado por Correa pero que ahora abre nuevas líneas de crédito al gobierno. A eso se suma la colocación de las reservas en oro del país en manos de Goldman Sachs, ya saben, uno de los grandes bancos de inversión que en la crisis del 2008 pasó a ser un banco comercial que fue salvado por el gobierno norteamericano. Es decir, el gobierno revolucionario del «Buen vivir» incluso recurre a los capitalistas financieros a fin de ganar liquidez. Aquí se volvió un fetiche la auditoria a la deuda externa que el propio gobierno de Correa promovió al comienzo de su gobierno.

Este es el gobierno de la «revolución», pero se está volviendo célebre como el gobierno de la «robolución» y los nuevos ricos. Podemos preguntar eso al primo de Rafael Correa, Pedro Delgado, quien fue presidente del directorio del Banco Central del Ecuador, célebre porque mintió indicando que tenía título de economista cuando no era verdad (él mismo reconoció a mentira) y que actualmente vive en Miami prófugo de la justicia (por ahí se comenta su compra de una pequeña «mediagua» de 380.000 dólares, similar a la que compró la actual presidenta de la Asamblea Nacional, Gabriela Rivadeneira). Aquí los casos de corrupción abundan en las instituciones públicas. Tenemos el posible peculado existente en el crédito que otorgó el banco estatal COFIEC a Gastón Duzac sin ningún tipo de garantías, la acusación de estafa que hicieron varios agricultores que esperaban recibir créditos de la Corporación Financiera Nacional CFN, los contratos del hermano del presidente Fabricio Correa, etc.

Todavía tengo más. Y esto en particular es una clara muestra del fetichismo del progresismo, muy a la par con el modelo estalinista. Actualmente el gobierno es encuentra en plena construcción de grandes proyectos hidroeléctricos, en particular el proyecto Coca Codo Sinclair. Ese megaproyecto serviría para ayudar a disminuir la participación de la generación termoeléctrica y aumentar la generación hidroeléctrica. El caso es que ese megaproyecto es financiado con créditos chinos, de modo que una empresa china -Sinohydro- está encargada de la construcción de la obra. Aquí no se trasladó financiamiento chino sino que hasta las prácticas laborales chinas se trasladaron junto con trabajadores chinos y ecuatorianos sobreexplotados, maltratados. Este tema resaltó -tibiamente- en la opinión pública luego de la muerte de 13 trabajadores el día 13 de diciembre de 2014 por un derrumbe en un pozo de presión. Pero como todo gran proyecto obtenido a partir de la explotación de la fuerza de trabajo, con el tiempo nadie recordará tal explotación, solo se quedarán con el efecto inmediato. Otra expresión del fetichismo del progresismo, donde la explotación queda oculta tras el espejismo del progreso.

Otro fetiche es la libertad de expresión. Es verdad que los medios de comunicación históricamente han estado supeditados al poder económico, pero ahora los medios están supeditados al poder político. Ya no se sabe quién dice la verdad y quién no, más aún cuando el gobierno fomenta la persecución y hostigamiento -sea oficial o sea por medio de los trolls que el gobierno tiene a su disposición- a quienes opinan diferente.

Un último fetiche que deseo mencionar es la relación con el movimiento sindical y el empleo. El gobierno se hace llamar «gobierno de los trabajadores» y hasta sus funcionarios, en cada movilización de Alianza País, entonan típicas canciones revolucionarias. Sin embargo ¿cuál es la realidad? Pues bien, el gobierno de Correa ha fomentado la desorganización del movimiento laboral -aunque cabe reconocer que ya la etapa neoliberal hizo añicos a ese movimiento- y a los dirigentes célebres se los fue anexando a la lógica del gobierno otorgándoles algún puesto o se los ha catalogado de oposición cuando la absorción no fue posible. Finalmente los dirigentes de oposición pasaron a ser parte de los «tirapiedras».

En términos del empleo, desde que empezó el gobierno de Correa hasta la actualidad no ha existido un verdadero cambio en la estructura del empleo de la fuerza de trabajo. Usando indicadores alternativos a los oficiales (debido a los cambios metodológicos en la medición del empleo) puede verse que en el año 2000 un 69% de la población económicamente activa se encontraba en malas condiciones de empleo, mientras que en el año 2013 la cifra pasó a 66% de la PEA. Si recordamos que el gobierno de Correa empezó en el año 2007, podemos ver que la mejora en el empleo -al menor con el indicador alternativo- es muy cuestionable[6]. Así, el eslogan del «gobierno de los trabajadores» parece que en realidad es otro fetiche.

Hay todavía muchos puntos más que discutir, tanto en el caso ecuatoriano como en el caso latinoamericano. Ahora, podemos recibir como respuesta por parte del gobierno o de personas afines que, bien o mal, el gobierno de Correa ha hecho un mayor gasto social y una mayor obra pública que ningún otro gobierno. Igualmente que las reformas en educación y salud son puntos favorables del régimen. Pero no se debe olvidar que todo gobierno se financia no con los fondos de quienes administran sino con los fondos que obtiene el Estado ya sea de su participación directa en la producción (p.ej. explotación petrolera) o por medio de imposición tributaria a trabajadores, capitalistas, pequeños propietarios, etc. Es decir, la construcción de obra, el mayor gasto social, el fomento a una mejor educación y salud no son dádivas que provienen del gobernante de turno, sino que son derechos adquiridos a pulso por la sociedad y que se financian con ingresos de la propia sociedad. Los fetiches que vemos en primera instancia no pueden justificar las injusticias que existen detrás, más allá de que el gobierno de turno «haga obra» o se llame «revolucionario».

Apenas he presentado algunos puntos de los que la memoria me permite, pero creo que son suficientes para introducir el concepto de «fetichismo del progresismo» como una forma particular del proceso de fetichismo existente en el capitalismo, extendido al uso de símbolos «revolucionarios» y «de izquierda» como fetiches para encubrir el verdadero carácter del quehacer político y económico no solo del gobierno ecuatoriano sino de todos los gobiernos que, por medio del espejismo del «progreso», en el fondo están dando cuerda a una nueva etapa del capitalismo latinoamericano.

Ojalá esa nueva etapa del capitalismo latinoamericano no vuelva a repetir las atrocidades de la décadas de los ochenta y noventa, requiriendo el tener que pintar un «Grito de la memoria actualizado», pero eso solo el tiempo lo dirá más aún cuando, al menos en el Ecuador, ya empiezan a soplar vientos de crisis[7].

Notas:

[1] De hecho, en su interpretación más profunda, el «Buen vivir» es una opción contraria al capitalismo y una opción contraria al propio concepto de desarrollo.

[2] Ver https://www.youtube.com/watch?.

[3] Ver nota anterior.

[4] Ver http://inredh.org/index.php?

[5] Ver https://www.youtube.com/watch?

[6] Ver el estudio hecho por Noroña y Cajas (2014): http://bibdigital.epn.edu.ec/

[7] Ver nota anterior, conclusión general.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.