Se puede decir que con el fin del siglo XX parecía haber llegado también el fin de la Utopía. A los marginados de la tierra se les había esfumado hasta la esperanza. Las trompetas victoriosas del capitalismo ahogaban en todo el planeta los sollozos de los humildes. Un triste paisaje de desaliento había quedado después […]
Se puede decir que con el fin del siglo XX parecía haber llegado también el fin de la Utopía. A los marginados de la tierra se les había esfumado hasta la esperanza. Las trompetas victoriosas del capitalismo ahogaban en todo el planeta los sollozos de los humildes. Un triste paisaje de desaliento había quedado después de la batalla. El último esfuerzo mundial por reformar el socialismo fue devorado inmisericordemente por las mafias enraizadas en el mamotrético Estado soviético. Algo inverosímil había sucedido: la rueda de la Historia parecía haber dado vuelta para atrás.
No duró mucho el entusiasmo capitalista. En la primera década del nuevo milenio las pavorosas contradicciones del sistema quedaron al descubierto. El capital financiero mundial tuvo que recurrir a transfusiones colosales de su propio dinero para sobrevivir. A nadie se le ocurre dudar de que el enfermo padece una enfermedad terminal, pero, así mismo, sólo a los fanáticos se les puede ocurrir que no hay nada más que esperar para enterrarlo. En su fase final, el capitalismo todavía tiene recursos para recuperarse. A las potencias capitalistas del mundo les queda la fuerza y otras estrategias menos drásticas para mantenerse vivas. El llamado «capitalismo verde» es ahora una de sus más exitosas y el cambio de hegemonía, otra. Los revolucionarios sabemos que no escatimarán recursos para conservar su civilización, levantada sobre el sudor y el sacrificio de los pueblos pobres del mundo.
En América Latina la estrategia socialdemócrata reformista es una pieza clave de la recuperación del capitalismo mundial. Son gobiernos que por principio plantean la necesidad de hacer concesiones a las necesidades de las masas para reacomodar las fuerzas de la dominación, gobiernos pragmáticos sabedores de que quitarle un punto de la riqueza a los poderosos puede ser visto como un acto revolucionario por las masas postergadas. Es una renovada concepción política que ayuda a prolongar la agonía del sistema. Estos gobiernos «progresistas» no conciben la idea revolucionaria de que al capitalismo hay que ayudarle a morir y no a recuperarse. Ellos se han adueñado del discurso socialista y dicen ser la izquierda auténtica. A su interior, una izquierda «boba» se mantiene hipnotizada en espera de, mediante un golpe de timón, tomar el mando del proceso.
El Ecuador no es la excepción. Veamos.
Historia de una idea
En la década de los años veinte del siglo pasado la crisis del bipartidismo liberal-conservador en el Ecuador vio surgir al socialismo como una alternativa. Recién en esta década comienza a aparecer el rostro del Ecuador moderno. Hay nuevas fuerzas económicas, sociales y políticas, pero de toda esta nueva realidad lo más importante fue la presencia del sub-proletariado, como Agustín Cueva lo llama, grupos populares paupérrimos y políticamente inquietos que buscaban afanosamente quién les representara a nivel político. Era la izquierda la llamada a hacerlo, pero no lo logra. Enfrascada en discusiones doctrinarias, ajena incluso a reflexiones tan importantes como las que Mariátegui hacía entonces en el Perú, se deja ganar la partida por el caudillismo atropellante de Velasco Ibarra. Desde entonces la izquierda en el Ecuador carga el pecado original de no haber sido capaz de representar genuinamente a las masas populares y haberse escudado siempre en alguna figura o movimiento «progresista» para avanzar, según ella, a la consecución de sus metas históricas. Este rasgo general de la izquierda en el Ecuador estaba sustentado en la conducta particular de cada una de las fuerzas que la conforman. Las aspiraciones de una izquierda nacional, independiente, enraizada en nuestras tradiciones de lucha (PSE) se quedaron en eso, aspiraciones nada más, nunca se hicieron realidad; igual, las aspiraciones de llevar adelante una reforma demo-burguesa (PCE) tampoco nunca tuvieron a la izquierda como protagonista. Toda reforma la hicieron las fuerzas o los líderes de las fuerzas pro burguesas, dándoles, a lo mucho, el papel de furgón de cola a la izquierda. Así es como se ha modernizado la dominación capitalista en el Ecuador, con una izquierda que ha puesto las tesis y una derecha que no ha tenido empacho en aprovechar el impulso a condición de mantener en sus manos el poder político y el control del Estado.
Así sucedió en la década de los años treinta. La crisis mundial del capitalismo agudizó las contradicciones internas del capitalismo dependiente. En el Ecuador se volvían a enfrentar conservadores y liberales por el control político del Estado. La izquierda (PSE, PCE) apoyó el efímero gobierno del coronel Luis Larrea Alba y, después, tomó partido por la tendencia liberal, con el pretexto de impedir el retorno del conservadurismo, con lo cual allanó el camino para el surgimiento del caudillismo velasquista. Tras la primera caída de Velasco Ibarra la izquierda reencontrada decidió apoyar la candidatura del coronel Larrea Alba que no prosperó porque se instauró la dictadura de Federico Páez. Siempre detrás de bastidores, nunca poniendo sus cartas sobre la mesa. Este rasgo de la izquierda ecuatoriana no puede ser explicado únicamente por la debilidad orgánica que entonces tenía, sí por la composición clasista de sus dirigentes. La izquierda en el Ecuador fue fundada por intelectuales de clase media, de los cuales muy pocos comprendieron que la ideología de izquierda era un compromiso definitivo con el cambio revolucionario. Esta característica castrante de la izquierda se ha mantenido desde entonces hasta nuestros días.
Igual sucedió en la década de los años cuarenta. Mediante fraude llegó al poder Carlos Alberto Arroyo del Río. Velasco Ibarra, que había sido su contendor, no aceptó los resultados, motivo por el cual fue apresado y desterrado a Colombia. Se convirtió en el «gran ausente». La segunda guerra mundial fue el marco para que el Perú invadiera nuestro territorio y nos obligara a firmar el Protocolo de Rio de Janeiro por el que se nos despojó de casi la mitad de nuestro territorio. La oposición a Arroyo del Río creció en un Ecuador traumado por la invasión peruana y por la constatación de que los únicos beneficiarios del conflicto con el Perú habían sido los sectores oligárquicos. Las condiciones históricas habían hecho de la oposición popular la punta de lanza contra las fuerzas coaligadas de liberales y conservadores. El PSE y el PCE encabezaban la oposición. Estudiantes, campesinos indios, peones libres de la costa, sectores suburbanos de las ciudades, pueblo en general apoyaron una coalición de fuerzas antiarroístas, entre las cuales se incrustaron las fuerzas tradicionales de conservadores y liberales. Cuando llegó el momento del asalto final, esa coalición de fuerzas populares, encabezadas por la izquierda, tambaleó y decidió llamar al «gran ausente». Este declaró que tenía el «corazón a la izquierda» y aceptó la propuesta. A los pocos días de asumir el poder le volvía a latir el corazón en su sitio y las aspiraciones populares quedaron frustradas.
Por medio del caudillismo velasquista se reafirmaba el dominio oligárquico. La izquierda no había servido sino como peldaño de los intereses seculares de nuestras clases dominantes. Tampoco en esta ocasión valen las justificaciones que la propia izquierda ecuatoriana esgrime: debilidad orgánica, ausencia de madurez política, falta de condiciones objetivas o subjetivas, traición, etc., etc. y etc. Otra explicación que sí cabe es la composición clasista de la dirigencia izquierdista que no era capaz de comprender que la ideología de izquierda es un compromiso definitivo con el cambio revolucionario.
La estabilidad económica que caracteriza al Ecuador de los años cincuenta hace que la izquierda ecuatoriana se vuelva menos doctrinaria y contestataria. Se da el lujo de colaborar con los gobiernos de turno y de esa forma codearse con las élites y ganar prestigio.
El triunfo de la revolución cubana en 1959 vendrá a sacudir este estado de cosas, tanto en la izquierda como en las fuerzas tradicionales.
En la derecha porque la revolución cubana es la primera amenaza que en la práctica se da a la dominación continental de terratenientes y oligarcas y por el giro antinorteamericano que va tomando en la medida que avanza. Se percibe al proceso cubano como una fuerza centrípeta que atrae a su seno a los miserables pueblos latinoamericanos. Con los pelos de punta las élites de América Latina comenzaron, como nunca antes, a ampararse en el poder norteamericano.
En la izquierda, porque el triunfo cubano hace aflorar las posiciones más radicales que habían estado represadas, desde sus orígenes, por una dirigencia de clase media y pequeñoburguesa incapaz de comprender cuál era el verdadero compromiso revolucionario. Por eso, en el seno del PSE, surge el Partido Socialista Revolucionario y en el PC muchas inquietudes que comienzan a sacudir los conceptos tradicionales de una dirigencia anquilosada. La revolución cubana le dice a la izquierda latinoamericana que «el deber de todo revolucionario es hacer la revolución» y, en la izquierda ecuatoriana, se recepta el mensaje. El PSRE quiere ser esa fuerza que asuma el reto de la historia. Deja en el camino la carcasa oficial del viejo PSE para nacer como una fuerza política diferenciada de la izquierda tradicional, dotado de un programa y una ideología revolucionarias en pleno proceso de construcción. Ese esfuerzo genuinamente revolucionario tuvo en Manuel Agustín Aguirre a su más esclarecido representante.
En menos de lo que un gallo canta el poder norteamericano se dio cuenta que el ejemplo de la revolución cubana podía incendiar la pradera. Para neutralizar el ascenso revolucionario continental propuso su célebre Alianza para el Progreso. Reforma Agraria y fomento industrial eran sus dos caballos de batalla. Los gobiernos cipayos de América Latina creyeron que se les estaban abriendo las puertas del cielo. Las auténticas fuerzas revolucionarias del continente decidieron dar la batalla. Con el ejemplo cubano se organizaron, bien o mal, fuerzas insurgentes en todo el continente. El poder yanqui tensó las fuerzas de la contrainsurgencia. La década de los años sesenta registra la más feroz injerencia de la CIA en América Latina y las fuerzas tradicionales encabezadas por la Iglesia católica, Apostólica y Romana se pusieron al frente de la cruzada anti comunista.
En Ecuador se instauró la dictadura militar de Castro Jijón que inició su gobierno nacionalizando las cumbres andinas, como para que no queden dudas de su «espíritu transformador». Los yanquis se veían obligados a hacer concesiones en un continente agotado por la crisis y la expoliación brutal de los terratenientes y sus aliados.
Pronto entre las fuerzas de la revolución comenzaron a presentarse problemas. No encontraban forma de ponerse de acuerdo sobre temas relacionados con la táctica y la estrategia de la revolución. El Che Guevara ofrendó su vida en Bolivia para demostrar que la mejor táctica de la revolución mundial era la lucha práctica contra el imperialismo. Pocos siguieron su ejemplo. La izquierda comunista, sobre todo, actuó como una quinta columna en todo el continente, proclamando a los cuatro vientos que la «teoría del foco» era impracticable y que había que aceptar que las tareas demo-burguesas eran el paso inmediato de la revolución.
Pocos años después de la muerte del Che triunfó en Chile Salvador Allende. Un nuevo aliento surgía en las fuerzas revolucionarias del continente. La «vía chilena» al socialismo se ponía a consideración de los revolucionarios. Un cambio legal, con el apoyo democrático de las masas oprimidas, era una nueva opción. El golpe fascista de Pinochet contra Allende en Chile demostró que cuando se trata de mantener el poder político y el Estado al servicio de las clases dominantes, no hay paños tibios. Tras un baño de sangre el imperialismo volvió a meter a Chile en su rebaño. Las teorías del desarrollo neoliberal sirvieron para legalizar la dictadura. La polémica en la izquierda latinoamericana, desde entonces, se agudizó más, pero con una nueva característica, se volvió más académica, más diletante, menos arriesgada.
Como consecuencia se agudizó la atomización de la izquierda. En la matriz socialista y en la comunista surgieron nuevos grupos. Unos más radicales que otros. Surgió el MIR, el MRT, la Izquierda Cristiana, el PCML y, más tarde, Liberación Nacional. Sintomáticamente se discutía de todo, pero cada vez más se consideraba menos otras formas de lucha como método para tomar el poder. La izquierda, en general, se fue institucionalizando y, lo que es peor, parlamentarizando, sosteniendo, cada vez con mayor fuerza, que la lucha legal era la única posible.
En el Ecuador la década de los años setenta está copada por las dictaduras militares. En realidad son dicta-blandas, que se dieron el lujo de autodefinirse como gobiernos nacionalistas y revolucionarios. La izquierda miró y, en algunos casos, hasta aplaudió la gestión militar.
Al finalizar la década de los años setenta la presión popular, en primer lugar, clamaba por un regreso a la democracia. La Constitución del retorno sirvió para legalizar el regreso de la oligarquía al poder y el manejo del Estado, sobre todo después del «accidente» fatal que segó la vida de Jaime Roldós Aguilera.
Con nuevos bríos de «lucha democrática» la izquierda ecuatoriana se preparaba para la lid política. Contaba, a su haber, con un interesante desarrollo consciencial del movimiento obrero-sindical, que a estas alturas comenzaba a dejar el claustro de la lucha gremial para incursionar en la lucha política.
La izquierda en su conjunto había comenzado a sacarle brillo a su más reciente tesis: de aquí en adelante hay que construir partidos de masas, que estén en condiciones de competir exitosamente con los partidos de la derecha, hay que dejar a un lado las veleidades de la organización revolucionaria, el método de lucha es la lucha legal, todo lo contrario es infantilismo revolucionario.
Con estas tesis inicia la izquierda en el Ecuador la década de los años ochenta. Tema sobre el cual hablaremos en una próxima entrega.
Fuente original: http://lalineadefuego.info/2013/01/22/una-izquierda-sin-pecado-original-es-necesaria-en-el-ecuador-por-jorge-oviedo-rueda/