El verdadero ascenso espiritual del hombre está en el retorno al abrazo de las cosas humildes. Jean Baudrillard La de anoche no fue una pesadilla, sino una pesadota. Todo comenzó con el anuncio del aumento del salario, del 6%. De la rabia, trataba de despertarme al recordar, dentro del sueño, que AMLO decretó un incremento […]
Jean Baudrillard
La de anoche no fue una pesadilla, sino una pesadota. Todo comenzó con el anuncio del aumento del salario, del 6%. De la rabia, trataba de despertarme al recordar, dentro del sueño, que AMLO decretó un incremento del 20% en México. Pero, la verdad, no me importó pues alcancé a darme cuenta de que estamos en Colombia. Enseguida, me acordé de Kafka y La transformación (Die Verwandlung), no La metamorfosis, y aunque no alcancé a convertirme en cucaracha, igual me sentí como tal. Pero, como no soy insecto ni recojo estiércol, como el escarabajo, me levanté y salí de paseo, enseguida, con una pareja hacia la Costa Norte. Yendo entre Buritaca y Palomino, entramos a una parte boscosa a ver el paisaje, a descansar un poco y a que Nathalia y Rodrigo se relajaran otro tanto, luego de su boda reciente. De pronto, contra mi voluntad onírica, nos salieron al paso tres tipos en una 4×4 con vidrios oscuros y sin mediar palabra arremetieron contra ambos ecólogos, antropólogos y ambientalistas, los amarraron, ofendieron, torturaron e hicieron lo que quisieron con ellos, y, por último, les dieron su tiro de (des)gracia. Yo me salvé no de milagro sino por las ventajas que permiten los sueños, así se trate, menos bien, de un mal sueño, de una pesadota, no de una pesadilla.
Fue tan fuerte el impacto que me desperté, cogí automáticamente la prensa y, claro, ya estaban ahí los milicos, encabezados por el Minguerra y ex RREE, diciendo que el asesinato de los ambientalistas no había tenido otro móvil que el robo de su camioneta Ford Ecosport y ya, en segundos, no solo por efecto del sueño, estaban nombres y datos de los tres «bandidos» que habían cometido el «hurto», se habían llevado el carro para Venezuela y allí habían hecho «la vuelta» de venderlo en cinco millones de pesos, que era lo que necesitaban para su fiesta de fin de año. Y yo, pese a la contrariedad, digo, la del sueño, bueno, pesadota, me reía como un enano cuando se ha conseguido una grandota, una «hawaiana», como dice mi esposa: ella siempre tan fantasiosa, claro, pero no tanto como la prensa de mi país. Que, a propósito, ya no es un país ni se llama Colombia, sino que ahora es una fosa común y ha pasado a ser Polombia por efecto de la P de paramilitar. Y esto lo digo porque, como los de Hitchcock, mis sueños son muy razonables. Así que, de repente, en la pesadota, recordé algunas cifras: los 200 mil cadáveres que serán desenterrados por la JEP; los 27 mil desaparecidos en la zona de Dabeiba, zona rural de Antioquia, descubiertos hasta ahora; una de las (tantas) «mayores fosas comunes», en fin, del país en Puerto Asís, Putumayo. (1)
Yendo por ese multicanal onírico, se me atravesaron de pronto «mis», jajaja, generales Óscar Atehortúa y William René Salamanca y, les confieso, me dio un susto macanudo porque, entonces, se me vino también en tropel el ESMAD, ese «cuerpo» que no es vital sino mortal y cuya sigla ahora entraña otro significado: Escuadrón para Matar a Discreción. En la misma pesadota se me revelaba la escandalosa cifra del fondo de reserva por 30 mil millones de pesos, las amenazas entre ellos y a otros funcionarios. (2) En mi pesadota, temía que buena parte de esa cifra, fruto de convenios interinstitucionales, se hubiera usado para otros fines: pues bien, parece que en la realidad está ocurriendo lo mismo, aunque se quiera negar. Un alto oficial de la Inspección de la Policía Nacional, por ejemplo, recibió el siguiente mensaje escueto: «H. p. Te vas a morir por sapo», cuando se disponía a hacer entrega oficial a la Procuraduría de cinco casos sobre corrupción en dependencias clave de la institución. (3) Y aunque al principio, mi mente forcejeaba entre el bien, y me decía que «no hay corrupción en la fosa común», y la bondad, y el superyó me indicaba «no te engañes que Colombia se pudre entre la corrupción», yo, dócilmente, terminaba acatando el dictado objetivo del inconsciente y, de nuevo, trataba de despertarme del sueñote, pero no podía. Y así seguía…
Y, sin embargo, desperté. Claro, dentro del sueño. Prendí el pc, busqué El Espectador y lo primero que descubro: destituido el general Nicacio Martínez de la dirección de las FFMM. La sorpresa es que, si bien éste tiene responsabilidad sobre decenas de casos de asesinatos a sangre fría y no «falsos positivos» o «crímenes extrajudiciales», el general que lo reemplazó, Eduardo Zapateiro Altamiranda, aparece vinculado al caso de desaparición forzada de Jaime Enrique Quintero, padre del futbolista Juan F. Quintero, hoy figura relevante del River Plate, quien confiesa que, aunque perdió a su padre a los dos años, «todo lo que soy, se lo debo a él» y rechaza el nombramiento del nuevo comandante del Ejército. (4) Y aquí, no tanto por rabia como por impotencia e injusticia, me desperté, otra vez: dentro del sueño, obvio: ¿la razón? Ahora, en el mismo periódico encontraba la absolución, por parte del mismo Ejército, del general en torno a dicha desaparición forzada: «General Zapateiro no es responsable de desaparición del padre de Juan F. Quintero: Ejército». Lo que me causa asombro, aunque ya nada asombre en esta fosa común, es: ¿por qué siempre Policía o Ejército encuentran, más rápido que cualquier otro órgano oficial, pistas, nombres y razones de un crimen, en este caso, de uno que podría ser de lesa humanidad, como en tantos otros casos ya ha ocurrido?
Para terminar, y para que mi pesadota no se vuelva otra para el lector, debo decir que hay algo que no me deja dormir aún: la cifra de asesinatos de líderes sociales. Entre el 1º/ene/2016 y el 20/may/2019, han caído, según Indepaz, 837 líderes sociales, defensores de DDHH y ex integrantes de las FARC, a causa de la sistematicidad criminal. (5) Sistematicidad que la historia oficial pretende ocultar y en especial los funcionarios negacionistas, tales como Nancy P. Gutiérrez, Darío Acevedo o Francisco Barbosa: éste último asegura, como si se tratara de un escueto número, que los asesinatos de líderes sociales en 2019 «se han reducido en un 25%», aunque nadie más sepa de dónde sale tal engendro/despropósito. (6) Con toda sinceridad, y el mayor dolor del alma, dejo claro que mi única aspiración al comenzar 2020 es seguir soñando: que no me pase lo que al personaje del cuento Los cóndores siguen volando todos los días, Paulo Malhães, quien al final del mismo, harto de desaparecer guerrilleros argentinos y brasileños, más de 70 (como lo confirma la Comisión Nacional de la Verdad de Dilma Rousseff y una de las causas del Impeachment orquestado por EEUU y seguido por Brasil que, vía Lawfare o guerra judicial, la sacó del Poder), señala: «No puedo contar más. Corro demasiado riesgo. Es más, siento que viene la parca. Y no sueño ya.» (7)
Conste, lo dice Malhães, al margen de a cuántas víctimas ascienden sus crímenes o las de los milicolombianos. En todo caso, como conclusión, dejo algunos datos que, de seguro, harán recapacitar a los (i)responsables de la guerra en Colombia, así aquí no se haya citado, hasta ahora, quizás por innecesario, al partido (porque lo está, jeje) que, sin discusión, se lleva el trofeo del horror. Al final de dic/2019 la sangre de muchos colombianos corre por los campos, avivando, contra lo que espera el (des)Gobierno, la esperanza de un cambio no de papel sino real en esta insufrible fosa común que ha llegado a ser el ex país Colombia, en el que, según citas recientes, hace ya rato operan los carteles mexicanos de la droga en connivencia con las FFMM. Tal hecho, para el senador Gustavo Petro, había sido anunciado en 2017, por la ex canciller María Á. Holguín al director saliente de Migración Colombia, Christian Krüger. (8) Además, según la revista Proceso, los carteles de México imponen su ley en Colombia. (9)
Las siguientes víctimas, dicha sea la verdad, hacen que prefiera inclinarme por el sueño y no por la vigilia, mientras esta cambia su rostro de violencia, de asesinato, de muerte, por uno, sencillamente, de esperanza, de dignidad, de vida: Nathalia y Rodrigo, ambientalistas; Ender Ravelo Jaimes, reincorporado FARC; Jairo Ortiz, guardia indígena; Lucy Villareal, líder social y maestra; Reinaldo Carrillo, líder social; Efraín Cabal Rendón, profesor de colegio en Resguardo Indígena de Caloto, incinerado dentro de su propio carro, a la manera mafiosa del cabrón Alfredo Yabrán con el fotógrafo argentino José Luis Cabezas, de la revista Noticias; Fabio Montero Enríquez, líder social y defensor de DDHH que, por no hallarse en casa, se encontró luego de frente con los cadáveres de su madre y de su abuelo, en Leiva, Nariño. Y, cómo no, los casi 50 millones de fosacomunianos que, en medio del estoicismo, la carencia, la inseguridad, les tocará sobrevivir, mientras pasa otra cosa, con 1.650 pesos diarios, ¿de más?, entre policías y militares para nada en qué confiar. A los familiares y allegados de todos esos líderes, defensores de DDHH, ex integrantes de las FARC, van mis más sentidas condolencias desde esta columna de La Fábrica de Sueños. Lamento, sí, que lo de la fosa común, ex Colombia, rebase las fronteras del sueño, en modo no pesadilla sino pesadota, para instalarse en las de la vigilia, metiéndolo a uno, de paso, en los harto jartos territorios de la muy persistente droga natural llamada insomnio. Droga de la cual nadie se libera, mucho menos en un paísfosacomún, cuyo subpte. niega la sistematicidad de los crímenes (10), salvo si las condiciones del climambiente cambian de modo radical/efectivo y más que nada real.
Para compensar tanto exabrupto, atropello, desequilibrio de fuerzas en contienda, queda como consuelo saber que el ejemplo, el trabajo, el sacrificio por la libertad de todos aquellos hombres y mujeres que entregaron su vida, les siembran, a los exponentes de la codicia, la ignominia, la perversidad, la deshonra, la indignidad, un martillo en la cabeza con la idea de que en el retorno al abrazo de las cosas humildes está no solo el verdadero ascenso espiritual del hombre, sino el logro certero de la integridad en tanto comunidad humana libre de yugos que la cosifican/oprimen y la ponen al servi(l)cio inconsciente de los verdugos opresores. A los que cada vez más los estrecha el cerco de la fosa que con tanto odio cavaron para otros. A los que, conociendo la verdad, se resisten a ella y no solo por ignorantes ni por corruptos. A los que, en fin, cabría recordarles, tal como señalaba el dramaturgo alemán Bertholt Brecht, que el que conoce la verdad y la llama mentira, no es otra cosa que un puto criminal. (11)
Notas:
(3) Íbidem.
(7) https://blogs.elespectador.com/cultura/el-magazin/los-condores-siguen-volando-todos-los-dias
(11) Bertholt Brecht, dice: «El que no conoce la verdad, es simplemente un ignorante. Pero, el que la conoce y la llama mentira, ¡ése es un criminal!»
Luis Carlos Muñoz Sarmiento (Bogotá, Colombia, 1957) Padre de Santiago & Valentina. Escritor, periodista, crítico literario, de cine y de jazz, catedrático, conferencista, corrector de estilo, traductor y, por encima de todo, lector. Colaborador de El Magazín de EE, desde 2012, y columnista, desde el 23/mar/2018. Corresponsal de revista Matérika, Costa Rica. Su libro Ocho minutos y otros cuentos, Colección 50 libros de Cuento Colombiano Contemporáneo, fue lanzado en la XXX FILBO (Pijao Eds., 2017). Mención de Honor por Martin Luther King: Todo cambio personal/interior hace progresar al mundo, en el XV Premio Int. de Ensayo Pensar a Contracorriente, La Habana, Cuba (2018). Invitado por UFES, Vitória, Brasil, al III Congreso Int. Literatura y Revolución – El estatuto (contra)colonial de la Humanidad (29-30/oct/2019). Autor, traductor y coautor, con Luis Eustáquio Soares, en Rebelión.
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