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Una revolución no ocurre en vano

Fuentes: Rebelión

2017. Año auspicioso. En él se celebra el centenario de la Revolución de Octubre, o Revolución Rusa. Asimismo, el 25 de julio se festejó el aniversario 150 de la publicación de la edición pionera, en alemán, del primer volumen de El capital, de Karl Marx. ¿Por qué juntar ambas efemérides, si el pensador de Tréveris […]

2017. Año auspicioso. En él se celebra el centenario de la Revolución de Octubre, o Revolución Rusa. Asimismo, el 25 de julio se festejó el aniversario 150 de la publicación de la edición pionera, en alemán, del primer volumen de El capital, de Karl Marx. ¿Por qué juntar ambas efemérides, si el pensador de Tréveris nunca escribió con detalle sobre el cambio radical que vendría y la sociedad comunista, y de haberlo hecho, asegura el conocido sociólogo Boaventura de Sousa Santos, resultaría inimaginable que lo pergeñado guardara parecido con lo que fue la Unión Soviética después de Lenin?

Ah, el pasado en sí no pasa, según el entendido a que aludimos. Sucede que, si durante el siglo XX la obra suscitó un aluvión de debates fuera de la URSS, estos resultaron «una forma indirecta de discutir los méritos y deméritos de la Revolución Rusa». Y se tornaron más candentes cuando las transformaciones realizadas en nombre de los clásicos de la praxis histórica terminaron o evolucionaron hacia el sistema rival.

Tan peliagudos devinieron los encontronazos teóricos, que el libro -el cual tardó un lustro en vender sus primeros mil ejemplares, antes de convertirse en uno de los paradigmas escritos durante la vigésima centuria- ha revivido en calidad de best-seller, y es leído actualmente en todos los recodos de la Tierra, llevándonos con De Sousa a una serie de interrogantes: ¿Qué atracción puede suscitar un tomo tan denso? ¿Qué reclamo cobija en momentos en que tanto la opinión pública como parte de los intelectuales andan convencidos de que el capitalismo no tiene término y que, en caso de tenerlo, ciertamente no será sucedido por el socialismo?

Sin duda alguna, aquí obra la coincidencia con aquellos días que estremecieron a la especie en que lo principal es la demostración «a las clases trabajadoras de todo el mundo, y muy especialmente a las europeas, [de] que el capitalismo no era una fatalidad, que había una alternativa a la miseria, a la inseguridad del desempleo inminente, a la prepotencia de los patrones, a los gobiernos que servían a los intereses de las minorías poderosas, incluso cuando decían lo contrario. Pero la Revolución Rusa ocurrió en uno de los países más atrasados de Europa y Lenin era plenamente consciente de que el éxito de la revolución socialista mundial y de la propia Revolución Rusa dependía de su extensión a los países más desarrollados, con sólida base industrial y amplias clases trabajadoras».

De modo que estamos dando respuesta a la pregunta cenital: «¿Puede el capitalismo promover el bienestar de las grandes mayorías sin que esté en el terreno de la lucha social una alternativa creíble e inequívoca al capitalismo?» Como llama la atención el ensayista De Sousa Santos, los últimos tiempos han mostrado que, con la caída del Muro de Berlín, no colapsó solamente el socialismo europeo, sino también la socialdemocracia.

«Quedó claro que las conquistas de las clases trabajadoras en las décadas anteriores habían sido posibles porque la URSS y la alternativa al capitalismo existían. Constituían una profunda amenaza al capitalismo y este, por instinto de supervivencia, hizo las concesiones necesarias (tributación, regulación social) para poder garantizar su reproducción. Cuando la alternativa colapsó y, con ella, la amenaza, el capitalismo [aparentemente] dejó de temer enemigos [ideológicos] y volvió a su voracidad depredadora, concentradora de riqueza, rehén de su contradictoria pulsión para, en momentos sucesivos, crear inmensa riqueza y luego después destruir inmensa riqueza, especialmente humana».

Y todo lleva a creer que, en tanto no surja otra opción, la situación de los trabajadores, de los pobres, de los emigrantes, de los jubilados, de las clases medias, siempre al borde de la caída abrupta en la penuria, no mejorará de significativa guisa. «Obviamente que la alternativa no será (no sería bueno que fuese) del tipo de la creada por la Revolución Rusa. Pero tendrá que ser una alternativa clara. Mostrar esto fue el gran mérito de la Revolución Rusa». Ahora, ¿alternativa a qué precisamente? Simple. Y subrayémoslo. A la esencia misma de la formación explayada. Pues, como concluye un reciente estudio de dos especialistas del FMI, Davide Furceri y Prakash Loungani -en una tácita y vergonzante vislumbre del marxismo-, «cuanto mayor es la libertad de movimientos del capital, más elevada es la desigualdad».

Según la digital Rebelión, los autores, nada sospechosos de izquierdismo, estudian tres vías por las que suele dispararse la diferenciación de las personas. «En primer lugar, porque [la liberalización] está asociada a sistemas financieros menos inclusivos que aumentan las tasas de pobreza. En segundo, porque […] suele anticipar crisis financieras que generalmente terminan con efectos muy asimétricos sobre la población y, finalmente, porque limita el poder de negociación de los trabajadores y eso hace que caiga la participación de los salarios en la renta nacional». Igualmente, sabemos desde antaño que «la mayor libertad para los movimientos de capital está asociada a más inestabilidad y a mayor número de crisis financieras».

Obviamente, «los capitales se expanden como un gas a la búsqueda de ganancia inmediata y fácil y eso crea una gran inestabilidad financiera que se agrava porque, además, esos dos fenómenos (menor rentabilidad en el lado productivo y mayor en el financiero) desatan el endeudamiento, bien para poder salir adelante como sea, en el primer caso, bien para apalancarse y multiplicar la inversión especulativa en el segundo». En fin, con la medida no se consigue que mejore el rendimiento económico, sino que los grupos sociales más acaudalados aumenten todavía más sus ingresos, sus privilegios y su poder de decisión.

La ley del embudo

A su vez, Basem Tajeldine y Laila Tajeldine consideran, en la socorrida Rebelión, que muchos estudiosos yerran cuando afirman que la actual crisis económica en los centros capitalistas mundiales occidentales (entiéndase Estados Unidos, Unión Europea) asuela a todos los sectores por igual, opulentos y menesterosos, lo que generará las condiciones para una revolución en aquellos sitios. La coyuntura es otra.

«Si bien existe una crisis estructural del capitalismo global, todos los datos recogidos por reconocidas agencias de estudios económicos indican que la burguesía consolida su dominio haciendo pagar a los trabajadores de sus países y a la periferia capitalista el desastre provocado por el sistema». De acuerdo con la agencia Oxfam, las 62 personas más boyantes del globo poseen la misma cantidad de dinero que la mitad de la población. «Otros informes indican que las desigualdades continuarán en ascenso, devorando especialmente a la clase media de los países desarrollados. La cruel realidad es el mantenimiento de esta lógica de acumulación desmedida, de éxito de las élites».

En ese panorama, los Tajeldine arremeten contra el Premio Nobel Paul Krugman, quien proclamaba en The New York Times «que la desigualdad afecta los niveles de productividad, y más allá de proponer soluciones radicales a la pobreza creciente en EE.UU., lo que realmente importa para el economista es la posibilidad que ofrece el sistema para ‘redistribuir’ una pequeña parte de las riquezas capturadas por las élites por medio de impuestos, lo que podría elevar la productividad, haciendo más ricos a los ricos, pero sin afectar tanto a los pobres. Un total absurdo».

Conforme a los comentadores -y lo suscribimos-, la desigualdad es precisamente la convalidación del dominio de la burguesía: su poder y victoria sobre el resto de las clases. La crisis -acotan-, como ha sido una constante en la historia, la pagaron, la pagan y la seguirán pagando los asalariados de los centros capitalistas con políticas destinadas a reducir sus jornales, a la flexibilización laboral y al cese de los programas asistenciales. Pero también la pagarán los de la periferia, con la desestabilización y el derrocamiento de gobiernos progresistas y revolucionarios y los conflictos armados imperialistas, con el propósito de colocar esos territorios y recursos a sus insaciables disposiciones.

«De esta manera, la burguesía pretende lograr su objetivo de someter y controlar a toda la humanidad por medio de la enajenación del trabajador, competencia por escasos empleos, la represión y las guerras».

Ante ello, toda una maquinaria planetaria encargada de velar por el estado de cosas atribuye la responsabilidad a «malas decisiones económicas», desviando la atención hacia asuntos de seguridad tales la «lucha contra el terrorismo», que, «al final, responden a fortalecer la hegemonía burguesa y el sistema económico imperante».

¿Cómo encontrar el hilo de Ariadna con que salir de este laberinto? Las fuentes se exhiben explícitas: «Solo un pueblo consciente y organizado será capaz de revertir las medidas que vayan en su detrimento… La crisis sistémica solo confirma lo que la humanidad nos pide a gritos, la necesidad de cambiar el modelo económico y productivo de desarrollo desigual, expoliador e inequitativo, y sustituirlo por otro, justo, de control de los medios de producción y distribución social equitativa».

¿Y ello, acaso, no integra lo planteado por la Revolución de Octubre, o Revolución Rusa? ¿No concuerdan estos, insistamos, con las tesis de El capital en cuanto a que el capitalismo no constituye una fatalidad, que hay una alternativa a la miseria, a la posibilidad del desempleo inminente, a la prepotencia de los patrones, a los gobiernos que servían (sirven) a los intereses de las minorías poderosas?

Sobreentendidas las contestaciones, sumémonos entonces, con humildad, al corro de quienes estiman a 2017, con sus mencionadas efemérides, un año raigalmente auspicioso.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.