Edu, mi buen amigo Edu, me contaba indignado el otro día sobre los costes en la construcción de infraestructuras viarias. Parece que para construir y equipar un kilómetro de autopista se gastan unos 5 millones de euros. Para una autovía, unos 4, y menos de millón y medio para una carretera. Todo en función de […]
Edu, mi buen amigo Edu, me contaba indignado el otro día sobre los costes en la construcción de infraestructuras viarias. Parece que para construir y equipar un kilómetro de autopista se gastan unos 5 millones de euros. Para una autovía, unos 4, y menos de millón y medio para una carretera. Todo en función de un supremo interés: la velocidad. Carreteras, autopistas y caminos han sido y son buenos ejemplos para algunos analistas precursores de las teorías del decrecimiento como Ivan Illich, que ha calculado que si se añade el tiempo invertido en trabajar para financiarse un automóvil (compra, carburante, seguro, etcétera) al propio tiempo utilizado en un desplazamiento en ese automóvil, la velocidad media cae a 6 km por hora. Es decir, construimos (destruyendo territorio y paisajes) autopistas y saturamos el planeta de coches y CO2 para acabar alcanzando la misma velocidad que si fuéramos caminando. Y si alguien explicó hermosamente la diferencia entre tomar un camino o una carretera, ése fue Milan Kundera: «Camino: franja de tierra por la que se va a pie. La carretera se diferencia del camino no sólo porque por ella se va en carro, sino porque no es más que una línea que une un punto con otro». La carretera no tiene sentido en sí misma. El sentido sólo lo tienen los dos puntos que une. El camino es un elogio del espacio. Cada tramo del camino tiene sentido en sí mismo y nos invita a detenernos. La carretera es la victoriosa desvalorización del espacio, que gracias a ella no es hoy más que un simple obstáculo para el movimiento humano y una pérdida de tiempo. Antes de que los caminos desaparecieran del paisaje, desaparecieron del alma humana. El hombre perdió el deseo de andar, de caminar con sus propias piernas y disfrutar de ello. Ya ni siquiera veía su vida como un camino, sino como una carretera: una línea que va de un punto a otro, del grado de capitán al grado de general; de la función de esposa a la función de viuda. El tiempo de la vida se convirtió para él en un simple obstáculo que hay que superar a velocidades cada vez mayores. El camino y la carretera son también dos concepciones diferentes de la belleza. Cuando alguien dice que en tal o cual lugar hay un paisaje hermoso, eso significa ‘Si paras el carro verás un hermoso castillo del siglo XV y junto a él un parque’ o ‘Hay allí un lago y, por su brillante superficie, que se extiende a lo lejos, navegan los cisnes’. En el mundo de las carreteras, un paisaje hermoso significa ‘Una isla de belleza unida por una larga línea a otras islas de belleza’. En el mundo de los caminos, la belleza es ininterrumpida y constantemente cambiante. A cada paso nos dice: «¡Detente!». También la Naturaleza favorece los ritmos pausados. Según un reciente estudio chileno, aun en los caracoles, el estereotipo de la lentitud, los individuos que no se estresan viven más años. La cuestión tiene su lógica, pero en la cosas de la Ciencia hay que esperar a tener demostraciones como ésta que ha probado que la selección natural escoge la calma y la favorece. Los caracoles con metabolismos más lentos viven más años -explican- puesto que cuentan con mayores reservas de energía para gastar en otras actividades, como el crecimiento o la reproducción. Así que, querido Edu, a tu indignación añadamos una reivindicación por la lentitud como defendía Fernand Léger: «La vida seria avanza a tres kilómetros por hora, es decir, al paso de una vaca en un camino».