Si llegara a ocurrir que un feliz día acabaras perdiendo la cordura, que extraviaras los puntos y las comas y amanecieras ida, extrañamente insana, perdidamente loca. Si llegara a ocurrir que toda sensatez te fuera ajena y te diera lo mismo salir a tus adentros que entrar en tus afueras; si dieras a la emoción […]
Si llegara a ocurrir que un feliz día acabaras perdiendo la cordura, que extraviaras los puntos y las comas y amanecieras ida, extrañamente insana, perdidamente loca.
Si llegara a ocurrir que toda sensatez te fuera ajena y te diera lo mismo salir a tus adentros
que entrar en tus afueras; si dieras a la emoción rango de causa y celebraras la fe de la quimera.
Si ocurriera que un día fuera el discernimiento algo más comprensivo, la prudencia demandada por su notoria tendencia a envilecerse, el respeto emplazado a definirse y el derecho puesto del revés.
Si ocurriera que un día que no llega, a cada incertidumbre sucediera un delirio, ganara el desvarío las apuestas y no le dieras tregua a la razón ni calendario al tiempo.
Si llegara a ocurrir que esos temores que cavilan pretextos y remilgos, que acunan las palabras que han de negarnos cuerdos, esos miedos que son las cortapisas del juicio que perdemos… si llegara a ocurrir que lo perdemos, para entonces, a los dos nos tendrá reservada la más lúcida de todas las demencias una mesa simple, de madera, a resguardo de culpas y de penas donde acodar los sueños, y aliento para hacerlos al camino.
Sospecho, también, un día de lluvia y que el sol que amanezca no nos halle dormidos; supongo algunas risas, ni tantas como para aturdirnos ni tontas como para olvidarnos, sólo las justas, las debidas, esas que, cuando son, son un encuentro, un agitado cruce de alborotos, otra loca manera de abrazarnos.
Y habrá de vez en cuando luna llena, así le guste al cielo o le disguste, y una ventana azul y un árbol viejo.
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