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Unidad traicionera y peligrosa

Fuentes: Rebelión - Imagen: James Ensor, "Máscaras y muerte".

En la tormenta de las traiciones, el precio de pactar con los oportunistas es resbaladizo

Decía el abuelo Zenón, con voz de tambor viejo y mirada de selva, que la sociedad dominante camina con la espalda hacia nosotros, como si no existiéramos, como si nuestras voces fueran eco perdido en el monte. Es sordo a nuestras luchas, ciego ante nuestras heridas. Por eso, solo nos queda volver al círculo, al fogón, al canto común. Recordar que los abuelos cimarrones no vencieron con armas, sino con unidad, con palabra compartida, con fuerza colectiva. Recuperar esa unión es volver a respirar dignidad. Porque divididos somos ramas secas, pero unidos, somos árbol que no se tumba con viento. (Voces de los abuelos)

Hay errores que se repiten como si la historia tuviera sed de advertencia. Pactar con un oportunista es como sembrar en tierra infértil: el fruto nunca será colectivo, y cuando brota, suele ser venenoso. Otra vez, el buró de la Revolución Ciudadana optó por la jugada que ilusiona en el corto plazo, pero envenena en el largo: aliarse con quienes jamás caminaron bajo la lluvia con el pueblo, con quienes no se mancharon las manos de tinta ni tierra por la causa, con quienes solo ven el poder como trampolín y no como trinchera.

Se dejó de lado a la militancia. A esa militancia que sostuvo la historia con pancartas y convicción, con organización desde la base y resistencia frente al desprecio de los poderosos. Se dejó de lado al corazón palpitante del proyecto político, y se abrazó al cuerpo frío de lo desconocido. El extraño —que nunca fue pueblo, que nunca creyó más allá de sus ambiciones— fue invitado a la mesa donde debió estar el compañero.

Así, lo que debió ser renovación se volvió traición. La prefecta (del Guayas), que llegó impulsada por la esperanza de un pueblo, mostró con su conducta que la lealtad no se predica: se practica. Y su práctica ha sido el silencio ante la traición, el alejamiento calculado, la preferencia por las cámaras antes que por las asambleas. Resultó imperfecta. No por ser humana, sino por priorizar su vanidad sobre el mandato popular.

El alcalde (de Guayaquil) no fue diferente. Marcó distancia. Construyó su propia isla en medio del archipiélago que lo llevó a puerto. Dejó de mirar a la militancia a los ojos. En lugar de reforzar el tejido comunitario, rasgó el manto que nos cubría, dejando expuesta la piel frágil del movimiento.

Esta alianza no fue estratégica; fue suicida. Un reto, sí, pero también profundamente peligroso. Una infección. Hoy se destapan las cloacas, y de ellas brotan no solo los secretos sino las consecuencias. La fe en el poder de la gente comienza a tambalearse, porque si la Revolución Ciudadana —nacida de la esperanza de los nadie— olvida a los suyos, ¿qué esperanza queda para los que aún creen?

En este naufragio de intereses personales, donde el juego de la individualidad sobresale como un cáncer, la gran pregunta es: ¿qué hacer? Porque no basta con lamentar. La respuesta no está en retroceder, sino en recordar.

Recordar que el pueblo no es adorno de campaña, que la militancia no es recurso temporal. Recordar que la política sin ética es una forma elegante de traición, y que el poder sin pueblo es solo usurpación disfrazada de administración.

En esta tormenta de traición y deshidratación, lo que urge es volver al origen: al diálogo honesto con las bases, al ejercicio autocrítico sin miedo, al reencuentro con los rostros verdaderos de la revolución. Porque si perdemos la fe en la gente, no queda revolución posible. Y si la revolución deja de ser colectiva, se convierte apenas en un recuerdo decorativo del pasado.

Hoy, más que nunca, se necesita recuperar la palabra, y con ella, la lealtad. Despertar del espejismo, depurar lo que contamina, y rehacer el camino con quienes sí han estado, con quienes siguen soñando, aunque les duela el abandono. En medio del caos, que vuelva la claridad: sin pueblo, no hay victoria que valga. Y sin militancia, no hay mañana que se construya con dignidad.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.