Es evidente que en Venezuela hay una siembra permanente de pesimismo, con el fin de imponer en el imaginario colectivo de la población la sensación de que el país está sumergido en un proceso de deterioro imparable; que se cae a pedazos. Y por eso se insiste recurrentemente en temas como la seguridad, la inflación, […]
Es evidente que en Venezuela hay una siembra permanente de pesimismo, con el fin de imponer en el imaginario colectivo de la población la sensación de que el país está sumergido en un proceso de deterioro imparable; que se cae a pedazos.
Y por eso se insiste recurrentemente en temas como la seguridad, la inflación, la escasez de alimentos y de medicinas, problemas innegables que se exageran al extremo, aun cuando el mismo problema se vive, también, en otros países de la región, pero que sus efectos son obviados, invisibilizados, silenciados por los medios hegemónicos y organismos como la OEA (recordar la reciente estafa electoral y la represión en Honduras)…
La siembra, bien elaborada y ejecutada es alimentada desde los medios nacionales y extranjeros, con el empleo de las más audaces prácticas desestabilizadoras. La sensación es que lo que busca la gente es salir a como dé lugar del país antes de que sea demasiado tarde, señala el exvicepresidente José Vicente Rangel.
Pocos hablan del petro (la nueva criptomoneda) o del diálogo que -entre gobierno y oposición- sigue (¿o no?) en República Dominicana, mientras el gobierno anunciaba el desmantelamiento de una célula terrorista comandada por Oscar Pérez, un expolicía piloto que bombardeara el Tribunal Supremo de Justicia.
La ofensiva contra Venezuela tiene distintas aristas. El economista opositor Ricardo Hausmann, exministro de Carlos Andrés Pérez y funcionario de organismos multilaterales, sigue en plena campaña a favor de la intervención militar de Estados Unidos en Venezuela, y un cerrada crítica por el nombramiento de un oficial de la Guardia Nacional, el general Manuel Quevedo, para presidir una Pdvsa en plena crisis, lo que refuerza, dice, un proceso de militarización de la política.
Cuando el control de Washington no existe, como ocurre en Venezuela desde que la misión militar estadounidense fue expulsada del país por Chávez, y con los cambios políticos e ideológicos de los 18 años de vigencia del proceso bolivariano, se recurre a la descalificación global de la institución castrense.
Pero eso no quita que el gobierno debe poner a funcionar Pdvsa, rescatar la producción, lo que requiere una optimización organizacional, focalización en las actividades de extracción y refinación, licitaciones, delegar en muchos casos la gestión y separación de la burocracia -muchas veces corrompida- que no genera petróleo.
En medio de las fuertes tensiones que caracterizan las relaciones Washington y Caracas, pudiera verse como un sinsentido que prospere la iniciativa que se ha propuesto reemprender el Grupo Boston en 2018, dirigida a establecer puentes, generar puntos de contacto y a propiciar entendimientos entre ambos países.
El Grupo Boston fue una comisión parlamentaria de la Asamblea Nacional de Venezuela financiada por la Organización de Estados Americanos (OEA) y creada por el grupo de amistad parlamentario venezolano-estadounidense, después del golpe de Estado de 2002. Se trataba de que parlamentarios de ambos países conversaran en un ambiente de menor polarización.
La mitad de los miembros venezolanos eran diputados opositores y la otra mitad oficialistas y la representación estadounidense se repartía igualitariamente entre demócratas y republicanos. Entre los miembros del grupo se encontraba Nicolás Maduro y John Kerry.
Quizá se sorprenda al conocer su comité ejecutivo (creado en 2000): Pedro Díaz Blum, Calixto Ortega. Cilia Flores (esposa de Maduro), Luis Acuña, el exministro y director del banco Central José Khan, la rectora del Consejo Nacional Electoral Tania D’ Amelio, Elvis Amoroso, Enrique Márquez y Ángel Emiro Vera.
Por supuesto, las diferencias se han agudizado con el paso del tiempo, cada día las palabras son más agrias y la insistencia de Washington de imponer sanciones económicas y financieras a Venezuela hace más difícil que se avance.
Es en este cuadro de acusaciones y reproches mutuos que el Grupo Boston se ha propuesto actuar para crear hilos de contacto que se vayan robusteciendo hasta recomponer de algún modo las relaciones, generar confianza, provocar cambios y establecer lazos de cooperación. ¿Un caso de realismo mágico?
Alvaro Verzi Rangel: Sociólogo venezolano, codirector del Observatorio en Comunicación y Democracia.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.