Recomiendo:
0

Vade retro

Fuentes: Rebelión

Sinceramente, uno no puede menos que admirar la voluntad épica con que la Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) continúa convocando a bregar por un mundo libre de hambre, a menos de dos años de la fecha fijada para el cumplimiento de los encomiables Objetivos del Milenio -¿el pasado?, ¿el […]

Sinceramente, uno no puede menos que admirar la voluntad épica con que la Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) continúa convocando a bregar por un mundo libre de hambre, a menos de dos años de la fecha fijada para el cumplimiento de los encomiables Objetivos del Milenio -¿el pasado?, ¿el recién comenzado?, ¿el que viene?.. ah, relatividad del tiempo-, el primero de los cuales es la erradicación de la pobreza extrema y su consorte: el ayuno crónico.

Se admira a la FAO, sí, a pesar de que quizás uno esté poseído por el espíritu del griego Pirrón (360-270 a.n.e), eso que los entendidos llaman escepticismo con empaque que obliga a carenar en enciclopedias, e historias de la filosofía, y que en buen romance significa urticante desconfianza, mayúscula sospecha, rebelde suspicacia. En fin, descreimiento a ultranza.

A Dios gracias, la buena conciencia tercia para recordarnos que hace unos días la institución distinguió a 18 países por reducir a la mitad, o más, la cantidad de subnutridos que se calculaban en 1990-1992. Cuba, Venezuela, Guyana, Nicaragua, Perú y San Vicente y las Granadinas resultan algunos de los esforzados en la seguridad alimentaria.

O sea que se puede, que ineluctablemente el futuro no tiene que devenir peor, se dice el escribidor mientras repasa la estrategia de La Habana: una política de inclusión social que garantiza igualdad de oportunidades, el acceso universal a los recursos, a la salud y la educación, el mejoramiento de las dietas, entre otras bondades. Ello, a despecho de un bloqueo exterior que contribuye con saña a constreñirse casi a lo básico, haciendo que algún que otro desavisado llegue a idealizar foráneas realidades y hasta obviar que, como por arte de magia -más bien arte de revolución-, hace cinco décadas desapareció del archipiélago la repetida imagen de niños con vientres henchidos no de pitanza, sino de parásitos inherentes a la insalubridad y al hambre.

Se puede, sí. Solo que ¿se quiere? O ¿todos quieren? ¿Acaso el principal investigador del mismísimo Banco Mundial, Branco Milanovic, no ha reconocido que el ocho por ciento de quienes disponen de mayores fondos en el planeta obtienen alrededor del 50 por ciento de los ingresos? ¿Acaso el actual estado de cosas -hambre incluida- no responde a razones como que el uno por ciento más rico de la humanidad posee casi la mitad de los activos personales? ¿Y que esta exigua porción de favorecidos vio aumentar sus entradas reales en más de 60 por ciento en dos décadas (de 1988 a 2008), mientras que las del cinco por ciento de los habitantes más pobres de la Tierra no experimentaron el mínimo cambio?

No en vano el director general de la FAO, José Graziano da Silva, declaraba que, aunque se constata cierto progreso en el particular combate, «todavía queda un largo camino por delante». Camino que, por cierto, el alto funcionario divisa empedrado de «políticas, inversión e investigación agrícolas adecuadas para aumentar la productividad, no solo de cereales básicos como maíz, arroz y trigo, sino también de legumbres, carne, leche, verduras y frutas, todos ellos ricos en nutrientes». Asimismo, de cortes en las pérdidas y el desperdicio de alimentos, que en la actualidad ascienden a un tercio de los producidos cada año. Y de mejoras en el rendimiento de las cadenas de suministros, y en la disponibilidad y accesibilidad de una amplia diversidad de condumio…

Pero el informe de Da Silva pasa de prolijo. Recomienda igualmente «avanzar en la calidad nutricional mediante el enriquecimiento y la reformulación», y lograr que los «sistemas alimentarios estén más atentos a las necesidades de las madres y los niños pequeños.» Sin embargo, según el leal saber y entender de la FAO, coincidente con el Grupo de Alto Nivel de Personas Eminentes de la ONU para la Agenda de Desarrollo posterior a 2015, el hambre extrema y la pobreza podrían ser erradicadas en 2030. Claro, se apostilla que «esto no ocurrirá por sí solo: se debe aplicar una serie de medidas importantes, políticas y económicas, y adoptar mecanismos adecuados de gobernanza».

Y entonces uno vuelve a despeñarse en la lóbrega sima del escepticismo. ¿La propia FAO no ha alertado últimamente sobre el encarecimiento de los alimentos, subrayando que en esto pesan el debilitamiento de los valores de la energía y la persistente preocupación acerca de la economía mundial? ¿Es que, a redropelo de incontables observadores, la entidad prevé una salida pronta de una crisis por más de uno considerada estructural, si no terminal? Ojalá las aprensiones resulten eso: meras aprensiones, que no certezas. Vade retro, Pirrón.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.