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Crítica de la película Qué tan lejos, de Tania Hermida (2006)

Vejez de lo mismo

Fuentes: Rebelión

Teresa (Cecilia Vallejo), estudiante universitaria de letras en el film que nos ocupa, lee un fragmento de El mono gramático y la realizadora nos lo hace escuchar en off: «El sentido no está en el texto sino fuera de él». Tamaño exabrupto antisemiótico -Octavio Paz es tan notable poeta como dudoso crítico literario- cobra aquí […]

Teresa (Cecilia Vallejo), estudiante universitaria de letras en el film que nos ocupa, lee un fragmento de El mono gramático y la realizadora nos lo hace escuchar en off: «El sentido no está en el texto sino fuera de él». Tamaño exabrupto antisemiótico -Octavio Paz es tan notable poeta como dudoso crítico literario- cobra aquí una peculiar significación. Se podría decir, incluso, que la operación de mercadotecnia que la película pone en pie es lo único interesante que de ella puede decirse. El film de Tania Hermida es, actualmente, récord de taquilla en España, donde ha superado la recaudación de los habituales títulos multinacionales USA. Esta coproducción de Ecuador con España (a través de la Junta de Andalucía), dirigida al muy numeroso colectivo de emigrantes ecuatorianos que trabajan en nuestro país, ha hecho que la salas de cine se llenen de un público constituido por auténticos clanes familiares que, bien provistos de fiambreras y niños alborotadores, celebran la proyección con un carácter fruitivo y gozoso que uno no recordaba desde la época de los cines de barrio de su infancia. Tal vez, sí, el único sentido posible de Qué tan lejos sea ése: la recuperación ritual y multitudinaria del hecho de ir al cine en la era audiovisual.

Pero la crítica, se supone, debe ir algo más lejos que la consideración sociológica y si pensamos, en contra de Paz, que un film es una propuesta de sentido intrínseca al mismo, dotada de una intención moral y que demanda una participación activa del espectador para ser leída, el sentimiento de irritación de este crítico que aquí les habla viene precedido de una sensación de perplejidad. Perplejidad no tanto por los premios otorgados en los Festivales de La Habana, Montreal y Quito como por las declaraciones de la directora en la hoja de sala del film, que abren un auténtico abismo entre intenciones y resultados. Dice Tania Hermida:

«Como guionista y realizadora de cine me interesa desarrollar proyectos que propongan una mirada nueva sobre mi país y mi entorno. Películas que rompan con las convenciones del llamado Cine del Tercer Mundo, transgrediendo los límites de la anécdota costumbrista, el regodeo visual de tarjeta postal o la folklorización de la miseria.»

Según un cómodo expediente clasificatorio podría decirse que nos encontramos ante una road movie, avatar cinematográfico de la llamada «novela de aprendizaje» (Bildungsroman) cuyo arquetipo literario sería el Wilhelm Meister de Goethe: ante el paro nacional, convocado por las centrales indigenistas, Teresa y Esperanza (Tania Martínez) se ven obligadas a desplazarse en auto-stop de Quito a Cuenca, atravesando Ecuador de norte a sur. Si tenemos en cuenta que Esperanza es una barcelonesa -en algún momento se le escapará una frase en catalán- que desea conocer la tierra de sus padres y Teresa una aborigen, ante nosotros se abre un programa narrativo más que predecible: los tópicos turísticos que sobre el país de sus antepasados la española haya podido alimentar se verán contrastados con la palpitante realidad del mismo y su horizonte de conocimiento se ensanchará. El problema es que tal realidad está enunciada pero no representada en el film. Teresa le dice a Esperanza algo así como que Ecuador es algo más conflictivo que las postales del Chimborazo, pero cuando trata de definirse políticamente exclamará: «¡Yo estoy en contra de todo!». Y la frasecita se las trae porque, en buena dialéctica, negar la totalidad es casi tanto como afirmarla. El paro, la miseria -rebaños de ovejas conducidos por niños de muy corta edad- y el subdesarrollo cultural están en el film como formando parte del paisaje, inalterable destino al que van abocados todos los empeños redentores que sólo son capaces de engendrar tipos pintorescos como el crístico Jesús (valga la redundancia), muy convincentemente interpretado por Pancho Aguirre.

Más allá de las buenas intenciones de la realizadora -empedradoras del infierno, como se sabe- la verdad es que su película carece de dimensión crítica y, cuando pretende el comentario irónico, éste se torna insospechadamente cínico. Tal sucede en esa escena, que podría servir de modelo reducido al film en su totalidad, donde las dos protagonistas se ven confrontadas al momento climático de un culebrón televisivo en cuya contemplación está absorta la dueña de un pequeño colmado. Un momento antes, Esperanza ha grabado en su cámara vídeo a Teresa en el trance de exponer las razones de su viaje a Cuenca: reventar la boda de su sedicente novio obligado, según ella, a un matrimonio por interés. Las risas que el paralelismo culebrón-vida suscitan, no nos impiden consideraciones de calado algo más hondo: en el terreno de su elaboración formal -y las formas son las que nos dicen lo que hay en el fondo de las cosas, dice Godard- los modos enunciativos de Qué tan lejos andan próximos a los del culebrón y de ahí, tal vez, su éxito populista.

Con su luminosa fotografía de colores saturados que hace de cada plano una postal antiturística, pero postal al fin y al cabo -la realizadora podría haber asimilado algo del feísmo deliberado al que Buñuel obligaba al atildado Gabriel Figueroa en Los olvidados o Nazarín-, el film de Tania Hermida no hace sino reafirmar el estado de cosas actual, verosimilizando, a través de las elaboraciones más degradadas de la cultura popular, una realidad que, en efecto, está lejos. Y si acercarla al espectador pasa por leer en off la ficha de los personajes (¡especificando su primera regla y su primera eyaculación!) o de los lugares que visitan, extraídos de algún manual histórico-geográfico, apaga y vámonos, que diría un castizo. Uno creía que el despertar del pensamiento dialéctico había ya desbancado para siempre al positivismo decimonónico y esto no es así, al menos para algunos cineastas.

Juan Miguel Company es profesor del Departamento de Teoría de los Lenguajes (Universidad de Valencia, España) y crítico cinematográfico.