Las relaciones entre las dos mayores potencias mundiales, China y Estados Unidos, están jalonadas por conflictos intermitentes pero constantes que para algunos son el presagio de una guerra comercial aunque seguramente no se llegue a tanto. Es posible que un aumento del precio de los productos chinos en EEUU por la aplicación de un arancel lo único que provoque es un empobrecimiento de las clases populares que compran productos chinos baratos y con la subida de precios seguirían comprando esas mismas mercancías, porque nadie más las hace, pero más caras.
La prensa económica en habla inglesa lleva ya algún tiempo publicando artículos contra China. Se ve que el tema es lo de menos, la cuestión parece más bien socavar la posición de China en el mundo y para ello qué mejor que sembrar dudas con críticas simplistas, parciales y tendenciosas.
También ha habido movimientos. El año empezaba con el Gobierno de Obama aprobando una venta de armas a Taiwán que provocó el enfado del Gobierno chino al considerar éste, y no sin razón, que genera un aumento de la tensión en la zona. En febrero, Obama invitó al Dalai Lama a la Casa Blanca, lo que motivó otra protesta del Gobierno chino. Y este mes la empresa Google ha tomado la decisión de desviar automáticamente todas las entradas a sus páginas en China hacia las que mantiene en Hong Kong a cuenta de la censura del Gobierno chino sobre determinados sitios en Internet.
Beijing también ha tomado medidas. Hace unos días, por ejemplo, las autoridades chinas retuvieron un envío de ropa de las marcas Zara, Versace y D&G porque el etiquetado no cumplía las normas. El fomento del libre comercio es un axioma del actual sistema económico liberal, pero todos los gobiernos encuentran siempre excusas para entorpecer la importación de determinado tipo de mercancías, ya sea a cuenta de las etiquetas o de cualquier otra minucia. El Gobierno chino ha aprendido rápidamente la lección.
Ha habido movimientos de mayor calado.
El Tesoro de Estados Unidos ha informado recientemente que China ha estado vendiendo deuda soberana estadounidense durante tres meses consecutivos, aunque sigue siendo todavía el país que más títulos acumula con un valor de 889.000 millones de dólares, por delante de Japón con 765.700 millones.
Es posible que esta venta sólo haya sido una llamada de atención. Una venta masiva de deuda estadounidense por parte de China provocaría una caída de su precio. Esto resultaría perjudicial para China, al ser el país que más títulos posee, porque sus reservas perderían valor, pero sobre todo para Estados Unidos, que tendría que subir el interés que paga por los préstamos que recibe, lo que acarrearía un aumento del peso de la deuda en el presupuesto. Salvando las distancias, lo que le ocurre a Grecia en la actualidad.
El otro campo de batalla es la cotización de la moneda China, el renminbi.
Los estadounidenses dicen que está infravalorada y, por eso, China vende más mercancías a Estados Unidos que al revés. Por eso se está presionando a China para que suba el valor del renminbi en relación con el dólar.
El Nobel de Economía Paul Krugman ha propuesto que en caso de hacer caso omiso a los requerimientos de Estados Unidos, el Gobierno suba un 25% los aranceles a los productos chinos y pone como ejemplo que ya en 1971 Estados Unidos acordó una medida similar en relación con Japón y la República Federal Alemana, subiendo un 10% los aranceles hasta que estos países revalorizaron su moneda unos meses más tarde.
Lo que no dice el premio Nobel es que ni con los aranceles, ni con la revalorización, Estados Unidos conseguiría una balanza comercial favorable. Y es que el comercio internacional no sólo son precios, también es estructura, es decir, qué produce cada país, qué vende y qué compra. Es posible que un aumento del precio de los productos chinos en Estados Unidos por la aplicación de un arancel lo único que provoque es un empobrecimiento de las clases populares que compran productos chinos baratos y con la subida de precios seguirán comprando esas mismas mercancías, porque nadie más las hace, pero más caras.
Contestando a esta tesis, el viceministro de Comercio chino, Zhong Shan, recuerda en «The Wall Street Journal» que entre 2005 y 2008 el renminbi se apreció un 21% con respecto al dólar y a pesar de ello el superávit comercial de China con respecto a Estados Unidos aumentó un 20,8% cada año. Añade que en 2009 el dólar perdió valor con respecto al euro, al yen y al won coreano, pero no ha habido cambios fundamentales en el comercio de Estados Unidos con esos países, ni exigencias para que aumenten el valor de sus monedas.
Por lo tanto, no tiene mucho fundamento la pretensión de Estados Unidos aunque esté avalada por un premio Nobel. De todas formas, el viceministro apunta que ven con buenos la estrategia de crecimiento de las exportaciones estadounidenses, pero que deberían dejar a un lado la mentalidad de la guerra fría y relajar el control sobre las exportaciones a China. Así se entiende que lo que ocurre es que Estados Unidos quiere todo: no vender determinados productos a China y además tener una balanza comercial positiva con el gigante asiático.
No sólo ocurre con las mercancías.
El capital chino estaba vetado para comprar empresas estadounidenses, pero esta semana el fabricante chino Geely ha comprado Volvo a Ford. Hace unos días la OMC ha hecho público que, según sus estimaciones, China ha pasado a Alemania como el mayor exportador del mundo con una cuota de 9,6% de la exportaciones mundiales. Estados Unidos se resiste a perder su papel hegemónico y China continúa avanzando a paso a paso. No creo que todas estas escaramuzas terminen en una guerra comercial entre los dos países, sobre todo, porque China intentará evitarla siguiendo las enseñanzas de Sun Tzu que en «El arte de la guerra» recomienda obtener la victoria sin necesidad de ejercer la fuerza.
http://www.gara.net/paperezkoa/20100413/193545/es/China-EEUU-Vencer-sin-combatir