Esta frase lapidaria y profunda la espetó Miguel de Unamuno, escritor, filósofo, rector de la Universidad de Salamanca, al general fascista José Millán-Astray, fundador de la Legión militar sublevada contra la República española, presente junto a la esposa de Franco, obispos, catedráticos, empresarios y tropas falangistas en el acto celebratorio del «Día de la Raza», […]
Esta frase lapidaria y profunda la espetó Miguel de Unamuno, escritor, filósofo, rector de la Universidad de Salamanca, al general fascista José Millán-Astray, fundador de la Legión militar sublevada contra la República española, presente junto a la esposa de Franco, obispos, catedráticos, empresarios y tropas falangistas en el acto celebratorio del «Día de la Raza», en medio de gritos de exaltación nacionalista, imperial y de cruzada antipopular y antidemocrática, en la universidad salamantina, el 12 de octubre de 1936.
Unamuno comenzó su breve alocución diciendo» Ya sé que estáis esperando mis palabras, porque me conocéis bien y sabéis que no soy capaz de permanecer en silencio. A veces, quedarse callado equivale a mentir. Y quiero hacer algunos comentarios al discurso, por llamarlo de algún modo, del general Millán Astray…», quien había increpado al rector a los gritos de ¡Abajo la inteligencia! y ¡Viva la muerte!, vitoreado por los falangistas presentes. Y Unamuno prosiguió: «Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta, pero no convenceréis. Para convencer hay que persuadir y para persuadir necesitáis algo que os falta: razón, derecho en la lucha. No puede convencer el odio que no deja lugar a la compasión, ese odio a la inteligencia, que es crítica y diferenciadora, inquisidora…» Y salió del aula, escoltado, fue a poco cesado por Franco y murió recluido y solitario tan solo un mes y medio después.
En esta frase, en su expresión tan ardiente y emotiva y en su sentido implícito, podemos rescatar alguna enseñanza para comprender no sólo lo que ocurrió ayer nomás, sino lo que sucede en nuestro tiempo. En primer lugar, la complejidad y encarnizamiento que adquiere la lucha por el convencimiento de los pueblos, que es decir por el destino mismo de la humanidad. Porque el fascismo, la contrarrevolución capitalista, no se basó sólo en armas, en violencia represiva, sino que trató también, y lo logró en gran medida, convencer y atraer a grandes sectores sociales, de subordinarlos a una ideología de odio racial y social,de egoísmo y desprecio de lo humano, de sacrificarlos en su propio interés expansivo, saqueador y belicista.
¿En qué se diferencian las formas actuales de dominación ideológica y cultural del capitalismo neoliberal? Por supuesto, han aprendido a elaborar y utilizar técnicas mucho más sutiles y globales, de persuasión y convencimiento, para lograr una base de masas que sustente, activa, electoral o pasivamente sus intereses de clase. Utilizándolas, ¿es que no sigue gritando el poder dominante ¡Abajo la inteligencia!, cuando asfixia la cultura nacional, vacía la educación pública y la mercantiliza, clausura el Conicet y la investigación científica, persigue el pensamiento crítico y popular…? ¿No clama el poder oficial ¡Viva la muerte! cuando impone sus políticas siniestras de ajuste, de saqueo a los jubilados, condenados a la muerte prematura, de despidos y exclusiones, de contaminación venenosa, de persecución genocida de las y los inmigrantes, originarios y empobrecidos, de miseria y represión incesantes?
Saludemos al viejo maestro, su dignidad intelectual, ética y humanística, su confianza en el esfuerzo y la conciencia humana y en que no serán las armas militares, económicas o ideológicas las que finalmente podrán aniquilar «la razón, el derecho en la lucha», es decir la resistencia, la rebelión, la creatividad cultural y emancipadora de los pueblos.
Juan Rosales, profesor honorario de la Universidad de Buenos Aires. Director de la Cátedra Americanista de la UBA, con sede en la Facultad de Filosofía y Letras, escritor y periodista.
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