Los motivos del imperio -y de sus socios y sirvientes en América Latina y Europa- para librar la feroz campaña internacional de desprestigio contra el presidente venezolano Hugo Chávez son más que evidentes. En 2004 la revolución bolivariana proclamó su carácter antiimperialista y dos años después, se definió socialista. Esto no ocurría en América Latina […]
Los motivos del imperio -y de sus socios y sirvientes en América Latina y Europa- para librar la feroz campaña internacional de desprestigio contra el presidente venezolano Hugo Chávez son más que evidentes. En 2004 la revolución bolivariana proclamó su carácter antiimperialista y dos años después, se definió socialista. Esto no ocurría en América Latina -y en el mundo- desde hacía medio siglo. Chávez ha reafirmado esos principios en su programa para postular a la reelección el próximo 7 de octubre: «No queremos -dice- permanecer en el ámbito del capitalismo, es indispensable que en Venezuela encarne el socialismo como el ancho y abierto camino hacia la suprema felicidad social». Y reiterando la mixtura de su ideología revolucionaria, agrega: «Combatimos por una sociedad donde se realicen plenamente los grandes valores del cristianismo».
Estas definiciones políticas, económicas y sociales son -como sabemos los chilenos-, aspiraciones prohibidas para los pueblos de cualquier latitud y, sobre todo, para los de América Latina y el Caribe. El águila imperial está alerta para caerle encima a cualquier país que ose levantar la bandera del socialismo, o simplemente la de la independencia. El colonialismo cultural ha convertido al socialismo en algo perverso y peligroso para pueblos «educados» por la televisión made in USA. En Chile hasta la palabra «socialismo» es casi desconocida. Ha sido eliminada del lenguaje político y social. Se teme mencionarla e identificarse con ella. La inteligentzia más condescendiente sitúa al socialismo entre las utopías inalcanzables y, por lo tanto, en una pérdida de tiempo referirse a él. No aparece entre los objetivos de partidos que se dicen de Izquierda y representantes de la clase trabajadora. Ni siquiera lo menciona nuestro pintoresco Partido Socialista que, en cambio, se pavonea con su «republicanismo», emulando al Partido Liberal que cumplía con más brillo esa función en el siglo pasado.
Chávez y la revolución bolivariana no sólo han legitimado la palabra y el hondo significado humanista y popular del socialismo -lo que por sí solo ya sería un triunfo-, sino que, además -y esto sí no le perdonan el imperio y sus secuaces- ha iniciado la construcción de una nueva sociedad en Venezuela y está cooperando para que otros países de la región, mediante métodos democráticos acordes con sus propias realidades, inicien el camino de liberación del ser humano que significa el socialismo.
Si Chávez gana el 7 de octubre, como todo parece indicar, se propone «seguir construyendo y cimentando las bases del socialismo bolivariano del siglo XXI para desmontar el inhumano, depredador y belicista sistema de acumulación capitalista y trascender la lógica del capital que lo sustenta». Más claro no puede ser.
La valentía de su franqueza es un desafío insoportable para el imperio, las oligarquías y sus instrumentos políticos y mediáticos. Eso explica porqué el PS y la Democracia Cristiana de Chile, partidos hermanos de Acción Democrática y Copei en Venezuela, pulverizados por la revolución bolivariana, se entrometen en forma tan descarada en el proceso electoral venezolano. Desde el ex presidente «socialista» Ricardo Lagos -que en abril de 2002 se apresuró a reconocer al gobierno golpista que derrocó a Chávez por 48 horas-, hasta senadores digitados por la Organización Demócrata Cristiana de América Latina (ODCA), tenaz enemiga de Venezuela, Cuba, Bolivia, Ecuador, Nicaragua, etc., han asesorado a la Mesa de Unidad Democrática (MUD), la coalición opositora, en tácticas políticas y maniobras propagandísticas. El ex presidente Lagos fue contratado en marzo de este año, con el español Felipe González y el brasileño Fernando Henrique Cardoso -trío de esperpentos de la socialdemocracia-, a un seminario en Caracas costeado por Banesco, el mayor grupo financiero de Venezuela. Su propósito era servir de caja de resonancia anti Chávez en los medios escritos y audiovisuales opositores, que son la mayoría.
El detonante de la bomba opositora en Venezuela consiste en desconocer, si le son desfavorables, los resultados del 7 de octubre. Para eso hay que crear en forma anticipada la imagen de un posible fraude. Henrique Capriles, el contendor de Chávez, se ha negado a firmar un compromiso para reconocer el resultado que proclamará el Consejo Nacional Electoral, la institución más prestigiada de Venezuela. Chávez, en cambio, no sólo acepta firmarlo sino que decenas de veces ha repetido que respetará los resultados sean cuales sean. El periodista José Vicente Rangel, ex vicepresidente de la República, ha advertido que «el fantasma de la violencia que se pasea por el escenario podría materializarse, dramáticamente, en el momento que el CNE anuncie los resultados».
El fraude anticipado -que en Chile encuentra eco cotidiano en los medios escritos y audiovisuales- carece de verosimilitud. El Centro Carter, nada sospechoso de chavismo, ha declarado que el sistema electoral venezolano -electrónico y manual simultáneamente- es «el mejor del mundo». Las elecciones y plebiscitos -incluyendo la envidiable revocación del mandato de autoridades- tienen lugar con frecuencia desde que Chávez llegó al gobierno hace catorce años. Al ritmo promedio de un evento por año, Chávez sólo ha perdido -por 0,53%- el referéndum constitucional del 2 de diciembre de 2007. En cambio, el referéndum revocatorio del 15 de agosto de 2004, que intentó sacar al mandatario por la vía electoral, lo ganó con el 59,09% de los votos. La confrontación electoral más reciente -elecciones parlamentarias del 26 de septiembre de 2010- dio alas a las esperanzas opositoras de derrotar a Chávez. En esa oportunidad, el PSUV y sus aliados obtuvieron el 48,13% y la MUD 47,22%; y el Partido Patria para Todos (opositor) logró el 3,14%. No obstante, el bloque de gobierno eligió por cuociente 98 diputados; la MUD 65 y el PPT 3.
La lluvia de encuestas en Venezuela indica, en su mayoría, que Chávez será reelegido. Consultores 30-11, por ejemplo, sostiene que Chávez recibirá 57,2% de los votos y Capriles 35,7%. Desde luego, hay enorme entusiasmo por votar y el 63,9% cree que ganará Chávez. Pero tan importante como esos pronósticos es que la mayoría dice estar de acuerdo con el socialismo que Chávez y el PSUV proponen para Venezuela. Hace catorce años ese país estaba tan minado por el capitalismo y su ideología como Chile de hoy. Sin embargo, el 51,2% de los encuestados señalan ahora estar muy de acuerdo (21,8%) o de acuerdo (29,4%) con el socialismo bolivariano. Un 39,6% está en desacuerdo o muy en desacuerdo.
El periodista Eleazar Díaz Rangel, director del diario Ultimas Noticias de Caracas, ha hecho ver que hasta la Conferencia Episcopal apoya con eufemismos la estrategia subversiva de la oposición. Díaz Rangel dice que sectores azuzados por el imperio podrían intentar acciones desestabilizadoras, como disturbios en las cárceles y ataques a recintos militares y aeropuertos. Todo es posible, cuando EE.UU., sus socios y sirvientes se juegan la vida. Lo demostraron en Chile en 1973. Y todavía más cerca, en Honduras y Paraguay.
El presidente Chávez no deja lugar a dudas. Anuncia con claridad el rumbo de su gobierno en el periodo 2013-2019: «La crisis que actualmente sufren los llamados países desarrollados -sostiene en su programa- es consecuencia de los desequilibrios y contradicciones intrínsecas al sistema capitalista. La voracidad por acumular cada vez mayor riqueza está originando no sólo la destrucción irreversible del medioambiente, sino la multiplicación de incontables sufrimientos y penalidades sobre millones de seres humanos. Nunca antes la Humanidad había padecido una desigualdad tan atroz. Mientras tanto, unas pocas personas y empresas monopolizan gigantescas fortunas creadas a través de manipulaciones financieras y especulaciones desmedidas, a costa de la miseria de la mayoría de la Humanidad».
Un líder con este lenguaje, que levanta sin miedo el proyecto socialista, merece el respeto y solidaridad de América Latina. Sobre todo de Chile. Porque Hugo Chávez, en definitiva, no ha hecho sino recoger la bandera de Salvador Allende y sostener su acción de gobernante en principios democráticos con el respaldo mayoritario de su pueblo y de la Fuerza Armada Nacional.
Editorial de «Punto Final», edición Nº 767, 28 de septiembre, 2012. www.puntofinal.cl