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Venezuela y la lucha de clases. Una posición crítica

Fuentes: Rebelión

«[…] en el centro del análisis político hay que colocar el problema de clases […]» /Lenin. Venezuela es hoy el centro de la atención mundial. La situación es particularmente compleja, siendo su desenlace hasta ahora incierto. Bajo las banderas del antiimperialismo, de la «defensa de la patria», e incluso del socialismo, la izquierda ha cerrado […]

«[…] en el centro del análisis político hay que colocar el problema de clases […]» /Lenin.

Venezuela es hoy el centro de la atención mundial. La situación es particularmente compleja, siendo su desenlace hasta ahora incierto.

Bajo las banderas del antiimperialismo, de la «defensa de la patria», e incluso del socialismo, la izquierda ha cerrado filas en torno al gobierno de Nicolás Maduro y la defensa de la «Revolución Bolivariana». En Chile esta es una posición transversal en la mayoría de sus expresiones provenientes de las más diversas tradiciones.

En este artículo sostenemos una posición crítica con este «consenso». Esta arranca de la lucha de clases, visión muy distinta al de oposición imperialismo versus «pueblo» del nacionalismo popular de la izquierda.

No se pretende negar los elementos geopolíticos presentes en la coyuntura venezolana, sino entenderlos en un contexto que hace que estos cobren un sentido muy distinto al que comúnmente se les atribuyen en los análisis y posicionamientos respecto a la cuestión. Lo determinante, a nuestro juicio, viene dado por las características y dinámica que la lucha de clases toma en Venezuela, elementos que precisamente aparecen extraviados, como si la «nación», el «pueblo» u otro descansaran en el aire.

¿Qué (no) está juego?

Lo que está en juego hoy en Venezuela no es ningún caso la confrontación entre capitalismo y socialismo. Ni siquiera es posible plantearse que se vaya a configurar un cuadro que permita abrir una perspectiva en dirección o avance hacia este último sistema social.

No hay posibilidad alguna de que el chavismo pueda experimentar una radicalización o «viraje» hacia el socialismo, tal como le gusta ilusionar a la izquierda latinoamericana.

Para entender por qué hay que remitirse al proyecto político del chavismo y la alianza de clases que hoy impera en Venezuela bajo su conducción.

El fenómeno del chavismo

La implementación tardía del neoliberalismo provocó que esta nueva configuración del capitalismo nunca alcanzara a afirmarse sobre cimientos sólidos en Venezuela. Esta causó la ruina y pauperización de extensos sectores de la población, que derivó finalmente en el derrumbe de la IV República. Las alianzas clasistas que sustentaban todo el sistema político de partidos burgueses (Acción Democrática y COPEI) de dicho período colapsaron estrepitosamente a fines de los 90′.

En su lugar emergió el chavismo como una fuerza renovadora de todo el cuadro político venezolano. Como fenómeno político-social, se trata de un movimiento de militares de corte nacionalista pequeñoburgués (bolivarianismo) que aglutina en torno a sí sectores populares pauperizados de la población, especialmente de origen urbano.

Ante el escenario de descomposición social y corrupción política generalizada por la que atravesaba el capitalismo venezolano, el ejército apareció como el único agente medianamente constituido sobre el cual apoyarse para emprender la regeneración social del país. Regeneración que no era sino la recomposición de una alianza de clases que pudiese dar nuevamente estabilidad al sistema de dominación burguesa.

Montado sobre un capitalismo de Estado (PDVSA) y la bonanza internacional del precio del petróleo, el chavismo emprendió un ambicioso plan de programas de asistencia social dirigido hacia a las clases populares pauperizadas que terminó en cierta medida por cambiar el carácter mismo del capitalismo venezolano. De un capitalismo de rentismo oligárquico, propio del período de la IV República, este pasó a uno de rentismo popular. Este cambio es la esencia, el contenido material, de la «revolución» impulsada por el chavismo.

Esta transformación se llevó a cabo no sin importantes convulsiones. Los partidos burgueses tradicionales, cámaras patronales y cúpulas sindicales desplazadas de la conducción del país se aprovecharon de la histeria de las clases medias -que no se resignaban a ver a un zambo al frente de Miraflores ni a compartir las prebendas que el rentismo les otorgó durante décadas- para desatar una virulenta oposición con el fin de derrocar al chavismo. Intento que, sin embargo, terminó en el fracaso, relegando a dichas expresiones burguesas a la marginalidad política.

Los fallidos intentos insurreccionales desnudaron, además, toda la impotencia, propia de su carácter lumpen, de los principales actores político-sociales de la IV República aglutinados en torno a las prebendas de la burguesía rentista venezolana.

Es precisamente este carácter lumpen lo que explica hasta hoy la incapacidad de la denominada oposición de disputarle seriamente la conducción al chavismo, y de lo infructuoso que han resultado los esfuerzos extranjeros por montar una fuerza social interna que lo derroque.

El régimen chavista

El chavismo emergió así, de forma arrolladora e incuestionable, como la única fuerza política dirigente del país.

A la cabeza del Estado, el chavismo comenzó sostenidamente a constituir una nueva clase dirigente consistente en una extensa capa de funcionarios -cuya expresión política hoy es el PSUV- encargada de administrar y repartir entre la población las prebendas de la renta petrolera -no sin antes reservar una parte importante para su propio beneficio-, y que a su vez cumple con la función de establecer la conexión con la base popular del chavismo.

Son, por tanto, la burocracia funcionaria y el ejército los actores que constituyen las clases dirigentes efectivas del capitalismo venezolano hoy en día. Este es el núcleo del bloque en el poder que cristalizó bajo el chavismo.

En la medida en que la correlación de fuerzas le fue ampliamente favorable, el chavismo instaló una suerte de democracia plebiscitaria en la que derrotó una y otra vez, de forma aplastante, a sus adversarios políticos. Este mecanismo le permitió establecer un estado de movilización permanente entre las masas y dialogar cesaristamente con ellas. Es precisamente ahora, cuando su arrastre entre los sectores populares ha mermado, es que se ha visto obligado a abandonar el modelo original, poniendo en entredicho las propias instituciones que él levantó.

En síntesis, el régimen político-social que decantó bajo el chavismo se resume en lo siguiente:

i. Por la base, la formación social venezolana transitó de un capitalismo de rentismo oligárquico a un capitalismo de rentismo popular.

ii. En lo político, en tanto, pasó de la democracia parlamentaria puntofijista de la IV República a un bonapartismo popular de democracia plebiscitaria.

iii. La base social de apoyo, que garantiza la estabilidad política «por abajo», se desplazó desde las clases medias acomodadas hacia los sectores populares pauperizados de la ciudad.

iv. Finalmente, el binomio ejército-burocracia reemplazó al sistema de partidos, cámaras patronales y cúpulas sindicales como actores mediadores del juego político-institucional.

Economía política del chavismo

Una «paradoja» que surge de todo el período chavista, que no cuadra con lo «revolucionario» o «socialista» que se le atribuye, dice relación con la mantención del carácter del capitalismo venezolano.

En efecto, la constante a lo largo de la historia de este es el anclaje de su estructura productiva en la explotación petrolera, la cual lleva finalmente a que toda la estructura de clases y la fisonomía que estas adoptan esté en relación directa con el circuito de distribución de la renta del hidrocarburo. La burguesía venezolana, en particular, ha tomado tradicionalmente un carácter lumpen derivado de su refugio en actividades relacionadas con el tráfico mercantil y la especulación financiera, las que constituyen los mecanismos por excelencia a través de los cuales se apropia de la renta petrolera, delegando su generación propiamente tal al capitalismo de Estado.

El carácter lumpen de la burguesía venezolana impacta de rebote sobre la clase obrera, que en este contexto no puede sino mostrar una debilidad extrema en lo material, en lo organizativo y en lo político-ideológico. Esto porque, habiendo delegado la burguesía el motor productivo y la principal fuente generadora de ingresos del país al capitalismo de Estado, las concentraciones de trabajadores organizados se dan precisamente en el empleo público, lo que termina por exponer a la clase obrera al clientelismo y manipulación ideológica por parte del Estado burgués, generando una patológica falta de autonomía política y posibilidad de constituirse como actor independiente.

La dependencia y atraso del capitalismo venezolano, cuya inserción internacional y capacidad de generar ingresos radican exclusivamente en la industria petrolera, lo dejan en una condición muy frágil en el mercado internacional. Una baja sensible en el precio del petróleo conspira no solo contra las condiciones necesarias para llevar a cabo el proceso de acumulación en escala ampliada (importación de bienes intermedios y de capital), sino también directamente contra las condiciones de vida de la población (importación de bienes de consumo).

El caso es que, oligárquico o popular, al fin y al cabo el capitalismo venezolano siguió siendo rentista. El chavismo no cambió esta característica fundamental de la economía del país, sino que, por el contrario, la acentuó hasta el absurdo. En efecto, no solo la actividad económica y las fuentes de ingresos del Estado se concentraron cada vez más en la industria petrolera, sino que en paralelo el resto del aparato productivo del país se debilitó sensiblemente, alcanzando incluso a la misma producción de petróleo.

En este contexto, las «leyes de hierro» del capitalismo rentista cayeron inevitablemente sobre el chavismo, así como estas habían caído sobre la IV República.

Por una parte, la misma burguesía venezolana se terminó sumando al nuevo esquema impuesto por el chavismo. Con los dólares subsidiados que el Estado le provee para la importación esta drena constantemente en beneficio propio la renta petrolera. Compra barato en el extranjero y vende caro en el país al desviar las mercancías adquiridas hacia el mercado negro. Con esto el capital venezolano se lumpeniza aún más al retirarse definitivamente de la esfera productiva hacia la circulación. Se trata de su propia naturaleza (búsqueda de ganancias) y de los incentivos que el mismo Estado chavista le pone. ¿Por qué producir si puede realizar estratosféricas ganancias con toda seguridad dedicándose a traficar con mercancías a costa del hambre de la población?

Sin embargo, nada de lo anterior sería posible si esta no actuara en connivencia y alianza -más o menos abierta- con la burocracia estatal. Esto porque ella también se apropia de una parte del león de la renta petrolera. Es simplemente imposible que un mecanismo de desfalco de los recursos estatales tan sistemático y de tamaña envergadura, y que hoy desangra al país, pueda ser llevado a cabo sin una alianza político-social más o menos sólida. Naturalmente la forma concreta y los mecanismos en que dicha alianza toma cuerpo entre los distintos estamentos de la burocracia varía en su modus operandi, lo que empero no pone en cuestión su existencia misma.

Esta es, por tanto, otra de las formas concretas en que se expresan las leyes de hierro del capitalismo venezolano bajo el chavismo, a saber: la sostenida corrupción de la burocracia estatal, que cada vez más deviene en una simple capa privilegiada de la sociedad. La denominada «boliburguesía».

Entonces, cabe preguntarse, ¿qué tiene de socialista hoy la Venezuela chavista? Pues nada. ¿Qué posibilidades hay que el chavismo se «radicalice» hacia el socialismo? Absolutamente ninguna. No se trata de deseos, falta de voluntad u «errores», sino de la alianza de clases sobre la que este descansa y expresa, la cual fija los límites de sus potencialidades y determina su dialéctica interna.

La coyuntura

La situación abierta por la autoproclamación de Guaidó como presidente encargado pone al desnudo una serie de contradicciones estructurales y tendencias de la formación social venezolana. El elemento inmediato que gatilla la actual crisis política es la desastrosa situación económica por la que atraviesa el país.

Según datos de la Cepal, desde 2014 el PIB por habitante del país ha venido cayendo año tras año, al punto que para el 2017 (no hay cifras aún para 2018, aunque preliminarmente se estima una caída de 18%) este había acumulado un retroceso total del 38% con respecto a 2013, año previo al inicio de la crisis. Es más aún, si se toma como referencia 1998, año previo a la llegada de Chávez al gobierno, el mismo indicador había acumulado una caída de 28%. En otras palabras, tras 20 años el país prácticamente no solo no avanzó, sino que incluso retrocedió.

Estas cifras ilustran la situación realmente catastrófica, la enorme destrucción de fuerzas productivas y el grado de descomposición social que actualmente experimenta Venezuela. La intensidad y extensión de la pobreza induce a la población que no se encuentra en posiciones privilegiadas a refugiarse en formas económicas delictuales (robo, contrabando, etc.) como medio de sobrevivencia, lo que se profundiza aún más en el contexto hiperinflacionario que aqueja al país.

No tiene sentido desconocer la crisis política por la que atraviesa el país, y su origen fundamentalmente interno. Esta es real. No se trata de una situación que haya sido importada artificialmente por la intervención del imperialismo norteamericano. Este componente resulta hasta secundario o derivado de la condición de base que enfrenta Venezuela. El injerencismo norteamericano es la forma burda, grotesca y hasta superficial en que se presenta el verdadero problema.

Si bien la oposición venezolana se aprovecha de la situación de forma cínica y oportunista, esta corre a refugiarse tras las faldas de Estados Unidos más bien por su propia debilidad. En efecto, expresión del lumpenaje de los sectores de bien de la sociedad venezolana, el payaso Guaidó no es nada. Hasta ahora no controla ninguna porción del Estado, condición indispensable si desea convertir su palabra en ley. Es natural, por tanto, que representantes de clases hermanas en situación de extrema debilidad corran a pedir ayuda al miembro más fuerte de su familia, y con quien mayor afinidad guardan. Por lo demás, ¿acaso Maduro no hace lo mismo cuando se echa en brazos de Putin, sellando todo tipo de alianzas y acuerdos de cooperación con el imperialismo ruso?

De este modo, lo que se desarrolla en Venezuela no es una lucha de liberación nacional, como las que con toda justicia libran pueblos-naciones como los mapuches, palestinos y kurdos. Esta es una lucha del bloque dominante imperante en el país por su permanencia en el poder frente al desafío de una fuerza burguesa alternativa. La «defensa de la patria», el antiimperialismo (norteamericano), entre otras, es la fraseología que levanta para lograr unificar a los distintos sectores sociales venezolanos en torno a sí. Es la lucha implacable de una clase -o más bien una alianza de clases- que entiende que sus condiciones de reproducción material dependen decisivamente de su permanencia al frente del poder del Estado.

Tal como está planteada actualmente la situación, no hay posibilidad alguna de que la solución, cualquiera esta sea, no recaiga sobre los hombros de las clases trabajadoras venezolanas, como de hecho ya está sucediendo.

El programa que levanta la oposición son las típicas medidas de ajuste económico que buscan recomponer la acumulación capitalista por la vía de una combinación de ajuste fiscal, restricciones monetarias y privatizaciones.

Sin embargo, la clave para volver a echar a andar la economía sobre bases capitalistas es el disciplinamiento previo de la fuerza de trabajo, cosa que resulta extremadamente difícil en el contexto actual de Venezuela. Por muy miserables que sean las condiciones de vida que enfrentan los sectores populares en el país, estos han adoptado como modus vivendi el sistema de dádivas y regalías que el Estado distribuye profusamente, y que les asegura una existencia mínima sin mayores esfuerzos.

El desafío para la opción burguesa «ortodoxa» es tratar de aminorar los costos de la materialización del ajuste, el cual podría tomar cuerpo a través de la ayuda «humanitaria desinteresada» de las potencias imperialistas afines y/o de un proceso de desmantelamiento paulatino y parcial del «Estado de bienestar» chavista. La otra es simplemente desatar una represión abierta sobre los sectores populares tipo «doctrina del shock», aunque en lo inmediato resulta difícil debido a que las cúpulas militares forman parte y son una de las principales beneficiarias del «Estado benefactor», lo que explica finalmente su alineamiento con el chavismo.

Por su parte, la opción del chavismo no es mucho más alentadora. Este levanta el típico programa pequeñoburgués que promete deshacerse de los males de la explotación capitalista manteniendo el régimen social que le da origen. Con el agravante de que las consecuencias ruinosas de un programa de tal naturaleza se ven amplificadas debido a la fragilidad de la base económica del capitalismo venezolano.

Por ejemplo, dos medidas de «salud pública» indispensables, ni siquiera socialistas, para poder sacar al país de la situación desastrosa serían la nacionalización de la banca y el establecimiento del monopolio estatal del comercio exterior.

Estas son sencillas de llevar a cabo. De hecho, la segunda está prácticamente implementada de facto por el lado de las exportaciones (¡más del 90% de las exportaciones de Venezuela corresponden a petróleo, cuya producción la controla PDVSA!), restando solamente el lado de las importaciones. Aunque sin la nacionalización de la banca seguiría siendo un mecanismo cojo y fácil de burlar por la burguesía lumpen y la burocracia afín a esta.

La condición necesaria, sin embargo, para llevarlas a cabo es el establecimiento previo de un poder político revolucionario que sea expresión de una (alianza de) clase(s) revolucionaria que rompa con los intereses del actual bloque dominante; cosa muy distinta, y diametralmente opuesta, a un gobierno con fraseología revolucionaria de la burocracia, el ejército y la burguesía lumpen.

En contraste, el gobierno chavista, fiel a su naturaleza social, se llena de medidas administrativas (control de precios) y burocrático-coercitivas (sanciones) para combatir el desastre, que, sin embargo, solo atacan la superficie de los problemas que enfrenta la economía. Muchas de ellas son sencillamente delirantes, propias de la inventiva e imaginación pequeñoburguesa, sin ninguna posibilidad de aplicación práctica (como la Ley Orgánica de Precios Justos, que limita las ganancias de las empresas), y por tanto apenas son dictadas quedan en letra muerta.

Pretender burlar las leyes del capitalismo sin acabar con él ha sido siempre una aspiración de los proyectos pequeñoburgueses, y el chavismo no es la excepción. Sin embargo, hoy toda la política económica del gobierno chavista es impotente. Sus medidas de control inflacionario, restricciones del tipo de cambio, aumentos salariales, subsidio a las importaciones, etc., caen en saco roto, o, lo que es peor, contribuyen a agravar la situación.

En esta situación tan calamitosa, en donde la viabilidad del chavismo en el poder se encuentra en entredicho, se exacerban los elementos bonapartistas de este. Cada vez más el ejército -y en especial su cúpula- aparece como el gran árbitro de la sociedad venezolana. Este actor es el que tiene hoy la última palabra en Venezuela, y es por eso que tanto Maduro como Guaidó apelan abiertamente a él. Sin embargo, aquí es el chavismo quien tiene el sartén por el mango por el momento.

En lo político-ideológico se acentúan también en el chavismo los elementos demagógicos (antiimperialismo (norteamericano), «defensa de la patria», teorías de la conspiración y guerra económica) y místicos (apelación a las figuras de y Chávez) propios del nacionalismo pequeñoburgués, a los que la izquierda termina dando crédito sin mayor espíritu crítico.

La izquierda ante la situación venezolana

El socialismo constituye una salida progresista del capitalismo impulsada por las propias contradicciones de este, y llevado a cabo por la lucha de la clase trabajadora contra el capital. Para que esta pueda emprender la lucha en dicha dirección es indispensable que cuente con independencia político-ideológica.

Es por esto que la situación de Venezuela tiene que llevar a una profunda crítica al interior de la izquierda. La inexistencia de una salida alternativa para las clases trabajadoras es su responsabilidad. Ha actuado condescendiente y acríticamente, presentando al capitalismo de Estado como socialismo y al rentismo popular como una revolución. Se ha dejado influenciar más por la simbología que por los elementos materiales del fenómeno chavista, cifrando esperanzas en él que no tienen correlato alguno con la realidad. Nunca ha intentado explicar seriamente al chavismo. Los constantes zigzags del gobierno son, por ejemplo, referidos eufemísticamente como «errores» del «proceso», sin cuestionarse siquiera el origen y naturaleza de estos.

La consecuencia es que suerte de la izquierda ha quedado atada a la del chavismo. En tanto que las clases trabajadoras y el pueblo venezolano se encuentran sin posibilidad alguna de ofrecer una salida revolucionaria a la crisis y a la amenaza imperialista.

Aquí no habrá ni victoria ni derrota. Aun manteniéndose el chavismo en el poder, la posición de las clases trabajadoras venezolanas está lejos de salir fortalecida. Por el contrario, sus condiciones materiales de vida se encuentran gravemente en entredicho, y que en un contexto de subordinación político-ideológica las deja fatalmente expuestas a la manipulación burguesa. Insistir en las posiciones que hasta ahora ha adoptado la izquierda es un error que no permite elaborar un proyecto socialista con la clase trabajadora como actor principal del mismo.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de los autores mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.