Hubo algo más que simples elogios en el velorio y en las declaraciones con respecto de la muerte de Brizola en esta semana. El sentimiento de pérdida de algo más que simplemente un líder político aislado golpeó a muchos, sin precisar con claridad que se perdía allí, algo más que simplemente un pedazo de vida […]
Hubo algo más que simples elogios en el velorio y en las declaraciones con respecto de la muerte de Brizola en esta semana. El sentimiento de pérdida de algo más que simplemente un líder político aislado golpeó a muchos, sin precisar con claridad que se perdía allí, algo más que simplemente un pedazo de vida de cada uno.
Recuerdo el momento de la muerte de Perón, en 1974, en Argentina. Lloraban todos, convulsivamente, inclusive sus mayores adversarios. En un artículo para el periódico La Opinión, un miembro del Partido Radical, férreo e histórico enemigo de Perón, decía que «en aquella carroza que lleva su cuerpo, va la mitad de mi vida». Hasta incluso quienes habían dado sentido a su vida política en la lucha contra Perón y el peronismo, se sentían huérfanos con aquella muerte. Por eso, la masa de trabajadores argentinos sabía mucho más que eso, sabía que perdía al gobernante esencial de su país, aquel que les había dirigido en la conquista de sus derechos fundamentales, entre los cuales, el esencial era el pleno empleo.
Con Brizola no acontece algo así -como sucedió con Getulio-, porque no llegó a ocupar el lugar de protagonismo en escala nacional que Perón o Getulio tuvieron. Brizola acumuló enemigos, en general por buenas razones, pero incluso no habiendo llegado a la Presidencia de Brasil, su trayectoria fue tan significativa que dejó un vacío saludado por algunos, llorado por otros, como el «fin de una era».
Brizola representa la continuidad de una corriente fundamental en la vida brasileña, aquella que contribuyó positivamente en la historia de nuestro país: el nacionalismo. La transformación de la fisonomía de Brasil, entre los años 30 y 80 del siglo pasado, es producto, directo e indirecto, del proyecto nacional formulado y puesto en práctica por el gobierno de Getulio y por el movimiento que se gestó a partir de allí. De país agrario pasamos a país industrializado, de país rural a país urbano, de masa de trabajadores atomizados por el campo a la existencia de una masa de trabajadores sindicalizados, en el campo y en la ciudad, de un Estado intermediario de las elites exportadoras a un Estado inductor del desarrollo, de un Estado que consideraba «la cuestión social como cuestión de policía» a un Estado que asumía la responsabilidad en la afirmación y generalización de los derechos.
No en vano, cuando Fernando Henrique Cardoso asumió plenamente el proyecto neoliberal en Brasil, dijo que iba a «virar la página del getulismo». Porque solamente pasando por encima del cadáver del Estado regulador y promotor del desarrollo, del Estado de los derechos sociales, del Estado responsable de la producción y distribución de bienes esenciales y estratégicos, de los empleos con contratos formales de trabajo, es que el liberalismo podría afirmase.
¿La hegemonía neoliberal y su proyecto de globalización decretaron la muerte del nacionalismo? De la forma como había existido hasta entonces, probablemente sí. La reducción de la capacidad de intervención de los Estados periféricos en la economía y en el mercado mundial apuntan en esa dirección.
Sin embargo, las nuevas necesidades de los países periféricos imponen nuevas funciones a sus Estados. La indispensable integración regional para buscar una inserción más favorable en el plano internacional y ganar mejores condiciones de desarrollo interno -como el proyecto del nuevo MERCOSUR, por ejemplo- exige a nuestros Estados que asuman la iniciativa de esos procesos de integración. De la misma forma, la lucha de resistencia contra la exclusión de derechos impuesta duramente por el neoliberalismo, precisa del Estado como instancia que puede garantizar los derechos sociales y culturales de la población víctima del neoliberalismo y sus políticas fundadas en el mercado.
Un proyecto de desarrollo integrado sería la nueva forma de afirmación del nacionalismo, ahora de carácter regional; como el que propone el embajador brasileño en Argentina, José Botafogo Gonçalves y como los proyectos que el Foro Social de las Américas discutirá en Quito al final de julio. Los valores y la estrategia nacional ganarán nuevos espacios y nuevas formas en la lucha contra la globalización neoliberal.
La lucha por «otro mundo posible» pasa por proyectos de integración supranacional, con participación democrática de los movimientos sociales y populares, como continuación, actualizada, de la lucha de los que se implicaron en la construcción de la identidad nacional brasileña; combate en el que Brizola tuvo un lugar destacado.
25/06/2004, Río de Janeiro