La comunidad científica anda estos días entusiasmada, y no es para menos. El motivo no es otro que el descubrimiento del bosón de Higgs, esa partícula de Dios como lo han venido a bautizar los expertos publicistas de laboratorio, que nos desvela el enigma del primer momento. Es la imperceptible entidad capaz de generar la […]
La comunidad científica anda estos días entusiasmada, y no es para menos. El motivo no es otro que el descubrimiento del bosón de Higgs, esa partícula de Dios como lo han venido a bautizar los expertos publicistas de laboratorio, que nos desvela el enigma del primer momento. Es la imperceptible entidad capaz de generar la aparición de la masa, origen de todas las cosas tal y como las conocemos. Es, en suma, como señala el físico Brian Green, el primer bang de aquel remoto Big Bang del que surgiría este universo en el que flotamos en nuestra deriva tragicósmica.
Lo naciente siempre despierta una extraña ilusión al encarnar el momento cero de lo porvenir, con su aparente capacidad de hacer real lo todavía impensable, improbable o, incluso, imposible. Por eso ha sido tan contagiosa la excitación mediática generada por esta partícula que nos trae el vértigo del primer instante. El mismo vértigo que sentimos con el primer beso, el primer paso o la primera bocanada de aire que recibe el rostro húmedo y arrugado cuando deja el útero materno.
Tambien junto al llanto originario que abrió a la vida los pulmones de Victoria estuvo presentida la sombra de un bang. Sin embargo, en su caso fue la onomatopeya siniestra y premonitoria que unas semanas más tarde entraría como una bala en los cuerpos de Hilda Ramona y Roque Orlando, sus padres, transformados desde ese instante en recuerdos omitidos. Los tres fueron secuestrados en los primeros días del golpe militar en Argentina, arrancados de un zarpazo de su casa, de su propio nombre. Victoria fue así forzada a experimentar un segundo Big Bang creador que la transformase, entre cámaras de tortura y olor a sangre, en María Sol, la hija del coronel Hernán Antonio Tetzlaff, el asesino de sus padres.
Muchos años antes, en España, el psiquiatra Antonio Vallejo-Nájera, ya había teorizado sobre la necesidad de arrebatar los hijos a los vencidos para depurar así su sangre de la degeneración marxista. Teorizó y también experimentó. Era la eugenesia de la Victoria que llevó a decenas de niños hasta cálidas y pías familias de bien y de probado apego nacionalcatolicista, mientras los padres que las engendraron se pudrían en celdas, alimentaban los paredones de fusilamiento o sus huesos se consumían enterrados por las cunetas. Con el paso de los años, esta selección racial-ideológica ganaría en pragmatismo hasta transformar en un lucrativo negocio el tráfico de hijos nacidos del pecado o la pobreza, cuando no, sencillamente, obtenidos con el robo. Durante décadas médicos sin escrúpulos y religiosas con la piedad escondida en los bolsillos, como Sor María Gómez Valbuena, se repartieron los beneficios de estas selectivas prácticas.
Esta semana, en Buenos Aires, tras quince meses de debates, el Tribunal Oral Federal 6 condenaba a 50 y 30 años respectivamente a los ex dictadores argentinos Jorge Rafael Videla y Reynaldo Benito Bignone, además de dictar penas de prisión para otros colaboradores y beneficiarios de los secuestros durante el régimen militar. Con esta sentencia Victoria culminaba otro proceso creador iniciado en 1988, cuando las Abuelas de la Plaza de Mayo le descubrieron la identidad real de María Sol. Fue su tercer Big Bang. Para ella quedaba así definitivamente atrás el tiempo del miedo, una vivencia que, sin embargo, sigue lejana para muchos otros. Por eso, a las puertas de los juzgados las madres de los desaparecidos seguían enumerando su triste lista de nietos anulados. Una lista que se funde con otros nombres que siguen silenciados en España.
Por desgracia, su enigma despierta menos pasiones que el bosón de Higgs. Es comprensible. Al fin y al cabo, la partícula de Dios nos pone delante del origen de todo, mientras que sus nombres ignorados, por el contrario, solo nos recuerdan la facilidad con que podemos ser hundidos en la nada.
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