Por hablar o callarse, por denunciarlo o exculparlo, por soñar o resignarse, nunca ha de faltar hasta que lo impidamos, el insulto, la amenaza, el golpe de un macho despechado y violento. Por salir o quedarse, por obediente o insumisa, por fuerte o vulnerable, nunca ha de faltar mientras lo consintamos, la discriminación, la violación, […]
Por hablar o callarse, por denunciarlo o exculparlo, por soñar o resignarse, nunca ha de faltar hasta que lo impidamos, el insulto, la amenaza, el golpe de un macho despechado y violento.
Por salir o quedarse, por obediente o insumisa, por fuerte o vulnerable, nunca ha de faltar mientras lo consintamos, la discriminación, la violación, la violencia machista.
Por no hacerse preguntas, por develar respuestas, por amasar memorias, por acunar amnesias, es por ser mujer que se la margina, que se la excluye y que se la asesina.
El autor del crimen, de conocidas señas, es una funesta ideología que, unos más y otras menos, aún sigue siendo parte de nuestra convivencia, aún seguimos cargando.
Y todo ello ocurre con la indolencia de una justicia que, frecuentemente, descarga de culpa al acusado so pretexto de que ha sido provocado o en el entendido de que las consecuencias hasta se lo merecían; con la complicidad de unos medios de comunicación que siguen amparando en crónicas y titulares los llamados delitos pasionales, y que logran en infames querellas domésticas sus mayores éxitos de audiencia; con la indolencia de una Iglesia que no tiene más sensata propuesta, entre unos cuantos infalibles desvaríos, que rezar y arrepentirse y volver a arrepentirse; con el beneplácito de un Estado que siempre se las ingenia para encontrar alguna nueva prioridad, algún asunto urgente que no admita demoras en el que disponer políticas y recursos; y con la indiferencia de buena parte de una sociedad que sigue sin entender qué pasa o, peor aún, sin demandar respuestas.
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