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Violencia política, terrorismo de Estado y modelos de lucha

Fuentes: Rebelión

Es muy interesante y constructivo el comprobar los posicionamientos de ciertos grupos políticos y sociales en torno al tema de la violencia política. El judaísmo, desde sus inicios hasta la actualidad ha recurrido a la voluntad divina, aderezada por el odio étnico frente a sus vecinos, para defender la condena, el anatema o condena a […]

Es muy interesante y constructivo el comprobar los posicionamientos de ciertos grupos políticos y sociales en torno al tema de la violencia política.

El judaísmo, desde sus inicios hasta la actualidad ha recurrido a la voluntad divina, aderezada por el odio étnico frente a sus vecinos, para defender la condena, el anatema o condena a muerte de hombres, mujeres, niños y ancianos, por el sólo hecho de haber nacido diferentes en credo al Pueblo Elegido. Los judíos, que no los hebreos, optaron por la endogamia, por la disgregación, y por el asesinato de todo aquel que pensara diferente. El Antiguo Testamento está plagado de ejemplos que lo atestiguan. Pero, en su momento, el Pueblo Hebreo fue sometido por las huestes imperiales de Roma y la clemencia que no ejercitaban con sus parientes cercanos, la exigieron para sí mismos. Y el Pueblo Hebreo no volvió a ser problema ni propio ni ajeno hasta que en la Edad Media, nuevamente la solidaridad endogámica y la incomprensión externa volvieron a aflorar y a radicalizarse. El Pueblo Hebreo se sintió agravado, y volvió a luchar por sus derechos, injustamente arrebatados. Y así siguió hasta la Segunda Guerra Mundial, cuando la política de punto final llegó a casi exterminar su etnia, y la cuestión se hizo pública, y se luchó en su favor. El desarrollo posterior de los hechos, sobre todo a finales del siglo XX nos ha vuelto a mostrar la cara más sanguinaria del sionismo: secuestros; ejecuciones extrajudiciales; torturas; roturas de brazos a adolescentes; denegación de ayuda sanitaria a heridos, embarazadas y enfermos ubicados más allá de los check point establecidos arbitrariamente por el Gobierno de Israel; creación de colonias desobedeciendo las indicaciones de organismos internacionales; y un largo etcétera que sería excesivo nombrar. El judaísmo no ha mostrado, en su conjunto, arrepentimiento alguno acerca del uso de su violencia, si bien ha proliferado en condenar la violencia (piedras contra tanques) de otros grupos opositores. Bien es verdad que algunos miembros de las Fuerzas de Seguridad y de Defensa han mostrado su rechazo ante tales prácticas, pero no es menos cierto que rápidamente han sido apartados de sus cargos, detenidos y juzgado y condenado.

El cristianismo ha ocupado históricamente la primogenitura de un judaísmo que se veía limitado y caduco y, al igual que su progenitor, tomó como lectura sagrada el Antiguo Testamento, al que añadió el Nuevo Testamento, aquél que pretendía describir las andanzas, aventuras y enseñanzas de un líder espiritual, Jesús de Nazaret, condenado a muerte por sus predecesores. El cristianismo, así, nació con la herencia del odio hacia todo lo que se le opusiera, y el ansia de lograr las más altas cotas de poder en el ámbito terrenal. Mientras los cristianos eran perseguidos por sus creencias, los cristianos exigían igualdad de credo y libertad de expresión y de reunión pero, en cuanto ocuparon cargos públicos de poder, no dudaron en utilizar la fuerza de las armas, la tortura, la delación y la extorsión para lograr sus fines. Se enfrentaron a judíos y a paganos, a diferentes credos surgidos en su interior, y originaron guerras de religión en Europa que diezmaron su población durante muchos siglos. Aún hoy no hemos oído un solo lamento por todo el dolor causado. De hecho, la Iglesia cristiana en cualquiera de sus versiones, supo arrejuntarse con las diferentes formas de poder, desde el absolutismo, pasando por el liberalismo, hasta el fascismo y la democracia. Un dato interesante al respecto es que, mientras ha condenado insistentemente el uso de la fuerza por parte de guerrillas de ideología marxista, la cúpula eclesiástica no ha medido con la misma vara a las agrupaciones de extrema derecha. Salvo excepciones localizadas, la Iglesia Católica (creo que se puede extender a cualquier otra) ha bendecido tales actividades (chernicks, y fascistas de todo signo); llegando a exigir en la actualidad el establecimiento de un suelo ético común (algo incomprensible desde el punto de vista ético, puesto que existen o coexisten muchos puntos de vista divergentes al respecto) a quienes han ejercido la violencia política (de ETA, por poner un ejemplo cercano) a la vez que no se ha pronunciado aún (en tanto Conferencia Episcopal) contra las actividades de las fuerzas parapoliciales y el terrorismo de Estado de los años 80´. A su vez, se canoniza a los sacerdotes ejecutados por los «rojos», mientras se niega el mismo trato a los curas muertos en el bando republicano por manos fascistas.

El tema del uso de la fuerza para dirimir diferencias políticas o territoriales no es, sin embargo, algo nuevo. Desde la venganza del código de Hamurabi, pasando por el supuesto Golpe de Estado patrocinado por Platón en Siracusa, y siguiendo por la justificación de la guerra como acto de la voluntad divina esgrimido por Santo Tomás, llegando a la afirmación de Carl von Clausewitz («la guerra es la continuación de la política por otros medios») y otras explicaciones de diversa índole, la guerra y su apología ha encontrado diferentes defensores, hasta llegar a preconizar su uso de modo preventivo (General Norton).

El caso se complica cuando se quiere justificar su uso por parte del Estado de un modo ilegal, es decir, cuando se establecen las reglas del juego por parte del Estado y es éste quien decide, unilateralmente, saltarse dichas reglas y dar impunidad a quienes la practican en su defensa y penan a sus contrarios. Rousseau ya afirmaba que si se justifica una ha de hacerse lo mismo con su contraria, pero esto último no se quiere comprender.

Si un Estado, como es el Reino de España, que pretende ser un Estado de Derecho, decide permitir la existencia de una serie de acciones terroristas (secuestros, torturas, extorsiones, muertes o ejecuciones extra-sumariales) ha de hacerlo, indefectiblemente, con el beneplácito de su mayoría social representada en el Parlamento (en éste caso el PSOE y el PP o viceversa, aunque alguna de ambas formaciones cambie de nombre, como AP, CP, PP, etcétera). La culpabilidad ha de repartirse tanto entre sus ejecutores (activa), como entre quienes miran hacia otro lado (por pasiva).

Cuando en el Reino de España se quiere investigar sobre los crímenes del Estado (la guerra civil, por ejemplo) ambos partidos mayoritarios colocan una pesada losa que impide su estudio, hasta el punto de ser los victimarios posibles (militantes de localidades pequeñas gobernadas por el PSOE) quienes más trabas ponen para su elucidación. Cuando en el Reino de España se quiere investigar sobre los crímenes del Estado (la guerra socia, por ejemplo, con el BVE, GCR, AAA, GAL, etcétera), ambos partidos hacen piña para que no se lleve a cabo en virtud de la Seguridad Nacional. Sin embargo, cuando se trata de esclarecer otro tipo de actividades (FRAP, GRAPO, ETA, CCAA, etc.) no se ponen tantos reparos. De hecho, a los primeros, si son condenados se les indulta, mientras a los segundos se les aumenta la condena (doctrina Parot).

Últimamente hemos sido testigos de cómo la simbología franquista, preconstitucional, se ha ido extendiendo por las juventudes del PP sin que el Fiscal General del Estado haya siquiera abierto diligencias, y cómo, por parte de varios dirigentes del partido (PP) se ha llegado a excusar como «chiquillada». Los hechos hablan por sí solos. La exaltación del franquismo es, de por sí, motivo de rechazo político, sin necesidad de tener que mediar ningún fiscal, pero ni a los dirigentes del PP ni a los fiscales se les ha visto cumplir tal cometido. Y el PSOE no se salva de la crítica: que tras más de 30 años siga existiendo simbología franquista, a pesar de los gobiernos de González y Zapatero, sólo puede explicarse por la falta de voluntad política para curar las heridas del pasado.

Se habla de un suelo ético sobre el que edificar la convivencia sin especificar que el mismo responde a una ideología concreta, como si dicho «suelo ético» pudiera establecerse de un modo universal, algo que no es posible. Se exige que la parte contraria condene sus actuaciones previas, pero no se exige la autocrítica sobre acciones propias; se exige que una parte se adecúe a la acción «democrática» del resto, sin considerar que existen otras maneras de organizarse, y así un largo etcétera.

P.D. En el caso del debate sobre los principios éticos hemos de considerar, aparte de las propias ideas al respecto desarrolladas por las diferentes religiones, al menos éstas otras: el hedonismo, el cinismo, el estoicismo, el utilitarismo, la ética marxista, el guevarismo; etc. Cada una de ellas considera como Bien Supremo y modelo de actuación algo diferente, por lo que no se puede establecer una ética universal, a pesar de los intentos de Kant (de hecho, tras Kant se crearon éticas opuestas).

P.D. Así pues, no se puede hablar de un «suelo ético» común, puesto que no existe tal. No se puede jugar al ajedrez si no estamos de acuerdo en las reglas básicas, y no lo estamos puesto que partimos de orígenes distintos, que diría Lenin.

P.D. Exigir a una parte que rechace su historia no es realista. Un marxista, por ejemplo, puede negarse a admitir la experiencia albana como aplicable hoy en día a Euskal Herria, pero no se le puede exigir la condena global del marxismo como método de análisis (asumido, aunque a regañadientes, incluso en EEUU, por Chomski o L. Winner o Ellull). Del mismo modo, a un verdadero fascista se le puede exigir que rechace su racismo, pero nunca que reniegue a la posibilidad de crear una alternativa al capitalismo y al socialismo real (soviético). Nos situamos en planos diferentes y ambos han de diferenciarse.

P.D. Tampoco vale identificar al contrario con el diablo: no todo aquél que lucha por la independencia de Euskal Herria es ETA porque ETA lo defienda. Las diferentes elecciones así lo han demostrado. El objetivo puede ser el mismo y, a la vez, diferir en los medios.

P.D. Toda parte tiene responsabilidad en el desarrollo del conjunto. El PNV acostumbra citar el caso de Xiberta, donde la Izquierda Abertzale optó por la confrontación frente al Estado, para incidir en que estaba equivocada; pero se olvida de la manifestación multitudinaria en Bilbo, donde la Izquierda Abertzale fue apaleada mientras las huestes del PNV eran vitoreadas, y representantes cualificados de la IA fueron a pedir ayuda al PNV, y estos se la denegaron (por poner un ejemplo). O más recientemente, los del PNV sacan a colación el mínimo apoyo de la IA al PNV en el caso Ibarretxe, sin decir que el mismo plan no llevaba a la secesión de EH respecto al Reino de España, no quiso contar con la IA por estar «contaminada», y sólo admitió los votos necesarios de la misma para poder plasmar su rechazo en Madrid y, así, apartar al propio Ibarretxe de su carrera política (Golpe de Estado interno).

P.D. La Iglesia (católica) carece de nivel político y ético para juzgar las actuaciones de los diferentes actores en la cuestión pública. Su historia le deslegitima. Su alineación con los poderes fácticos les resta credibilidad. Su práctica ética (Banco Ambrosiano, pederastia, homofobia, etc.) les inhabilita. Hoy en día, la Iglesia ha de ser ignorada por los políticos a la hora de tratar de la cosa pública.

Pablo A. Martin Bosch (Aritz)

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