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Crónica de Estrasburgo

Violencia y antiglobalización

Fuentes: Publico.es

La Semana de Acción Global contra la guerra y la crisis, convocada del 28 de marzo al 4 de abril, puso a prueba a los diversos movimientos sociales y en particular al mal llamado movimiento antiglobalización. La prueba consistía en medir sus fuerzas en lo que se refiere a su visibilidad en contraposición a las […]

La Semana de Acción Global contra la guerra y la crisis, convocada del 28 de marzo al 4 de abril, puso a prueba a los diversos movimientos sociales y en particular al mal llamado movimiento antiglobalización. La prueba consistía en medir sus fuerzas en lo que se refiere a su visibilidad en contraposición a las fuerzas de los poderes establecidos, que controlan las instancias políticas, los medios de comunicación y poseen la legitimidad del uso de la violencia.

Los movimientos sociales se han intentado organizar para hacer lo que más saben y lo que principalmente les dejan hacer, que es salir a la calle. Las citas mayoritarias fueron las de Londres contra el G-20 y las de Estrasburgo y Kehl contra la OTAN. Las dos se caracterizaron por una amplia capacidad de convocatoria, que consiguió llenar las calles de decenas de miles de manifestantes. El rechazo popular a los grupos de poder antidemocráticos como el G-20 o la OTAN consiguió ser visible, salió en los medios de comunicación y los jefes de estado reunidos en Gran Bretaña y Francia fueron más que conscientes de su existencia y de sus reivindicaciones. Sin embargo estratégicamente, el sistema supo aprovechar la situación, como de costumbre, para que la visibilidad de los movimientos sociales apareciera vacía de contenido y repleta de formas violentas, que desvirtuaran su mensaje.

La manipulación de los movimientos sociales por parte de las autoridades políticas fue asombrosamente evidente en Estrasburgo, donde en el análisis de los hechos violentos allí ocurridos no hay quien no mencione la responsabilidad compartida tanto de políticos y policía, como de los minoritarios manifestantes violentos -que son quienes coparon los titulares en los medios de comunicación. El boicot a la organización de la campaña «no a la OTAN, no a la guerra», por parte de las autoridades francesas llegó a tal extremo que sólo permitieron que hubiera un campamento de acogida de los manifestantes llegados de toda Europa en las afueras de la ciudad, un centro donde realizaron sus conferencias también en las afueras -y a 6 Km. del mencionado campamento- y un recorrido de la manifestación a 9 Km. del campamento, en el barrio más pobre de la ciudad, donde se entremezclan una minoría de viviendas con empresas y naves industriales; todo ello con los servicios de transporte público totalmente suspendidos entre los lugares donde se preveía que se darían lugar las actividades de protesta contra la OTAN. La estrategia de invisibilización fue tal, que la policía francesa se encargó durante varios días de ir casa por casa para obligar a quitar las banderas por la paz que algunos ciudadanos de Estrasburgo pusieron en sus ventanas y balcones. Pero no quedó aquí la cosa, sino que se fue más allá, y lo que podría haber sido una manifestación que pasara desapercibida, fue gestionada de tal forma que se consiguió lo que parecía imposible, hacer pensar al resto del mundo que quienes en Estrasburgo se dieron cita para protestar contra la OTAN, principalmente movimientos pacifistas y noviolentos, eran una avalancha de violentos jóvenes encapuchados vestidos de negro, armados hasta los dientes, capaces de quemar un hotel. Indudablemente los jóvenes violentos estuvieron presentes, desgraciadamente para quienes no creemos en la violencia en ningún caso. El rechazo a su violencia fue tal que incluso en un momento dado se creó una cadena humana para bloquear el acceso de los violentos a la zona donde trataban de reunirse quienes pretendían manifestarse pacíficamente. Además, muchos son los interrogantes sobre la actuación policial que, para sorpresa de la mayoría, permitió que estos jóvenes hicieran destrozos frente la atónita y triste mirada del resto de manifestantes, sabedores de que así la imagen de todo el movimiento pacifista se iría al traste. Sobre policías infiltrados entre los jóvenes de negro, -con roles sospechosamente violentos-, y sobre el hotel quemado, las sospechas van más allá y probablemente nunca sepamos la verdad.

Esta semana estaba en juego la democracia y el estado de derecho en el que en Europa se nos asegura que vivimos, pero que me permito poner en duda, a tenor de los acontecimientos de los últimos días. El derecho a manifestación y reunión, así como la libertad de movimientos, han sido vulnerados al antojo de las autoridades, con el objetivo de criminalizar a los movimientos sociales, una estrategia que ya viene de largo. Cuando a quien hay que criminalizar es a los violentos, se encuentren entre manifestantes, policías, en el G-20 o en la OTAN.