Considerado el creador del teatro cubano moderno, el escritor cubano Virgilio Piñera cumpliría este 4 de agosto noventa y ocho años. Cada vez más se reconoce su papel «revolucionador» en la vida cultural de Cuba
Años de censura y ostracismo no pudieron con Virgilio Piñera. Víctima de los peores momentos de la política cultural cubana de los años 70, ahora es reconocido como «una de las figuras más polémicas, pero esenciales» del arte nacional. Tras cumplirse treinta años de su muerte [el 18 de octubre de 1979] y con la relativa cercanía, en 2012, del centenario de su nacimiento, escritores cubanos como Leonardo Padura piensan que bien valdría la pena aprovechar la ocasión para incitar a la reflexión, al homenaje y a la reedición de su obra, siempre agotada en las librerías del país.
«Rompedor de esquemas, provocador esencial, buscador de formas expresivas y estructurales novedosas, conceptualmente diverso y retador», la obra de Piñera «conserva hoy su grandeza estética», dijo Padura a IPS.
«Por su trayectoria vital y artística, por la renovación que su obra trajo en su momento y por la permanencia que ha conservado, la ocasión del centenario que se avecina bien podría servir para poner a circular otra vez todos sus textos, quizás unas obras completas», propuso.
A juicio del periodista y novelista cubano, Piñera (1912-1979) desempeñó un importante papel «revolucionador» en la vida cultural de Cuba. Fue «el gran renovador y modernizador del teatro nacional, uno de sus más reveladores poetas y figura importante entre sus más transcendentes y atrevidos narradores», añadió.
Padura, quien en su novela Máscaras (1995) se sumerge en las injusticias cometidas en el ámbito de la cultura a través de un homosexual que recuerda todo el tiempo a Piñera, señala que para empezar a entender y leer a este dramaturgo y poeta es imprescindible tener en cuenta el «autorretrato» que escribió de sí mismo.
«No bien tuve la edad exigida para que el pensamiento se traduzca en algo más que soltar la baba y agitar los bracitos, me enteré de tres cosas lo bastante sucias como para no poderme lavar jamás de las mismas. Aprendí que era pobre, que era homosexual y que me gustaba el Arte», publicó la revista cubana Unión en 1999.
Un día le dijeron que no «se había conseguido nada para el almuerzo». En otra ocasión, sintió «una oleada de rubor» al descubrir «palpitante bajo el pantalón el abultado sexo» de un tío. Y, por último, escuchó «a una prima mía muy gorda que apretando convulsivamente una copa en su mano cantaba el brindis de La Traviata«.
Como autor, Virgilio Piñera es considerado el creador del teatro cubano moderno. Su obra Electra Garrigó (1948) sacudió, en su momento, la escena cubana, anquilosada entre el realismo y el vernáculo. No menos trascendente resultó «Aire frío», la historia de una familia obsesionada por un sueño y una realidad.
La dramaturgia de Piñera, que provocó escándalos desde el primer momento, causó un vuelco tan trascendental, a partir de su tratamiento del absurdo, la crueldad, el surrealismo y el existencialismo, que a partir de ese momento el teatro cubano sería conceptual y formalmente diferente.
En cuanto a su poesía, fue la antítesis de los rumbos marcados por todas las ortodoxias. Reunida en el volumen La vida entera (1969), su último libro publicado en vida, tiene como uno de los momentos más emblemático al poema «La isla en peso» (1943), una obra esencial de la abundante y polifónica historia de la lírica cubana.
Pero el espíritu renovador de Piñera se constata, sobre todo, en la narrativa. Autor de tres novelas, La carne de René, Pequeñas maniobras y Presiones y diamantes, Piñera dejó también tres libros de relatos, Cuentos fríos -todo un clásico de 1956-, Muecas para escribientes y El fogonazo, ambos aparecidos póstumamente.
«Fue el más renovador de los cuentistas cubanos de la época dorada de los años 40 y 50, gracias a aquellos relatos donde se fundían el absurdo, el surrealismo, la crueldad y hasta la parodia de diversos géneros, como la ciencia ficción, para conseguir unas miradas irónicas en el vacío de la existencia y la sinrazón de muchas vidas», aseguró Padura.
Padura considera que, a la par de la trascendencia de la obra de Piñera, «su vida se ha convertido en la representación mejor del calvario de la marginación y el silencio al que fue conducido el escritor, junto a una parte significativa de la intelectualidad cubana, por los métodos ortodoxos y excluyentes de la política cultural de la década de los 70».
Fueron años en los que el poeta, narrador y dramaturgo no publicó ni una hoja y sus obras desaparecieron de la escena cubana. «En esa marginación, llamada también como ‘muerte civil’, pasó los diez últimos años de su existencia, hasta que le llegó la muerte física», contó Padura.
Debieron pasar unos cuantos años para que, ya avanzada la década de los 80, la obra de Virgilio Piñera volviera a ser publicada, exhibida y comentada.
La publicación incluso de textos inéditos llegó acompañada de su retorno a las tablas, en innumerables puestas que provocaron un verdadero boom piñeriano.
Amado del Piño, dramaturgo y periodista que ha estudiado lo que pasó con el teatro cubano tras cada estreno de Piñera, sitúa el inicio del boom en el estreno en 1990 de Dos viejos Pánicos, una obra premiada en 1968 por la institución cultural cubana Casa de las Américas.
Para Padura, lo más curioso de esa «reparación póstuma» fue el hecho de que «su vida, carácter y tribulaciones lo convirtieron en un personaje de diversos textos narrativos y dramáticos, casi siempre como representante de una marginación y de un espíritu de resistencia artística que posiblemente Virgilio Piñera encarnó mejor que ningún otro creador cubano de su tiempo».
Fuente: http://laventana.casa.cult.cu/modules.php?name=News&file=article&sid=5627