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Virginia Woolf o el amor a lo femenino libre

Fuentes: Diagonal

‘Un cuarto propio’ y ‘Tres guineas’ son dos de los ensayos más importantes de Virginia Woolf, una autora fundamental para entender el feminismo hoy en día.

La de Virginia Woolf fue la mente más lúcida conocida que escribió ensayo político en lengua inglesa durante la primera mitad del siglo XX. Lo fue porque vio como, desafortunadamente, solo solemos ver, en política, las mujeres. Ella vio que la política sexual de su tiempo estaba enferma, asfixiada por ideologías que se habían creído literalmente el principio de igualdad o unidad de los sexos, un principio (el de igualdad) valioso y grande en lo que tiene que ver con la justicia social pero inútil y absurdo para la política sexual. Pues ¿cómo va a haber política sexual sin femenino libre? ¿Qué política puede darse cuando sólo hay uno?

Lo que Virginia Woolf vio fue que lo femenino libre es imprescindible para que haya política y estaba, sin embargo, siendo reprimido por los políticos que ella sentía más cercanos: los de izquierda y los pacifistas. Estos políticos reprimían lo femenino libre porque lo consideraban oprimido y, por tanto, necesitado de liberación y de sustitución, en lo posible, por lo masculino progresista. La izquierda reprimía lo femenino libre porque Marx ignoró lo simbólico.

Marx ignoró lo simbólico porque lo que su época o, mejor, los hombres de su época tenían que pensar era la injusticia social consecuencia de la revolución industrial. Marx pensó muy bien la producción social de la vida y dio armas para la lucha contra la desigualdad. Pero, como buen patriarca que era (y las feministas que lo leímos lo sabíamos pero, como Scarlet O’Hara, lo guardamos para pensarlo más tarde) dio por hecho que la vida en cuanto tal no tenía nada que pensar, carecía de simbólico. Y este fue su gran error, porque la vida, aun humillada, se obstina en ser y ser pensada, incesantemente.

Lo femenino libre

Virginia Woolf lo vio cuando, en 1928, tituló su primer ensayo mundialmente famoso, nacido de las conferencias que dio en dos colegios de mujeres de Cambridge, Girton y Newnham, Un cuarto propio (Horas y Horas, 2003). El cuarto propio es una alegoría de lo femenino libre: literalmente se refiere a la posesión de un sitio para vivir del que nadie te eche, metafóricamente está por la inviolabilidad del cuerpo femenino y alegóricamente enseña que el mundo entero es, para una mujer, su casa si lo femenino libre está en él a gusto, sin que nadie le diga lo que tiene que hacer ni a quién debería salvar o amar. El libro empieza, como tantas recuerdan, con escenas en las que Virginia se ve expulsada del césped de la universidad patriarcal para, luego, verse alienada hasta la descreación por la insoportable masa de libros escritos por hombres para decirnos a las mujeres lo que el ser mujeres. Como si nosotras no lo supiéramos.

Es verdad, sin embargo, que a lo largo del último siglo hemos corrido el riesgo de olvidarlo. Durante el XX, las mujeres y los hombres hemos perdido mucho de lo que las filósofas de Diótima han llamado el orden simbólico de la madre. Lo hemos perdido reconociendo al conocimiento y a la política masculinas una autoridad que no tenían: la autoridad que se le reconoce a lo universal como mediación, sin darnos cuenta de que no eran ni siquiera una mediación. No lo eran porque el conocimiento universitario (que ha acabado siendo el co- nocimiento) nació y se desarrolló en un mundo sin mujeres, lo cual quiere decir que es un conocimiento incapaz de mediación, pues lo primero que en la vida pide mediación es el otro sexo. No lo eran porque los partidos políticos nacieron en la Francia del XVIII como un espacio para hacer política entre hombres, en contra de las Preciosas y de los Salones mixtos con mediación femenina (esta sí universal pues servía a los hombres) que ellas inventaron y sostuvieron. Virginia se atrevió a decir en la Universidad de Cambridge que «de este modo, con algo de tiempo en las manos y un poco de instrucción libresca en la cabeza -de la otra tenéis bastante y se os manda a la universidad (sospecho) en parte para deseducaros, sin duda emprenderéis otra etapa de vuestra larguísima, laboriosísima y oscurísima carrera. Hay mil plumas preparadas para deciros lo que deberíais hacer y el efecto que tendréis».

De «la otra instrucción» que entonces tenían las universitarias, hoy queda bastante menos. Por eso, su búsqueda de femenino libre es ahora enorme. Algo análogo dice de la paz. Su segundo ensayo mundialmente famoso, Tres guineas, fue escrito en 1937 para negar una guinea a una causa pacifista amiga porque la paz por la que luchaban no era la paz que nos gusta a las mujeres. En el patriarcado, el pacifismo (y el -ismo lo indica) era una lucha encuadrada en el marco de la amenaza de guerra. Las mujeres amamos la paz como condición de la vida humana sin más, no como ausencia de guerra. Escribió Virginia: «Diferentes somos […] tanto en el sexo como en la educación. Y […] de esta diferencia puede surgir nuestra ayuda, si es que ayudar podemos, en la causa de proteger la libertad y evitar la guerra».

Fuente: http://www.diagonalperiodico.net/Virginia-Woolf-o-el-amor-a-lo.html