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Una defensa a contracorriente de lo público

¡Viva la política!

Fuentes: Rebelión

«Usted haga como yo y no se meta en política.» Francisco Franco dictador ¿Cuanta veces escuchamos frases como la dicha por un genocida? ¿O expresiones como «todos los políticos son iguales», «no creo en la política», etc, etc..? Cuando «los mercados» (llámense a partir de ahora «los capitalistas») dictan las medidas económicas y sociales de […]

¿Cuanta veces escuchamos frases como la dicha por un genocida? ¿O expresiones como «todos los políticos son iguales», «no creo en la política», etc, etc..?

Cuando «los mercados» (llámense a partir de ahora «los capitalistas») dictan las medidas económicas y sociales de prácticamente todos los gobiernos del mundo (con honrosas y significativas excepciones), cuando estos capitalistas son cada vez más poderosos, más ocultos y con mayor capacidad para imponerse en la «opinión pública» (llámese ideología dominante), resulta que una parte muy importante de la población de Europa occidental se muestra «desencantada de la política».

Las perversiones de los tópicos han llegado a que se generalice, incluso entre la izquierda, la desafortunadísima expresión «clase política», tal y como denunció ya hace años Julio Anguita. Cuando en los «medios de comunicación» (llámense medios de desinformación masiva) y en muchas las facultades por parte del profesorado (algunos de ellos ex-marxistas) se ha expulsado el concepto de «clase social». Cuando nos quieren convencer de que no existe clase trabajadora ni clase burguesa, ahora han descubierto una nueva clase, la de los políticos. De las personas que ostentan cargos electivos no se puede extraer ninguna característica común que permita establecer los criterios para formar parte de esa clase. Por ejemplo, ¿qué tiene en común Otegui con Zapatero, o Cayo Lara con Aznar?

La dignificación de la política pasa por recuperar el significado original de este término. Según la RAE se puede definir la política como «Actividad del ciudadano cuando interviene en los asuntos públicos con su opinión, con su voto, o de cualquier otro modo».

La política es mucho más que la elección cada cuatro años entre el PSOE y el PP. Sí un ciudadano se queja de la suciedad de sus calles, de la falta de árboles, de la legislación laboral que permite ser explotado en su trabajo, de la televisión basura, de las colas en la Sanidad Pública, de las deficiencias en el colegio de su hijo… En todos estos casos estamos hablando de política. Cualquier actividad que realizamos puertas afuera de nuestra casa es política. Incluso en nuestra vida familiar influye la política o ¿es necesario preguntárselo a las mujeres que son asesinadas en su hogar?

Los medios de comunicación masivos lo han conseguido. EL término «político» se utiliza en la mayoría de las ocasiones con un claro sesgo despectivo causando un desapego de las clases populares a todo lo público, extendiéndose más allá de la militancia a los partidos políticos. El caso del Reino de España es paradigmático. La participación ciudadana en sindicatos, asociaciones de vecinos, cooperativas, ha ido descendiendo paralelamente al desencanto por la política. Es innecesario señalar a quien beneficia esta desmovilización popular.

Sin embargo, en el mismo período histórico la burguesía no sólo no se ha desmovilizado por crisis tan profundas como la causada por la guerra de Iraq, sino que están cada vez más organizados y unidos. A la clase burguesa el consumismo e individualismo no le ha afectado para votar en cada contienda electoral o apoyar económicamente a su partido y a su medio de comunicación más afín. Es cierto que para la burguesía la política no es más que una parte de sus negocios y el apoyo tiene el fin de ser recompensado económicamente a corto plazo.

Tampoco la corrupción en sus filas les hace mella. Básicamente dos son los argumentos para apoyar a auténticos delincuentes: «todos los políticos son iguales» y «si yo estuviese en su lugar, yo también lo haría». Estas tesis tienen un doble efecto, reafirman el voto de la derecha a la vez que desaniman a electores de la izquierda. También tiene un efecto absolutorio a sus representantes, puesto que asumen que el robo de los bienes comunes está dentro de los parámetros morales de la derecha.

Todos hacemos política de una forma u otra. A grandes trazos se pueden observar dos posturas. Una parte de la clase trabajadora se implica de mayor o menor medida, con mayor o menor éxito o acierto en los asuntos públicos.

Otros trabajadores que «no se mete en política» dejan hacer a los poderosos, sea consciente o inconscientemente. Unos se conforman con beneficiarse de las migajas. Otros se muestran desencantados.

Es cierto que el clima político en el Reino de España se ha tornado irrespirable. Corrupción, engaños, clientelismo, bipartidismo, sistema electoral injusto, incumplimiento de promesas electorales, listas cerradas, transfugismo… son problemas que crecen día a día y no se les prevé una pronta solución.

Es cierto, también, que ha resultado una gran decepción para muchos votantes que los gobiernos de España, Grecia e Irlanda hayan rebajado salarios, pensiones, prestaciones sociales, facilitado el despido… Sin que ninguno de ellos ha subido los impuestos a los capitalistas. Pero cuando se crítica, con razón, a estos gobiernos, el siguiente paso es dirigir nuestras críticas contra el mercado, contra los inversores y, por ende, asumir que con capitalismo no es posible democracia, tal y como advirtieron antes de la actual crisis (y siguen advirtiendo) Luis Alegre Zahonero y Carlos Fernández Lliria .

A pesar de todo ello, no hay más salida a esta crisis que los trabajadores exijamos más democracia y más política. Y para ello debemos utilizar todos los medios a nuestro alcance, cómo huelgas, movilizaciones públicas o el voto en las elecciones. Si no nos involucramos en la lucha política nos espera un futuro nada halagüeño, para todos, para los que se meten y par los que no se meten en política. 

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