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Vivir prescindiendo de las noticias

Fuentes: Rebelión

Me escribía hace un tiempo el amigo alemán Harald Martenstein, que en una cena contaba un señor que desde hacía un tiempo venía en su vida prescindiendo de las noticias del mundo. Desde hace tiempo no ve la tele, tampoco lee periódicos ni oye las noticias en la radio; y en internet evita todo lo […]

Me escribía hace un tiempo el amigo alemán Harald Martenstein, que en una cena contaba un señor que desde hacía un tiempo venía en su vida prescindiendo de las noticias del mundo. Desde hace tiempo no ve la tele, tampoco lee periódicos ni oye las noticias en la radio; y en internet evita todo lo que tiene que ver con ellas. Oye música, lee libros escogidos en librerías o hemerotecas. Revistas sí, pero nada que encierre comentarios sobre política actual. Según él, es una nueva tendencia, semejante a la alimentación vegana.

Evidentemente es imposible evitar todo, algo se va captando en conversaciones o al pasar por delante de los kioscos, por ejemplo el Brexit, pero de una manera muy global y sin posibilidad de formarse un criterio.

«¿Y qué te aporta?», le pregunté. Tranquilidad, respondió, y por tanto salud. Ninguno de los temas más excitantes de los últimos años han afectado su vida lo más mínimo, ha seguido viviendo como siempre, sólo que ese estrés, ese revoltijo, ese ajetreo no ha tenido cabida ni influjo en su vida y entorno, ha vivido sin ése estar expuesto de continuo a esos altibajos y aldabonazos mundiales.

Por supuesto, comentaba, hay sucesos que afectan a todos o, cuando menos, al círculo en el que te mueves. Y eso se percibe, se escucha, se sabe: cuando, por ejemplo, estalla una guerra o merced a una gran crisis un grupo de gente va al paro, o suben las guarderías o la aportación por niño, o cuando florece el paraíso en la tierra. Pero, fuera de esto, se vive con tranquilidad, sin preocupaciones ni angustias, sin ser zarandeado.

Algo parecido ocurrió en tiempos. Se desató la guerra de los 30 años, pero hasta que las tropas de Wallenstein no se plantaron ante el pueblo, que muy bien podían transcurrir hasta entonces 10 años, la vida transcurría como de costumbre. Normalidad por la que posiblemente Wallenstein les dejaba en paz, y no vivían temblando esos diez años en balde.

Me vinieron al recuerdo temas como Grecia, Wulff, Pussy Riot, en los que siempre intenté formarme un criterio, ¿inútil, necesario? La gente se manifiesta ante noticias en pro o en contra de lo que sucede, concreta su postura y parecer. Es verdad que en la vida normal muchos ciudadanos no se enteran de la misa la media.

A pesar de todo ante aquel hombre sentí cierta desazón.

La realidad te influye, se hace sentir, le dije. Usted se convierte en objeto abúlico con su actitud apolítica. Y el preguntó: ¿Cuál cree usted ser su influjo en el acontecer de la marcha del mundo? Puntúe de 10 a 0. 10 muy, como dios, 0 nada, ni en su vida privada.

Y tras una pausa y reflexión le respondí: un 2. No, un 1. El hombre sonrió satisfecho.

¿Y cómo se denomina su actitud?, le pregunté, y él me respondió: neoexistencialismo.

Interesante diálogo pero no me entusiasma su actitud, soy demasiado curioso. Soy un observador, como en el fútbol. Tú no puedes hacer nada contra el árbitro por mostrar la tarjeta amarilla o por la falta de forma del delantero, pero resulta excitante ese diálogo grada-campo. Te descubres gritando y diciéndoles cosas que, por supuesto, en el campo nadie escucha ni atiende.

Noticias y luchas obreras de exigencia y rebeldía nos muestran posturas de patronal y políticos, de jefes, que tienen que optar en la vida, de compañeros solidarios o que se escaquean ante los problemas. Crean debate en el transeúnte y mirón y le obliga a formarse un criterio, en mi caso de aplauso y admiración.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.