En ocasiones oigo voces, lo reconozco. Al principio estaba preocupado. Y me daba un poco de vergüenza contárselo a nadie. Pero ahora estoy decidido a hacerlo, y no me importa lo que ocurra después. Escuché unas voces lastimeras que pedían, que mendigaban un trabajo. Me conmovieron. Busqué a quien les pudieran proporcionar uno digno, pero […]
En ocasiones oigo voces, lo reconozco. Al principio estaba preocupado. Y me daba un poco de vergüenza contárselo a nadie. Pero ahora estoy decidido a hacerlo, y no me importa lo que ocurra después.
Escuché unas voces lastimeras que pedían, que mendigaban un trabajo. Me conmovieron. Busqué a quien les pudieran proporcionar uno digno, pero solo encontré seres codiciosos que especulaban y se enriquecían con la desgracia de aquellas voces. Desesperé.
Escuché voces y más voces que reclamaban una vivienda digna. Me emocionaron. Busqué a quien les pudiera proporcionar un hogar, pero solo encontré a desalmados que parecían haber nacido para aprovecharse de la desgracia de aquellas voces. Desesperé.
Miles de voces llegaron desde el corazón mismo de la desgracia humana, reclamaban humanidad. Me estremecieron. Busqué a quienes les pudieran enviar ayuda y solo encontré estados y empresas cegados por el negocio de la desgracia ajena. Los meritorios esfuerzos de los más humildes pasaron desapercibidos a los ojos del Hombre. Desesperé.
Luego escuché voces, voces y más voces quejumbrosas, desde las mismas entrañas de las más oscuras tinieblas. Pedían libertad. Me impresionaron. Busqué las cadenas para romperlas, pero eran demasiado grandes, y dejaron horribles marcas en sus muñecas, en sus labios, en sus oídos… Solo encontré pretenciosos seres que reclamaban derechos para los prisioneros ajenos. Desesperé.
Seguí escuchando voces, voces, voces y más voces que gritaban ¡PAZ! Me agitaron las entrañas. Busqué a los soldados para convencerles de que se marcharan a sus casas, pero no les encontré, la sangre y el dolor dejaron huella eterna en el rostro de aquellas voces. Seguí entonces el rastro del dinero del negocio de la guerra, pero me di de bruces con la ley… Desesperé.
Aún llegaron más voces hasta mis oídos. Pedían salud. Me sobrecogieron. Busqué a quien pudiera facilitarles los remedios que precisaban, pero encontré muy pocos dispuestos a ayudar desinteresadamente. Desesperé.
Todas estas voces me acompañan cada día de mi vida, por lo que ustedes están en su derecho de llamarme loco, si quieren, pero ¿es que ustedes no oyen las voces?
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