El primer candidato en estas próximas elecciones debe ser el propio elector. Al votar, él delega en el candidato el deber y el derecho de actuar en su nombre. Una vez elegido, todo cuanto el político haga repercute en la vida de la población. Si roba, la víctima es la población, pues los impuestos que […]
El primer candidato en estas próximas elecciones debe ser el propio elector. Al votar, él delega en el candidato el deber y el derecho de actuar en su nombre. Una vez elegido, todo cuanto el político haga repercute en la vida de la población. Si roba, la víctima es la población, pues los impuestos que ésta paga van a parar al bolsillo del ladrón, postergando la salud, la educación, la mejoría de las carreteras, etc.
Sucede a menudo que el elector vota y a continuación se olvida del partido y del candidato que escogió. Lo que los políticos cínicos quieren es precisamente ser elegidos y, después, olvidados por sus electores, de modo que puedan actuar en contra de lo que prometieron.
Todavía mejor cuando el elector pierde de vista el partido del candidato. Pues no siempre resulta elegido aquel a quien votamos. Pero el partido sí, permanece representado en la Asamblea Legislativa y en el Congreso Nacional, y puede haber sido uno de los que se aliaron para elegir al gobernador o al presidente de la República. Por tanto, ojo con el partido. Compare su programa con lo que hacen los políticos afiliados a él.
El resultado de una elección se evalúa por sus efectos en las condiciones de vida de la población. Por los frutos se conoce el árbol, dijo Jesús, o sea por el ejercicio del mandato de quienes fueron elegidos. ¿Hubo mejoras en la salud? ¿en la educación? ¿los alimentos están más baratos? ¿decayó la violencia urbana? ¿aumentaron los empleos? ¿decreció la desigualdad social?
No importa que los índices del crecimiento del país hayan mejorado ni que las estadísticas se muestren más positivas. Lo que importa es el desarrollo sustentable. Verificar en qué medida hubo progreso en la calidad de vida de la población sin que el país se haya endeudado todavía más ni sacrificado su soberanía.
Sólo habrá verdadera democracia cuando nosotros, los electores, hayamos conquistado el derecho a intervenir permanentemente en el poder público. Hoy esa intervención se restringe a los períodos electorales. Lo cual permite que en los intervalos entre una y otra elección la clase política actúe a su real gana.
El Brasil necesita urgentemente una reforma política que, entre otras cosas, obligue al gobierno a someter a plebiscito o referendo popular las grandes cuestiones nacionales. ¿Queremos alimentos transgénicos? ¿Y el trasvase del agua del río San Francisco? ¿Estamos de acuerdo con la política económica que, de cada US$ 100 destinados a los acreedores de la deuda pública, invierta apenas US$ 7 en políticas sociales? ¿Debe ser autónomo el Banco Central?
Son cuestiones que no debieran depender sólo del Estado. La población necesita ser convocada a participar, así como en la decisión acerca de nuestro régimen de gobierno (monarquía, parlamentarismo o presidencialismo) y el comercio de armas.
¿Cómo intervenir en el poder público? Mediante la presión de la sociedad civil. El Gobierno es como el frijol: sólo funciona en la olla a presión. De ahí la importancia de fortalecer los movimientos sociales. Sólo una sociedad organizada dispone de fuerza para intervenir en el Estado. Las banderas que ella defiende, por más justas que sean, sólo se vuelven efectivas cuando conquistan los corazones y las mentes. Pueblo organizado, Estado democratizado. Sin embargo no basta con que cada movimiento luche aisladamente por sus reivindicaciones; es necesario que los sin tierra se sumen a las mujeres, los indígenas fortalezcan la lucha por los derechos humanos, los negros den la mano a quienes buscan la igualdad de géneros…
Votar por sí mismo es votar con efecto bumerang. El voto rebota en el candidato y en el partido y regresa en beneficio de la sociedad. No queda en el aire, cual cometa que se suelta del manubrio que tenemos en las manos.
En octubre elíjase, ciudadano, elija el Brasil como nación democrática, justa y soberana. ¡Feliz votación!
Don Luciano Mendes de Almeida fue una de las personas más íntegras y evangélicas que he conocido en toda mi vida. Seamos fieles a la herencia que nos deja: el amor a la causa de los pobres. (Traducción de J.L.Burguet)
– Frei Betto es escritor, autor de «La mosca azul. Reflexión sobre el poder», entre otros libros.