«La burguesía vive a la espera del cataclismo inminente que la abolirá». Esto lo extraemos de las páginas del libro de Simone de Beauvior «El pensamiento político de la derecha» y ello nos expresa una realidad que, desde hace décadas (por no hablar de siglos), siempre ha llenado de inseguridades y de temores a la […]
«La burguesía vive a la espera del cataclismo inminente que la abolirá». Esto lo extraemos de las páginas del libro de Simone de Beauvior «El pensamiento político de la derecha» y ello nos expresa una realidad que, desde hace décadas (por no hablar de siglos), siempre ha llenado de inseguridades y de temores a la clase burguesa, por lo que sus opciones no dejan de ser las mismas aplicadas durante mucho tiempo, es decir, la represión policíaco-militar, la imposición de leyes arbitrarias que respondan a sus intereses y las guerras que aseguren su preponderancia como clase dominante.
Estas inseguridades y temores de la burguesía se manifiestan con mayor énfasis en nuestra América, donde esta -a pesar del dominio económico y político que aun ejerce en varios de sus países- sabe que cada día pierde espacios ante el avance (ojalá indetenible y triunfante) de los sectores populares, a quienes parecía corresponderle asumir fatalmente el papel de parias de la historia.
Como lo refiere Simone de Beauvior, «el optimismo de la burguesía se sintió seriamente quebrantado. En el siglo anterior, la burguesía creía en el desarrollo armonioso del capitalismo, en la continuidad del progreso, en su propia perennidad. Cuando se sentía dispuesta a la justificación, podía invocar en su provecho el interés general: el avance de las ciencias, de las técnicas; a partir de las industrias fundadas sobre el capital aseguraba a la humanidad futura la abundancia y la felicidad. Sobre todo, confiaba en el porvenir, sentíase fuerte. No ignoraba la ‘amenaza obrera’, pero poseía, contra ella toda clase de armas».
Este optimismo se incrementó en la última década del siglo 20 con la implosión de la Unión Soviética, el primer Estado auto proclamado proletario del mundo. Sin embargo, luego del «fin de la historia» que otorgaba al sistema capitalista una victoria que parecía desmentir todos los esfuerzos e ideologías puestos en su contra, con un Estados Unidos convertido en un gendarme mundial sin competidor alguno, comenzó a germinar una nueva realidad en este territorio predestinado para la lucha revolucionaria.
Al triunfalismo de los monopolios transnacionales le sucedió un conjunto de secuelas que hicieron ver el fracaso de las medidas impuestas por el capitalismo neoliberal, lo que empujó a grandes contingentes a protestar en las calles, exigiendo solución a los distintos problemas originados por dichas medidas, fomentadas en gran parte por el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. De ahí en adelante, los antiguos parias de la historia comenzaron a hacerse visibles, reescribiendo la historia y, por supuesto, dando a la burguesía razones para mostrarse insegura y temerosa ante su insurgencia; revelando así su vulnerabilidad.
De ahí que la burguesía (entendida esta como el sector dominante, opuesto a los intereses de los sectores populares mayoritarios de cada nación) se muestre dispuesta a recurrir, en el caso de nuestra América, a la vieja fórmula del fascismo, conformando -incluso- una internacional de la derecha (con apoyo directo de Washington), en la cual figuran el senador Marco Rubio en Estados Unidos; el ex presidente Sebastián Piñera en Chile; los ex presidentes Álvaro Uribe Vélez y Andrés Pastrana en Colombia; los ex presidentes Felipe Calderón y Vicente Fox en México; los ex presidentes del gobierno Felipe González y José María Aznar en España, encargados de encabezar una cruzada contra el gobierno venezolano, explotando y magnificando la matriz de opinión que lo señala de violar los derechos humanos de los dirigentes opositores, encarcelados por cometer delitos contra el orden público e incitar a sus seguidores a tratar de derrocar al Presidente Nicolás Maduro; lo mismo que se ha planteado lograr en Ecuador, Bolivia y, más recientemente, en Brasil, de manera que la misma población que eligiera a Rafael Correa, Evo Morales y Dilma Rousseff termine por aceptar su salida de forma inconstitucional y la conformación de un gobierno, en consecuencia, de signo neoliberal.
A ello se agrega la estrategia diseñada por Washington para recuperar la hegemonía perdida en nuestra América durante estas últimas décadas, contando con algunos gobiernos derechistas a su favor. Para alcanzar dicha meta, Estados Unidos ha diseminado bases militares por todo este continente, apuntando a objetivos estratégicos, vitales para su modo de vida capitalista, entre estos los yacimientos energéticos y acuíferos, además de otros que se hallan en grandes cantidades en la mayoría de las naciones latinoamericanas. No obstante, en esta perspectiva de desestabilización general, los gringos no han logrado las condiciones ideales para alterar el rumbo tomado por los pueblos y gobiernos al sur de sus fronteras, aun cuando acaricie la idea de echar mano al fascismo para revertir a su favor la situación latinoamericana actual, como ya lo hiciera en el pasado; cuestión que a todas luces parece improbable.