El Mundial empezó el viernes con un 1-1 entre el equipo local y México en el estadio Soccer City de Johannesburgo, y con el mismo resultado entre los EEUU e Inglaterra la noche siguiente (las dos en Occidente), junto al infame centro vacacional Sun City. Sólo la herida Alemania destacó realmente en el primer fin […]
El Mundial empezó el viernes con un 1-1 entre el equipo local y México en el estadio Soccer City de Johannesburgo, y con el mismo resultado entre los EEUU e Inglaterra la noche siguiente (las dos en Occidente), junto al infame centro vacacional Sun City. Sólo la herida Alemania destacó realmente en el primer fin de semana, apalizando 4-0 a Australia, aquí en Durban.
El ruido de 40.000 vuvuzelas ─las omnipresentes bocinas de plástico de tres dólares─ es tan estrepitoso como se esperaba, pero para ser francos, la visión más tremenda es el ataque por conmoción y espanto de Coca-Cola: un ataque de histeria ultranacionalista consistente en lemas comerciales que inducen a agitar banderas del capital multinacional es lo más intimidatorio.
Aprovechando las débiles defensas legales y políticas de Sudáfrica, Coke registró las dos palabras open happiness y contrató al engolado cantante somalí K’naan para Wave the Flag, se llevó a artistas africanos de primerísima categoría, cargándose a los músicos locales, a los que dejó gruñendo por el inadecuado tratamiento que recibieron en el glamuroso concierto de inauguración del jueves en Soweto. Invitaron incluso al camerunés Roger Milla, que «cambió el mundo de la celebración de goles para siempre con su icónica danza de la bandera de córner» en el Mundial de 1990, como cursimente pretenden los publicistas de la página web de Coca-Cola. «La acción sigue con un montaje de jugadores haciendo alarde de sus movimientos, representando la evolución las celebraciones de sus goles, que llega hasta nuestros días. Un sonriente Roger Milla es el siguiente, contemplando la acción en la tribuna y bebiéndose una Coca-Cola; asiente con la cabeza en aprobación de las celebraciones de gol originadas por su danza».
Embriagar tanto como es posible, no faltan los contragolpes culturales y análisis contrahegemónicos ( http://www.ukzn.ac.za/ccs tiene un observatorio diario del Mundial, adherido al Observatorio de Protesta Social). Al menos Coca-Cola no atrapará jamás al maestro del hip-hop de la juventud de Durban Ewok, cuyo Shame on the Beautiful Game constituye aquí un nuevo modelo de canción protesta. También tienen prohibidos a los 15 mayores artistas raperos que los pinchadiscos Magee y Nio reunieron con Funk Nouveau, de Brooklyn, el sello Blackler Mastering y el productor Eliot Leigh, y editaron Emile YX, que recuerda al grupo de Ciudad del Cabo Black Noise Crew: «nosotros pagaremos la factura para que ellos puedan patear la pelota». Las fugas de capital en pago de la factura y en beneficios de la financiación del disco (un 30% mayores que en 2006) para la Federación Internacional de Asociaciones de Fútbol (FIFA) son sólo algunos de los conspicuos errores de nuestros gobiernos nacionales y locales. He aquí un paquete con las seis tarjetas rojas socioeconómicas del Mundial más dañinas y que valdría la pena revocar:
1) Prioridades dudosas y derroche;
2) Beneficios astronómicos para la FIFA y corrupción política;
3) Aumento de la deuda externa y de las importaciones en medio de penurias económicas generalizadas;
4) Incumplimiento de las promesas de redistribución de la riqueza desde las capas más altas a las más bajas;
5) Suspensión de libertades democráticas, y
6) Represión de la creciente protesta.
Considérenlas de una en una y ayúdennos a responder si un giro de 180 grados podría paliar el daño infligido.
De entrada, el derroche ha tenido su expresión más evidente en los estadios, incluyendo nuevos campos (en Durban, Ciudad del Cabo, Port Elizabeth, Nelspruit y Polokwane), además del despilfarro para la extravagante renovación del Soccer City. ¿Qué acontecimientos podrán llenar esas tribunas después del último partido de fútbol en julio? ¿Cuántos mandatarios tuvieron decepciones como la de Durban, esto es, que pujarían con éxito por los futuros Juegos Olímpicos? Esos elefantes blancos cuestan al Estado 3.100 millones de dólares en subvenciones. El más caro, 580 millones, es Green Point, en Ciudad del Cabo, con 65.000 asientos. Es estúpido y racista, pues el estadio existente en la ciudad de Athlone podría haber albergado las semifinales añadiendo asientos suplementarios. Pero, según el informe de la FIFA, «mil millones de espectadores no quieren ver ese nivel de chabolas y pobreza».
El estadio de 70.000 asientos de Durban, Moses Mabhida, el «bolso de Alien» de 380 millones de dólares (según el humorista Pieter Dirk-Uys) es una delicia de visión, tanto más cuanto que mantiene alejados de nuestra vista y mente los enormes bloques de viviendas de la ciudad, las depuradoras de aguas, las centrales eléctricas, los hospitales, las escuelas y carreteras, así como el absurdo aumento de su coste (más de 225 millones de dólares). Es más difícil alejar todo esto de la vista en el estadio de al lado, Absa, campo del equipo de rugby Sharks, de 52.000 asientos y que podría haberse ampliado fácilmente. Los Sharks habían dicho que no tenían suficiente dinero como para trasladarse al Mabhida, debido a la carestía del alquiler, y espera una batalla de titanes en torno a la destrucción del viejo estadio para forzar la situación. Esta tarjeta roja podría levantarse mediante la imposición de una tasa sobre beneficios de constructoras destinada a equipamientos para ciudades deprimidas (incluyendo a sus campos de fútbol polvorientos y pedregosos).
La segunda tarjeta roja es por la cultura de la corrupción y el exceso de lujo de la FIFA en Sudáfrica, el país de mayor desigualdad del mundo. No se trata sólo de las insensibles peticiones de su jefe, Seep Blatter, tales como la instalación de nuevos y lujosos lavabos en uno de los más destacados hoteles de Sudáfrica. Están apareciendo informes de sobornos a jugadores, árbitros y funcionarios. Lord Triesman, que presidió la Asociación de Inglaterra de Fútbol y encabeza su candidatura para el Mundial de 2018, pretendía en una conversación telefónica pinchada, que España y Rusia están intentando pagar a los árbitros para amañar partidos. El periodista Declan Hill destaca que «la FIFA no ha hecho nada eficaz para detener este tipo de cosas». Otra forma de corrupción incluye la pena de muerte impuesta a los denunciantes dentro de la propia empresa en la ciudad más oriental, Nelspruit: al menos ocho muertes sospechosas relacionadas con el estadio de 40.000 asientos Mbombela y una lista negra que señala profundas grietas en el partido gobernante. El segundo mayor problema de corrupción, como apunta el periodista británico y autor del apasionante libro Foul!, Andrew Jennings, es que «la indescriptible estructura que han instalado está diseñada para entregar el juego a las necesidades del capitalismo global sin controles ni restricciones». «Sólo cheques».
Esas fugas de capital son razón suficiente para una tercera tarjeta roja: el enorme importe de la factura, que en Sudáfrica hace subir la deuda externa a más de 80 millones de dólares. En acuerdos que Pretoria intentó esconder al diario Mail&Guardian, ha quedado ahora patente que la FIFA no sólo no pagará impuestos, sino que también los gnomos futbolísticos de Zurich pueden ignorar el control y las normas cambiarias de Sudáfrica.
Como los beneficios de la FIFA se calculan en más de 3.000 millones (sólo los derechos de emisión televisiva se han vendido por 2.800 millones), la exportación de fondos golpeará duramente al actual balance. Ya estamos al final del ranking de los mercados emergentes por esta razón, con lo que es probable que se produzca un crack monetario más pronto que tarde. Como hacía notar el financiero Trevor Kerst el mes pasado al considerar las subvenciones a los estadios, «la recuperación de esas inversiones en modo alguno está asegurada». «En el marco de esas zonas de exclusión, sólo la FIFA y sus socios pueden vender cualquiera de los bienes; nada de esas ventas devengará para el Estado».
¿Quiénes son esos socios? El Grupo de Apoyo Khulumani se unió a Jubilee South Africa para exigir indemnizaciones a las empresas que apoyaron al apartheid, un tema que está actualmente en los tribunales de los EEUU a través de la Alien Tort Claims Act. Khulumani ha iniciado su propia campaña para sacarles la tarjeta roja a las empresas patrocinadoras de los equipos alemanes y estadounidenses que aparecen en el sumario de causas pendientes de los acusados: Daimler, Rheinmettal, Ford, IBM y General Motors. «Socios» de la FIFA que compraron los derechos exclusivos para monopolizar el comercio en las ciudades sudafricanas durante las próximas cuatro semanas y que son Adidas, Coca-Cola, Air Emirates, Hyundai, Sony y Visa, mientras que los «patrocinadores oficiales» incluyen a Budweiser, McDonalds y Castrol. Peor, a la burbuja de la construcción que ha dirigido nuestra economía, igual que en los EEUU antes del crack. Nuevas infraestructuras en transportes de lujo, por ejemplo, juegan a cambiar el comportamiento de los ricos para que dejen el coche. Pero el tren rápido de 3.000 millones de dólares Gautrain cuesta a los pasajeros cinco veces más de lo que se había anunciado y, probablemente, no desplazará a los usuarios de Johannesburgo-Pretoria, gracias a los atascos de tráfico y a la escasez de parkings en las nuevas estaciones. Como apuntó el líder obrero Zwelinzima Vavi, Gautrain «no hace nada para quienes sufren realmente problemas de transporte, sobre todo los usuarios de lugares como Soweto y Diepsloot». «En lugar de eso, detrae recursos que podrían mejorar la vida de millones de usuarios.» ¿Y qué decir del nuevo Aeropuerto Internacional King Shaka, de Durban, de 1.000 millones de dólares, cuando el viejo tenía sobrecapacidad hasta 2017 y el nuevo dobla la distancia y la tarifa del taxi desde el centro de Durban?
Levantar esas tarjetas rojas exige un replanteamiento total de la relajación de los controles públicos sobre el cambio y del gasto en infraestructuras de lujo. Reimplantación de controles de capital para detener la huida de capitales y subvenciones para servicios de edificación de nuevas viviendas en ciudades y zonas rurales son ambas medidas pendientes.
La cuarta tarjeta roja es por la falta de redistribución de riqueza hacia las masas, testigos de oportunidades desaprovechadas ─como la cutre muñeca mascota Zakumi, fabricada en jugueterías chinas, no de aquí─ y las brutales tácticas de desplazamiento utilizadas por los ayuntamientos. Los vendedores callejeros informales son violentamente expulsados de las inmediaciones de los estadios, así como los pescadores de Durban fueron desalojados a principios de junio de los principales muelles. Embarcaciones, turismo e instalaciones deportivas estaban pensadas para producir beneficios. Pero el presidente provincial de la Asociación Sudafricana de Fútbol de Ciudad del Cabo Occidental, Norman Arendse, confesó que el «nefasto» enfoque de arriba debajo de la FIFA ha dejado al fútbol local con simples «migas». Más repugnante es nuestra traición a los niños de la calle. El 1 de abril de 2009, en la Cuarta Conferencia Sudafricana contra el sida, el representante de la ciudad de Durban prometió que «los niños de la calle no serán rápidamente expulsados de las calles de la ciudad en las furgonetas de la policía antes del Mundial de 2010 sólo para reaparecer milagrosamente cuando los visitantes hayan vuelto a sus casas». Resulta que se reía de nosotros. La expulsión acelerada está en proceso y, como destacaba en febrero el director de la ONG Umthombo, Tom Hewitt, «alejar a los niños del Mundial no es proteger a la infancia, sino limpiar las calles».
También están enojados con la FIFA y las elites locales del Mundial los organismos de prevención del sida, que intentan repartir preservativos, una idea rechazada por los gnomos de Zurich. Los ecologistas están indignados por el truco de la plantación de árboles offset para reducir el aumento del calentamiento global causado por el Mundial y de los que presumen algunos ayuntamientos. La tarjeta roja a los ayuntamientos no tiene por qué enseñarse si rectifican tales políticas y comunican urgentemente a la FIFA que las zonas de exclusión del comercio local están ahora dentro, y no fuera, de los estadios, de modo que los vendedores informales locales, los pescadores y los niños de la calle pueden proseguir con sus respectivas vidas. Al menos una auditoría, Grant Thornton, discrepa, alegando que puede esperarse en torno a 7.000 millones de dólares en productos derivados, incluyendo 415.000 puestos de trabajo y un gasto de los turistas de cerca de mil millones. Pero eso parece hacer castillos en el aire.
La quinta tarjeta roja es para la FIFA por absorción de la soberanía de Sudáfrica. Lo más escalofriante es que no sólo goza de total inmunidad «frente a todo tipo de proceso, demanda y costes relacionados (incluidos los honorarios de los asesores profesionales) que pudiere provocar o sufrir o con los que pudiere ser amenazada por otros». Los periodistas que obtengan acreditación de la FIFA también tienen que prometer que no desacreditarán el Mundial con sus informaciones, so pena de ser expulsados. Bajo esa presión, no sorprende que las tres mayores cadenas de Sudáfrica hayan censurado durante las últimas semanas el magnífico documental Fahrenheit 2010 (pronto estará disponible en los EEUU con el título Who Really Wins [Quién gana realmente]). Además, un acuerdo oficial ratifica que Sudáfrica proporcionará una policía específica «para hacer cumplir los derechos de marketing, de emisión, de marca y otros derechos de propiedad intelectual de la FIFA y de sus socios comerciales». Ahí parece, empero, que puede haber un margen de flexibilidad y que la tarjeta roja podría, ciertamente, recurrirse si hubiera una rectificación del militarismo estatal. En efecto, el viernes fue autorizada una marcha a Johannesburgo desde Soweto contra la FIFA ─inicialmente prohibida, como todas las protestas entre el 10 de junio y el 15 de julio─ , con la condición de que el Foro contra la Privatización aceptara no entrar en un área de menos de 1,5 kilómetros de la oficina central de la FIFA, en Soccer City. Lamentablemente, sólo cerca de 100 manifestantes expresaron su ira, un reflejo del estado de debilidad de la organización de la izquierda en el país con el mayor proletariado de África. Más tarde, el domingo por la noche, tras el partido Alemania-Australia, varios centenares de trabajadores de seguridad empezaron a rebelarse para reclamar el pago de la prima prometida. Sólo cobraban 27 dólares por 12 horas de trabajo; la subcontratación y la superexplotación han deteriorado las relaciones laborales en el a menudo peligroso sector de la seguridad. La policía arrojó gases lacrimógenos y granadas aturdidoras para disolver la protesta y aseguró que detendría a los cabecillas.
Otra prueba para el poder represivo es la marcha anti-FIFA del 16 de junio, conmemorativa de la rebelión de Soweto, que activistas del recientemente reconstituido Foro Social de Durban están preparando desde hace varias semanas. El 14 de junio esperaban que se les comunicara si la marcha al ayuntamiento ─ un par de kilómetros al sur del estadio Mabhida ─ sería autorizada. El día 13 comenzó en Ciudad del Cabo el «Mundial de los Pobres», con una marcha anunciada para el 17 y en la que se amenazó con construir chabolas en las inmediaciones del estadio de Green Point.
No importa que los policías hayan estado campando por sus respetos más de lo que la izquierda independiente preveía. No obstante, una sexta tarjeta roja debería ser para la policía sudafricana sólo por su calentamiento represivo, empezando por la orden de tirar a matar dada en 2008 por el general Bheki Cele cuando era ministro de Seguridad en la provincia de KwaZulu, acelerado por las medidas drásticas contra los trabajadores en huelga y, a principios de este mes, por dos asesinatos de manifestantes trabajadores de servicios de reparto en un distrito segregado de Soweto (Etwatwa), al este de Johannesburgo, y de otros dos jóvenes en Phoenix, Durban, lo que provocó una manifestación contra la violencia policial.
La necesaria rectificación incluiría un alto el fuego formal de las fuerzas policiales, cuyas pistolas apuntan actualmente al pueblo. Para evitar la tarjeta roja (y la sangre del mismo color en las calles), los «securócratas» sudafricanos deberían ahora señalar con el dedo y emprender investigaciones contra los verdaderos delincuentes, los de Zurich, un perverso grupo mafioso cuyo alias es actualmente, por razones obvias, Thiefa [1]. O, para expresarlo más positivamente, como hizo el pasado 10 de junio el portavoz de la Unión Nacional de Trabajadores Metalúrgicos, Castro Ngobesi, en una declaración oficial de ánimo a los bafana [denominación africana de la selección de Sudáfrica], «el partido inaugural debería servir de acto de resistencia al bárbaro, inmoral y explotador sistema capitalista, por un fútbol que por su naturaleza promueva formas de vida comunitaria y contenga elementos de socialismo».
NOTA T.: [1] Apodo compuesto a partir de la paronimia entre el sustantivo thief (‘ladrón’) y la sigla FIFA.
Patrick Bond dirige el Centro para la Sociedad Civil, de Durban, dedicado a promover la memoria del mayor economista político del deporte que ha habido en Sudáfrica, Dennis Brutus (1924-2009). Brutus fue un veterano de la cárcel de Robben Island, crítico del deporte corporativo, FIFA incluida, y principal organizador del boicot olímpico de 1960 contra Sudáfrica, de la expulsión de ésta de la FIFA en 1976 y de las campañas antiapartheid en el críquet, el rugby y tenis de las décadas de los setenta y ochenta, destacado poeta e investigador literario, estratega del movimiento por la justicia global y, en el momento de su muerte, profesor honorario del Centro por la Sociedad Civil. Hasta su último aliento se opuso a que el Mundial fuera atrapado por un país que caracterizaba como apartheid de clase.
Traducción para www.sinpermiso.info : Daniel Escribano
Fuente : http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=3435
rCR