La evidente indignación del expresidente G. Bush por los eventos del asalto al capitolio la redondeó con la infeliz declaración: “De esta manera es como los resultados electorales se resuelven en una república bananera, no en nuestra democrática república”.
Al mismo tiempo, el Representante Republicano al Congreso por el estado de Wisconsin, Mike Gallagher, escribió en twitter: “Estamos viendo en este momento en el capitolio de los Estados Unidos, la mierda total de las repúblicas bananeras”.
Marco Rubio, Senador Republicano del Congreso por el estado de Florida, no se quedó atrás y arremetió por twitter: “Esta es la anarquía antiamericana al estilo del tercer mundo”.
También Ted Cruz, Senador Republicano, consternado declaró: “La violencia siempre es inaceptable”. Por supuesto que es inaceptable en su país, pero en otros países la fomentan, la financian, la alquilan y de vez en cuando la ejercen ellos mismos.
Para entender el desprecio, la actitud irrespetuosa y esa pose de superioridad de los políticos y de los gobernantes norteamericanos, hay que revisar primero el origen del término “República bananera”. Este fue acuñado por William S. Porter (O. Henry) en 1.904, en la obra Repollos y Reyes, ambientada en un país imaginario de América Central. Se cree que corresponde a Honduras.
De allí en adelante, la expresión “República bananera” ha sido usada a menudo para referirse a países políticamente inestables, con frecuencia gobernados por dictadores, con economías monoproductoras y, en ellos el poder en todos los sentidos lo controlan las transnacionales. En Centroamérica, esto se hizo patente con la Transnacional United Fruit Company, la cual desde comienzos del siglo XX tenía el monopolio total de la producción bananera en Suramérica y la distribución en Norteamérica y Europa.
La historia de la United Fruit Co., estuvo llena de mucha sangre, violencia y desolación en los países donde estaba establecida. Derrocó a su antojo gobiernos legalmente electos, como el de Jacobo Arbenz, en Guatemala en 1.954. Propició masacres, como la de los cientos de trabajadores bananeros en Colombia, en 1.928. Incluso, aportó las embarcaciones usadas para la invasión de Bahía de Cochinos, en 1.961. Luego de serias dificultades económicas, la United Fruit Co., se transformó en Chiquita Brands International.
Los políticos estadounidense han estado muy indignados porque su país fue comparado con una república bananera, pues esas cosas ocurren fuera de sus fronteras, nunca adentro. Ellos están muy ofendidos, por cuanto se sienten superiores al pertenecer al grupo de países del primer mundo.
Por décadas el Gobierno norteamericano y su democrático congreso han presupuestado grandes sumas de dinero para mantener la clase gobernante en América Central, cuyo ejemplo reciente ocurrió en Honduras, un país extremadamente pobre, donde impera el terror político y los gobiernos son corruptos. Allí, en 2.009, el presidente de Honduras, Manuel Zelaya, elegido democráticamente, fue sacado del poder mediante un Golpe de Estado, cuando pretendió redistribuir las tierras sin cultivar a los campesinos pobres. Soldados hondureños y norteamericanos escoltaron al depuesto presidente hasta una base militar estadounidense. El Gobierno de B. Obama, encantado aceptó al nuevo Gobierno de facto. Por supuesto, la pobreza y la desesperanza han aumentado desde entonces en forma alarmante.
Las nuevas caravanas de los países centroamericanos vuelven con renovados bríos a tratar de ingresar a suelo estadounidense. La situación actual de esa multitud, es el fruto a largo plazo, de todas las inimaginables barbaridades cometidas por diversos dictadores civiles y militares desde la década de los 50, totalmente apoyados por Washington y sus sanguinarios ejecutores como Elliot Abrams.
Las repúblicas bananeras reclaman de una u otra forma el resarcimiento de las malas políticas de los continuos gobiernos republicanos y demócratas, con sus respectivos senadores y representantes del muy democráticos congreso.
Ciertamente, va a haber república bananera en suelo estadounidense por un buen rato; pero también estará allí la otra república bananera, a la vuelta de la esquina, mejor dicho a la vuelta de la frontera, esperando para entrar. Así que podríamos decirle al Gobierno norteamericano: “Entre repúblicas bananeras te veas”. Aunque lo ideal sería, que en un mundo inclusivo, justo y solidario, no existieran republicas bananeras.