La idea del fin da la historia
Aún no habían terminado de estallar las grietas que derribarían el Muro de Berlín en 1989, cuando ya se celebraba eufórica y erróneamente, por parte de los intelectuales liberales, «el fin de la historia». Esta fue una tesis que el mismo sentimiento de triunfalismo provocó en las sociedades occidentales respecto de las insurrecciones sociales que dieron al traste con los regímenes totalitarios de la Europa del Este y la Unión Soviética. Tanto Francis Fukuyama como otros escritores afines a sus planteamientos, pensaron en la legitimidad de la democracia liberal como sistema de gobierno, al vencer en el plano ideológico y político a otros regímenes como la monarquía, el fascismo y en ese momento al comunismo.
Para Fukuyama la democracia liberal resulta ser la ideología final inventada por la especie humana, «la forma final de gobierno» y en consecuencia significa «el fin de la historia». (Fukuyama; 1992: 11) Es más, Fukuyama mismo advierte que no pensó en el fin de la historia como acontecimiento, sino en la historia como el proceso humano único, evolutivo y coherente. Para él, la democracia liberal implica que la sociedad ha llegado al estadio en que han sido satisfechos sus anhelos más profundos, como lo sostenían Hegel para la modernidad y Marx para el socialismo. (Fukuyama; 1992: 12) El mismo Fukuyama advierte que después del derrumbe del Muro de Berlín, no ha existido otro acontecimiento de trascendencia histórica que implique algún riesgo para las sociedades occidentales y la democracia liberal.
Dentro de los argumentos expuestos por Fukuyama para ilustrar la tesis sobre el fin de la historia, señala que en los albores del nuevo milenio, las crisis gemelas tanto del autoritarismo como de la planificación económica han dejado vía libre a la única manifestación ideológica de carácter universal: la democracia liberal, la doctrina de la libertad individual y la soberanía popular. Después de 200 años de haber sido creados por las revoluciones de las trece colonias y la francesa, los principios de libertad e igualdad no solo evidencian ser verdaderos, sino capaces de poder resurgir. (Fukuyama; 1992: 79)
La democracia y el liberalismo siempre han sido presentados caminando de la mano en las sociedades capitalistas occidentales. En la concepción de Fukuyama, el liberalismo y la democracia, pese a estar íntimamente relacionados, son conceptos separados. El liberalismo político, argumenta el autor, puede ser definido como un conjunto de «reglas jurídicas que reconocen ciertos derechos o libertades individuales» respecto del control del gobierno. Estos derechos son de carácter individual y se clasifican como derechos civiles (control del ciudadano de su persona y la propiedad), los derechos religiosos (expresión de ideas religiosas) y los derechos políticos (los cuales establecen el orden para el bienestar de la comunidad). Los derechos económicos (el derecho al empleo, a la vivienda y la atención sanitaria), son derechos incompatibles y riñen con el derecho a la propiedad y el libre mercado, por eso los socialistas han insistido en agregarlos como de segunda o tercera generación. (Fukuyama; 1992: 79)
«La democracia, por otro lado, es el derecho de todos los ciudadanos de participar en el poder político, es decir, el derecho de todos los ciudadanos a votar y a tomar parte en la política.» (Fukuyama; 1992: 80) El derecho a participar en la política, lo considera Fukuyama el más importante de los derechos, lo cual lo hace afirmar que, por eso históricamente el liberalismo ha ido de la mano con la democracia. Reconoce al mismo tiempo, que existen sociedades que pueden ser liberales (Inglaterra siglo XVIII) sin ser democráticas, o bien, sociedades que pueden ser democráticas sin ser liberales ( La República Islámica de Irán). En la primera, los derechos, incluido el derecho al voto eran exclusivos de una elite; y en la segunda el liberalismo no existe porque no se dan garantías para los derechos individuales. (Fukuyama; 1992: 80-81)
En el plano económico, Fukuyama considera que «el liberalismo es el reconocimiento del derecho a la libre actividad económica y el intercambio económico basado en la propiedad privada y en el mercado.» (Fukuyama; 1992: 81) Como consecuencia de los ataques y la designación con expresiones peyorativas del término capitalismo, Fukuyama señala que se ha dado en la actualidad el uso de la expresión «economía libre de mercado», que viene a ser el equivalente o sinónimo de economía capitalista. En ese mismo orden de ideas, articulado al plano político, Fukuyama afirma que las discusiones respecto de cuales instituciones identifican a un Estado como Estado liberal no tiene sentido. En todo caso es más útil observar cual es la actitud del Estado hacia la promoción de la propiedad y el mercado. Por lo tanto aquellos estados que protegen esos derechos económicos deben ser considerados liberales, caso contrario no son reproductores de las ideas liberales. (Fukuyama; 1992: 81)
Fukuyama no esconde su regocijo sobre las transformaciones mundiales a partir de la caída del muro de Berlín, y en ese sentido escribe: «en realidad, el crecimiento de la democracia liberal, con su compañero el liberalismo económico, ha constituido el fenómeno macropolítico más notable de los últimos cuatrocientos años». (Fukuyama; 1992: 86) Según él, la «gran revolución» desarrollada en Inglaterra daba origen al liberalismo y la economía de mercado. Fukuyama deja de lado la importancia de la invasión europea sobre el continente americano y las transformaciones mundiales a partir de entonces. Principalmente en cuanto a la acumulación originaria del capital se refiere.
Y en efecto, Fukuyama no deja de tener razón, 1989 y la caída de Muro de Berlín significaron el desplazamiento de la voracidad capitalista sobre otras regiones del planeta que aún no habían sido dominadas por la dinámica de este tipo de economía. Si hasta 1989 el socialismo real impedía la planetización de la economía de mercado, el desaparecimiento de aquellos regímenes, con todo lo que ello implica, abrieron las puertas del planeta al dominio de la economía que se fundamenta en le individualismo y margina las culturas colectivas que le son ajenas. Además, incluida al mismo tiempo, la destrucción sin límites de los recursos naturales del planeta.
Luego de la caída del comunismo ha seguido un ambiente de incógnitas e incertidumbres, que la mejor forma de explicarlas o enfrentarlas sería pensando en el fin de la historia. Giovanni Sartori considera equivocada la tesis divulgada por Fukuyama y manifiesta que la teoría de la democracia debe ser reorientada. (Sartori; 1994: 13) Sin embargo, expresa que la disolución del comunismo en la Europa del Este y en Moscú, se dio frente a un único vencedor, la democracia liberal. Este triunfo implica la desaparición del enemigo y todos los puntos de referencia en el orden político. Pero al perder al enemigo externo, permite que los problemas internos tomen relevancia. Se trata del criterio que la democracia cada vez es más difícil refutarla, pero al mismo tiempo, resulta más «difícil de administrarla.» (Sartori; 1994: 16)
Este triunfo de la democracia sobre el comunismo, afirma Sartori, es un triunfo a medias porque se da en la esfera política. La victoria de la economía de mercado sobre la economía planificada es una victoria arrasadora. En ese sentido, la victoria de la democracia se da en el plano de la legitimidad, que no es todo. En tanto que el mercado vence en todo, y resulta una victoria completa, porque la derrota económica del comunismo es una derrota aún mayor que su derrota política. (Sartori; 1994: 24)
Al mismo tiempo, Sartori refuta la relación democracia-sistema de mercado. Porque, si en la esfera económica todo se reduce al mercado, se esperaría que a largo plazo se convertiría esa visión, en una condición política democrática. Pero debe tomarse en cuenta, que el sistema de mercado no necesariamente depende de la democracia en el plano político, porque la economía de mercado coquetea con cualquier régimen político que le brinde libertad al mercado. Por lo tanto, una dictadura puede convertirse en la expresión política de la economía libre de mercado. En todo caso, puede suceder que el contagio de la democracia evite el acoplamiento mercado-dictadura; el triunfo de la legitimidad de la democracia hace prever que el éxito del mercado se convertirá en una demanda de la democracia. A condición de que el mercado produzca bienestar. (Sartori; 1994: 25)
Para Immanuel Wallerstein la celebración de parte de los liberales de la caída del Muro de Berlín y la consecuente disolución de la Unión Soviética , fue una celebración que incluyo la celebración del derrumbe del comunismo y del marxismo-leninismo como la corriente político-ideológica del mundo moderno. Para Wallerstein esto último resulta correcto, pero sostiene la tesis que a partir de estos acontecimientos no entramos a un mundo en el que deba celebrarse el triunfo del liberalismo, sino el mundo hizo su entrada en un período «después del liberalismo». (Wallerstein; 1996: 3) En consecuencia 1989 no es el fin de un ciclo iniciado en 1917, tampoco puede interpretarse como la derrota de la Unión Soviética en la Guerra Fría. Ese año, cronológicamente hablando, manifiesta el fin del liberalismo como la ideología global del moderno sistema-mundo.
Los liberales siempre han argumentado que el liberalismo político constituido en el Estado liberal, ha significado el único Estado con los principios legales y reformistas de asegurar la libertad individual. Y esto puede aceptarse como cierto, pero la libertad para una minoría que perpetuamente se ha considerado como la totalidad. (Wallerstein; 1996: 4) Siempre ha sido una constante en el discurso liberal esconder el carácter de clase del Estado y su funcionamiento político, hecho que ha sido discutido y demostrado ampliamente en la literatura. El liberalismo económico, al contrario de lo que sus intelectuales han manifestado, ha generado un bienestar para esa minoría sobre la base de una mayor concentración y centralización del capital. Concentración legitimada por la idea de occidente como cultura universal, el racismo como forma de presentar la superioridad caucásica y el destino manifiesto para guiar al mundo hacia el progreso.
Ese año, 1989 dos décadas después nos muestra un panorama diferente que Fukuyama olvida mencionar. La burbuja liberal de las sociedades homogéneas explota, la libertad y la igualdad entre los individuos no reduce las diferencias sino se convierte en una incertidumbre y desesperanza para los desarrapados del mundo. Los países pobres se conforman con exportar emigrantes, en tanto que los países receptores de forma neurótica agudizan sus políticas migratorias y perciben a los inmigrantes como la amenaza latente en contra de la cultura, la familia y la unidad nacional. En el plano político la democracia manifiesta estados de retroceso a procesos y etapas predemocráticas, se escucha en el discurso liberal por aquí y también allá que solamente voten quienes no son presa fácil del engaño y el manipuleo de los políticos, pese a que estos últimos son financiados por corporaciones privadas.
Pero la historia avanza, está allí y occidente mismo comienza a despertar de esa pesadilla triunfalista que en 1989 les hizo abalanzarse sobre el mundo como en 1492. Porque para los teóricos liberales, como Fukuyama, la desaparición del totalitarismo no era una simple victoria de un planteamiento teórico para la organización de la sociedad en lo económico y lo político, era como el mismo Fukuyama lo argumenta, el triunfo de la idea de occidente sobre otras formas alternativas al liberalismo occidental. (Fukuyama; 1989: 6) Pero la resistencia y la lucha de los pueblos han demostrado que la política democrática y la cultura no tienen un carácter unidimensional, sino múltiples expresiones de acuerdo a las organizaciones sociales en la distintas zonas planetarias que occidente ha pretendido eliminar, y que más recientemente, subsumiera en el conflicto este-oeste y el frente común que logra construir entorno a los valores de libertad y democracia.
Cuando Fukuyama despierta, las ideas que pregonó sobre el fin de la historia, de forma obstinada las replantea y considera que esas ideas tienen un «defecto fundamental..: la historia no puede terminar, puesto que las ciencias de la naturaleza no tienen un fin, y estamos a punto de alcanzar nuevos logros científicos que, en esencia, abolirán la humanidad como tal.» Este razonamiento se fundamenta abiertamente en el positivismo porque afirma que la historia está dirigida por dos lineamientos básicos: el avance de las ciencias naturales y la tecnología, las cuales permiten la modernización económica, y, la lucha por el establecimiento de un sistema político cuyo funcionamiento permite el reconocimiento de los derechos universales. (Fukuyama; 1999: 24)
En todo caso, considera Fukuyama, los acontecimientos que se sucedieron a finales de la década de 1990, la crisis económica en Asia, el establecimiento de las reformas políticas en Rusia y la inestabilidad mundial en el mercado financiero se convierten en un riesgo para la tesis del fin de la historia. En tono de aclaración, pero sin reconocer el fracaso del liberalismo a escala planetaria, Fukuyama argumenta que sus tesis no plantean que todos los países fueran a alcanzar una democracia a corto plazo, su criterio se orientaba a considerar que los países avanzados evolucionarían hacia la democracia y la economía de mercado libre. (Fukuyama; 1999: 25)
Esa tesis evolucionista de carácter lineal, Fukuyama la sostiene con el criterio geocéntrico de la historia. Afirma que siempre ha considerado que «la modernidad tiene una base cultural». Y si esto no fuera suficiente señala que la democracia y la economía de mercado no funcionan en todo tiempo y en todo espacio, porque donde mejor han funcionado es en aquellas sociedades cuyos orígenes no derivan necesariamente de elementos racionales. Por eso insiste en que no es por casualidad que «la democracia liberal moderna» surgiera inicialmente en el occidente cristiano, porque según él, el reconocimiento de los derechos democráticos puede ser considerado como «la forma secular de la universalidad cristiana.» (Fukuyama; 2001: 27-28)
Posiblemente a Fukuyama se le olvida, brindémosle el beneficio de la duda, que occidente se ha abalanzado sobre otras zonas geográficas y culturales portando la espada y la cruz. En nombre del cristianismo han sido eliminadas expresiones culturales milenarias mucho más antiguas que las sociedades organizadas en occidente. La universalidad cristiana ha sido impuesta sobre otras formas de pensar el universo por medio del irrespeto a la vida. Occidente no duda en destruir la vida si la misma implica un obstáculo para sus particulares intereses. En ese sentido, debemos considerar que la democracia no es solamente occidental, porque ese tipo de democracia ha sido construida sobre la negación de otras organizaciones políticas y el derramamiento de sangre de miles de millares de ciudadanos de otras partes del planeta. Por ello se insiste en democratizar la democracia en las sociedades en desarrollo, porque se exige una democracia que primero sea participativa y después representativa, una democracia no fundamentada solamente en lo político sino también en lo social, lo económico y lo cultural.
La crisis financiera y el retorno al Estado
Recorriendo como un fantasma el planeta, la crisis financiera actual se presenta en las mentalidades optimistas, por un lado, como la manifestación del agotamiento del capitalismo como sistema económico-social, porque su comportamiento de privatizar las ganancias y socializar las perdidas resulta de por sí insostenible ante las demandas de bienestar de la mayoría de las sociedades marginadas y excluidas por la arrogancia triunfalista de quienes han defendido los métodos y técnicas de acumulación del capital. Por otro lado, esa misma crisis resulta determinante para evidenciar la socialización de las crisis y, el papel que juegan los estados en la atención de los intereses de las clases burguesas cuando entran en su auxilio sin considerar los costos para las clases subalternas. Personajes como Fukuyama, han venido cuestionando los planteamientos del Consenso de Washington porque los resultados obtenidos se desviaron de los planteamientos teóricos que los liberales vociferaron para la implantación de la economía de mercado y el funcionamiento de la democracia, como dos sistemas que permitirían un bienestar social.
Sin duda, la historia aún sigue allí y el liberalismo como sistema económico se presenta como la forma más perversa de promover la acumulación y la concentración del capital. Los últimos treinta años en que han funcionado las recetas del Consenso de Washington, han debido presenciar múltiples crisis financieras por aquellas latitudes en donde se implementaron los planteamientos teóricos de Milton Friedman. Pensemos en ello. Ninguna sociedad actual, en donde el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial han ejercido presión para la apertura de ventanas crediticias, deja de funcionar bajo el dominio de la llamada economía de mercado. Estrategia económica que atiende los resultados macroeconómicos en beneficio de una elite, subsumiendo a esa dinámica los beneficios sociales y los resultados del desarrollo nacional.
Se nos dijo también, hasta la saciedad, que las sociedades de la periferia habían decidido vivir bajo el régimen político democrático acompañando la economía de mercado, no existe en el mundo ninguna sociedad, con ciertas excepciones, en la cual no se de el principio de alternabilidad en el poder por medio de periódicos y transparentes procesos electorales. Cierto, pero estas democracias han sido construidas a medias por la debilidad que han mantenido en su estructura política, y no es que estos estados hayan sido fuertes, fue porque han sido estados débiles que no han permitido instituciones políticas sólidas en función de una democracia diferente.
Las recetas del Consenso de Washington solo podían ser implementadas en aquellas sociedades cuyas democracias no fueron construidas con un equilibrio de fuerzas. La persecución y la represión creadas para eliminar cualquier intento de rebelión en los países en desarrollo, dieron como resultado democracias sin ninguna base nacional-popular, por lo que las recomendaciones de privatizar, privatizar y privatizar hasta reducir los estados a su mínima expresión, dejaron de lado el fortalecimiento de las instituciones que permitieran la libertad y la igualdad entre los individuos. Estas democracias llamadas también liberales se originaron al margen del Estado de Derecho y la inexistencia de sistemas jurídicos que permitieran el funcionamiento del debido proceso y la certeza jurídica que exige el libre mercado. Por eso no resultan extrañas las maniobras empleadas por las corporaciones privadas en la evasión de impuestos, la promoción de la piratería y el contrabando, sus acciones para acumular capital contravienen el estatuto jurídico de la libertad de mercado.
En el criterio de Fukuyama las reformas económicas emanadas del Consenso de Washington no advirtieron de la importancia de las instituciones y el marco legal sobre el cual debían ejecutarse. Lo importante era en su momento llevar a cabo las reformas, pero en ese debate la destrucción del Estado era incuestionable. Nadie, desde Washington advirtió de los peligros que implicaba impulsar la liberación económica en ausencia de las instituciones políticas adecuadas. (Fukuyama; 2004: 36) En el momento que el socialismo se derrumbaba las recomendaciones de occidente para Rusia fueron la privatización y solo la privatización, sin embargo, tuvieron que advertir de su error y afirmar que el Estado de Derecho era más importante que privatizar. (Fukuyama; 2004: 38) Fukuyama considera que «la fuerza de las instituciones es, en términos generales, más importante que su alcance.» (Fukuyama; 2004: 39)
La reducción estatal obedeció a razones normativas y económicas. Muchos estados en el siglo XX eran demasiado poderosos, no solo se volcaron contra sus pueblos sino agredieron a sus vecinos. Las disfuncionalidades estatales en el manejo económico se deben fundamentalmente a los alcances estatales. La tendencia por lo tanto fue cederle espacios a la sociedad civil, funciones inadecuadas para ella y la reducción del aparato estatal en función de la libertad de mercado. De forma paralela a esta tendencia, los efectos de la economía global han erosionado la soberanía de los estados-naciones, por medio de los avances de la información, el capital financiero y en menor medida, el trabajo. (Fukuyama; 2004: 175)
Pero acaso no era ese el propósito. Reducir los estados nacionales de la periferia para introducir enormes capitales sin ninguna traba arancelaria o resistencia popular. Para eso no importaban las instituciones políticas, tampoco importaba el Estado de Derecho como aparato mediador entre los mecanismos de fuerza de las clases dominantes y la resistencia de las clases subalternas. Más bien, estos hechos sirvieron para reafirmar las viejas ideas que los Estados y sus gobiernos no debían estorbar la eficiencia y la eficacia de las grandes corporaciones privadas en su afán de prevalecer en el mercado mundial por medio de dos acciones esenciales. La primera es que todos los gobiernos debían permitir el ingreso sin restricciones de estas corporaciones con bienes y capitales. Y la segunda, todos los gobiernos debían renunciar a su papel de propietarios de empresas, promoviendo la privatización de sus bienes. El drama de estas acciones no es la privatización en sí, sino la renuncia que los gobiernos debían realizar de las transferencias económicas para la seguridad social de sus poblaciones. (Wallerstein: 2008)
La estrategia económica fundamentada en el libre mercado y la limitación de la política solamente en asuntos de seguridad nacional, no promovió un crecimiento mayor del 3.5% anual, inferior al 5% mantenido de forma sostenida durante los gloriosos 30 años después de la segunda guerra. La debacle de los regímenes totalitarios sirvió para que la extrema derecha tomara como blanco de sus ataques las ideas keynesianas: el papel mediador del Estado entre el capital y el trabajo, para reducir los costos de inversión en salud y educación, y eliminar el movimiento sindical principal enemigo en las técnicas de acumulación. Las estadísticas abundantemente presentadas en la literatura, dan muestra de los saldos negativos de la puesta en práctica de los lineamientos del Consenso de Washington. Ahora existen más pobres que hace treinta años, pero se insiste en culpar a los estados por no ejecutar debidamente las recomendaciones teóricas.
Epílogo para América Latina
Como ex funcionario del Departamento de Estado de los Estados Unidos, Francis Fukuyama no duda en afirmar que Washington no guarda ningún tipo de respeto para América Latina como región. Y la perspectiva hacia la región solo se concibe como un espacio geográfico propicio para las drogas, las bandas y la migración de ilegales o indocumentados. Y distanciado del Consenso de Washington Fukuyama considera que América Latina es la cuna de la mayor cantidad de democracias en el mundo, pero al mismo tiempo un espacio de enormes desigualdades sociales y de dictaduras siniestras. Por eso no duda en afirmar que el impulso promovido por el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional hacia los gobiernos latinoamericanos de «abrir sus economías al comercio global y a reducir el papel del Estado en el manejo económico» no trajo los resultados que se esperaba como sucedió en el sudeste asiático. (Fukuyama: 2008)
Desde la perspectiva de Fukuyama, las reformas económicas en América Latina sufrieron una «mini crisis» de estancamiento del crecimiento, la cual abrió el terreno político para la elección de gobiernos de centro-izquierda en Argentina, Bolivia, Brasil, Ecuador, Nicaragua, Uruguay y Venezuela, algunos de estos gobiernos considera Fukuyama han «denunciado al neoliberalismo y las políticas estadounidenses como la fuente de los problemas de sus países.» Ese distanciamiento del Consenso de Washington hace afirmar a Fukuyama que Estados Unidos ha sido incapaz de llevar a sus vecinos hacia la democracia liberal y el crecimiento basado en la economía de mercado. En todo caso, las estrategias alternativas para superar las desigualdades son eminentemente latinoamericanas, siendo Brasil en donde las estrategias han comenzado a brindar sus frutos. (Fukuyama: 2008)
En su visita por distintos países de América Latina como buen cónsul, Fukuyama trajo consigo la buena nueva: el Consenso de Washington fracasó. Las medidas económicas no redujeron las desigualdades sociales porque no atendieron el funcionamiento del Estado de Derecho y la fortaleza de las instituciones políticas. Por eso ahora, como buenos estudiantes aquellos grupos que vieron en el mercado la única fuente posible de desarrollo se rasgan las vestiduras y gritan al viento que los resultados de esas políticas no promovieron un crecimiento económico sino un estancamiento del PIB, y culpan a los estados de no haber atendido las demandas sociales para superar la pobreza. Además, han organizado seminarios en donde insisten en que deben fortalecerse las instituciones estatales y poner en marcha el Estado de Derecho.
América Latina es la región del planeta con más desigualdades sociales, pero es al mismo tiempo, la región en donde los procedimientos para la acumulación del capital han permitido una debilidad en las instituciones políticas. El Estado de Derecho no ha acompañado el constitucionalismo latinoamericano, porque la propiedad sobre la tierra continúa manifestando inequidades en la representación política, por, lo que esa debilidad institucional ha convertido a la región en un espacio en donde los estados han sido copados por mafias vinculadas al trasiegos de drogas y armas. Esto mismo ha fomentado índices de violencia insostenible e incontrolable, convirtiendo a las sociedades en presas del miedo colectivo y las instituciones en aparatos fallidos frente al crimen organizado vinculado con instituciones transnacionales.
Nota
El título del texto alude al cuento corto de Augusto Monterroso: «Y cuando despertó, el dinosaurio aún estaba allí».
Bibliografía
Fukuyama, Francis. 1989. ¿El fin de la historia? Publicado inicialmente en National Interest.
Fukuyama, Francis. 1992. El fin de la historia y el último hombre . Editorial Planeta. Argentina.
Fukuyama, Francis. 1999. Pensando sobre el fin de la historia diez años después. Diario el País. No. 1140. Madrid, España.
Fukuyama, Francis. 2001. Seguimos en el fin de la historia. Diario The Wall Street Journal.
Fukuyama, Francis. 2004. La construcción del Estado. Hacia un nuevo orden mundial en el siglo XXI . Ediciones B. Grupo zeta. Barcelona.
Fukuyama, Francis. 2008. La batalla por el alma de América Latina . Diario El periódico. 20 de abril, página 13. Guatemala.
Fukuyama, Francis. (s.f.) Occidente puede desquebrajarse . Conferencia pronunciada en el Center for Independent Studies of Sidney.
Wallerstein, Immanuel. 1996. Después del liberalismo . Siglo veintiuno editores. México.
Wallerstein, Immanuel. 2008. El fallecimiento de la globalización neoliberal . La Jornada. 16 de febrero. México.