Dice el periodista Javier Sardá que viajará a Cuba cuando ese país se haya convertido en un país libre. Y lo dice luego de que, alegadamente, se le negara la entrada a Cuba. Se deduce por tanto, si damos por buena su versión de que ha sido el gobierno cubano el que le ha cerrado […]
Dice el periodista Javier Sardá que viajará a Cuba cuando ese país se haya convertido en un país libre. Y lo dice luego de que, alegadamente, se le negara la entrada a Cuba. Se deduce por tanto, si damos por buena su versión de que ha sido el gobierno cubano el que le ha cerrado la puerta, que hasta el momento en que se le negó la entrada a Cuba sí había libertad en la isla y que ha sido a raíz de que no se le permitiera su visita que el sagaz periodista, súbitamente, ha descubierto la «intolerable falta de libertades» existente en Cuba. Y me pregunto a dónde es que piensa trasladarse a residir el periodista, en qué régimen de libertades piensa vivir. Porque, obviamente, en el Estado español no va a poder ser.
Alguien como él, con tan elevado concepto de la moral y de los derechos humanos, estoy convencido de que no podría seguir residiendo en un país en el que la práctica de la tortura, con la complicidad de la justicia, es tan habitual como impune. Alguien como Sardá, con tan escrupuloso apego a la democracia y a la participación política, de ningún modo podría seguir viviendo en un país en el que a decenas de miles de vascos se les niega el derecho al voto. Alguien como el citado periodista, que en tanto estima valores como la libertad de opinión, no podría vivir en un régimen en el que la disidencia se paga con la cárcel. Menos aún trabajando en un medio como Tele-5 que ha convertido la comunicación en un vulgar mercado de divisas.
Un comunicador de tan prominentes y nobles principios de ninguna manera podría ser parte de una sociedad que no guarda el menor escrúpulo en vender armas a regímenes como Marruecos o Turquía, que despliega sus soldados y sus tanques por cuanto conflicto hay en el mundo y que no duda en servir de base y de apoyo a las fuerzas del imperio camino de sus malditas guerras. Un periodista como Sardá, empeñado en recuperar para la televisión la memoria de tantos españoles residentes en el extranjero, no es posible que pueda seguir viviendo en una sociedad que trata a patadas a los emigrantes que llegan desde Africa o América Latina.
Y el problema de Sarda se multiplica dado que en idénticas circunstancias se encuentran los otros posibles destinos a tener en cuenta. Todo lo que se pueda decir del Estado español también inhabilita a otros estados como Francia, Inglaterra, Italia, Alemania o Estados Unidos.
Alguien como él, jamás aceptaría visitar un régimen como el estadounidense, nacido de un fraude electoral, dirigido por un grupo de psicópatas y que ha convertido a Guantánamo en el mejor escaparate de su infame desvergüenza, un régimen capaz de poner en libertad a terroristas como Posada Carriles y al que no le importan los miles de muertos que pueda provocar su desidia cuando el mismo huracán que en Cuba no causó una sola víctima, en Nueva Orleáns no deja a nadie ileso.
¿En que libre país podría vivir, por tanto, una persona de tan virtuosos valores? ¿En qué patria que no mate maestros a bombazos, que no asesine periodistas ni religiosos, en el que el hambre no constituya la crónica diaria, ni las niñas se prostituyan en la calle para beneplácito de los turistas, hallaría acomodo y trabajo un periodista como Sardá? ¿En dónde es que va a vivir un profesional de tan acrisolada ética?