Pese a los esfuerzos de Calderón de la Barca, la vida hace tiempo que dejó de parecerse a los sueños para asemejarse cada vez más a la basura. No nos sorprendió por ello que The Washington Post nos descubriera la pasada semana que el destino final de algunos restos de las víctimas del 11-S y […]
Pese a los esfuerzos de Calderón de la Barca, la vida hace tiempo que dejó de parecerse a los sueños para asemejarse cada vez más a la basura. No nos sorprendió por ello que The Washington Post nos descubriera la pasada semana que el destino final de algunos restos de las víctimas del 11-S y de las cenizas de al menos 274 militares norteamericanos muertos en Iraq, haya sido un vertedero. Estremece pensar que el Estado considere un basurero como la mejor última morada para quienes, entre discursos e himnos, siempre nos había presentado como sus hijos más amados. Estremece, no tanto por el supuesto ultraje a estas alabadas víctimas, como por el desprecio que esta práctica nos dejan intuir en nuestros gobernantes hacia todos los demás, aquellos que pasamos por esta vida sin pena ni gloria, sin otra trayectoria existencial que la que conduce irremediablemente del nacimiento al olvido.
En España, la derecha hace tiempo que descubrió las ventajas del pragmatismo a la hora de gestionar el destino de las víctimas. Miles de ellas, responsabilidad del matarife de El Ferrol, permanecen perdidas donde menos molestan, por las cunetas. Otras, las más queridas por el establishment, las víctimas del terrorismo, llevan tiempo siendo trasladadas oportunamente al vertedero mediático del periodismo basura. Estos días hemos tenido oportunidad de ser testigos de ello tras el anuncio del fiscal general del Estado, Eduardo Torres-Dulce, de abrir investigaciones porque Federico Jiménez Losantos y otros adalides de la caverna, insisten en su empeño de vincular los atentados del 11M en Atocha con las conspiraciones promovidas por Pablo Iglesias, Pasionaria, Alfredo Pérez Rubalcaba, altos responsables de la policía y el mecánico de la motocicleta del Mulá Omar.
La basura, sobre todo si es orgánica, cumple bien su función de abono, aditivo clave para cosechar buenos resultados en los campos extensos de la manipulación. Por eso no sorprende que el jefe de la Fiscalía, el mismo que descarta recurrir la sentencia absolutoria a Francisco Camps o citar a declarar a la infanta Cristina de Borbón por la rapiña de Nóos, sí estime oportuno por el contrario destinar personal y medios para reabrir un caso investigado, juzgado y con los responsables condenados. Y asombra menos todavía que lo haga justo ahora, cuando la derecha mediática y política arremete contra los sindicatos por convocar protestas el próximo 11M contra los recortes promovidos por Mariano Rajoy a mayor gloria del mercado financiero y Angela Merkel. ¡Agravio intolerable a las víctimas!, vociferan mientras remueven el detritus.
Inmundicia, en fin, para ocultar la basura que nos rodea, para disimular con gestos sobreactuados el nuevo Estado Basura que viene a relevar a un anticuado Estado del Bienestar en proceso de incineración. Porque en realidad si algo se ha democratizado en todo este tiempo es la abundancia de basura. Por eso no vamos a necesitar ser ni mártires y ni héroes para acabar en el vertedero. Ya estamos en él, cada día un poco más rodeados por la mugre y la porquería. Tenemos que asumir, eso sí, una vaga condición de mito griego: soportando como Sísifo la roca de los perpetuos ajustes económicos, sufriendo su peso sobre nuestros hombros por los siglos de los siglos, subiendo y cayendo eternamente por esta inalcanzable montaña de mierda a la que los dioses del Olimpo neoliberal nos han condenado.
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