A Kintto Lucas En Costa Rica hay una manifestación porque algunos no quieren a los inmigrantes de Nicaragua. En mi país no quisieron a los Sirios ni a los de Guantánamo, dijeron que primero estábamos nosotros, uruguayos de raza y de ley, dijeron. En Europa los refugiados mueren a orillas del […]
En Costa Rica hay una manifestación porque algunos no quieren a los inmigrantes de Nicaragua. En mi país no quisieron a los Sirios ni a los de Guantánamo, dijeron que primero estábamos nosotros, uruguayos de raza y de ley, dijeron.
En Europa los refugiados mueren a orillas del mar y Kintto Lucas le escribe un poema a Aylan Kurdi: Un niño no se pone los mejores zapatos / para morir en el mar, dice, mientras una lente transita el mundo en cada ojo que mira ese pequeño pez muerto en la arena y lloramos porque la muerte de los niños es el reverso de la revolución y aunque el llanto moje las páginas de los diarios y las pantallas de facebook, los zapatos de Aylan siempre serán nuevos, impecables y pulcros. No habrá polvo ni barro en sus suelas luminosas entre la espuma de alguna playa, no importa cuál o sí pero dentro de unos años nadie va a recordarlo porque habrá otros peces con sus huesos y sus escamas deshaciéndose en el aire.
Antes del principio, cuando las fronteras no eran más que la línea del horizonte, los hombres y las mujeres caminaban el mundo, las sabanas del África, sin sospechar que siglos más tarde sus descendientes serían mercancía, moneda de cambio, figuritas repetidas que ciertos coleccionistas iban a trocar como se trueca la piel del mamut por un arma de piedra o por un trozo de animal despedazado.
La historia es un crimen sofisticándose en el tiempo, es una pieza mecánica circular que gira alrededor de un eje, como dice la enciclopedia, y el conocimiento de su origen se ha perdido porque no se sabe quién la inventó. Es una rueca y la metáfora de la rueca, algo que una y otra vez regresa si no se topa con la piedra de la memoria, con la piedra de la locura que algunos extraen promisorios augurando la alegría que suelta globos en el aire disolviendo los restos de los peces que han llegado hasta la orilla solo para morir. Solo la sombra del olvido podría detener su giro interminable, su acerado vuelco que alisa los surcos de la tierra.
Si Dios es la luz que ilumina la anchurosa entrada solo para equivocar a su criatura y le pone un árbol, el más dulce de los frutos, solo para poder al fin expulsarlo de la tierra donde el agua es cristalina y cuatro ríos confluyen en su centro. Si Dios no es Dios cuando amanece en la boca de los mendigos, en la boca de los cardenales que se alisan el alma con tres púas para ganarse el reino de los cielos después de haber bebido el cuello de los jóvenes. Si Dios no es Dios bajo los escombros de las bombas que deshacen las ciudades y los pueblos igual que el aire deshace las escamas de los peces o la memoria deshace el recuerdo para empezar de nuevo como si la vida fuera un juego que se inicia una y otra vez cuando las partidas se quiebran bajo la mirada del tirano. Entonces, ¿qué dios detrás de dios la trama empieza?
Sí, en Costa Rica no quieren a los nicaragüenses, ni en el norte quieren al sur, ni al este ni al oeste, como la flor del jacarandá que cantaba María Elena, llueve y lloverá, no una flor ni una flor celeste sino las aguas que Neptuno no puede dominar con su tridente apenas asomado a la superficie. Ni el palacio de Hades ni las semillas de granada que devoró Perséfone, ingenua y sedienta, podrán detener la fortaleza de los muros que todos los días se levantan, delicados diques a los que también aplastará la rueda o no.
Claudia Magliano, Uruguaya. Escritora y docente de literatura. Premio de Poesía del Ministerio de Educación y Cultura de Uruguay, 2012.