Somos todos iguales en el infinito de nuestra ignorancia. KARL POPPER
[C]orre un aire puro por las asambleas políticas de este país [EE.UU], señor en apariencia de todos los pueblos de la tierra, y en realidad esclavo de todas las pasiones de orden bajo que perturban y pervierten a los demás pueblos. JOSÉ MARTÍ (1)
No, amigo, decir la verdad no es [polarizar ni] generar odio. Que tú odies la verdad es otra cosa. MAFALDA
¿No tienes enemigos? ¿Es que jamás dijiste la verdad o jamás amaste la justicia? SANTIAGO RAMÓN Y CAJAL
Desde la bóveda interdisciplinaria de La Fábrica de Sueños, el Cine-Club Al Filo del Tiempo abre su Ciclo de Animación con el filme La tumba de las luciérnagas (1988), de Isao Takahata, sobre la novela homónima de Akiyuki Nosaka (1930-2015), también cantante, miembro de la Cámara de Consejeros de Japón y quien fue adoptado por una familia de Kōbe, ciudad cuyo bombardeo en la II GM ocasionó la ruptura de la familia adoptiva, por lo que pasó dos años en un orfanato. El bombardeo, así como la miseria vivida al final de la guerra, y lo que siguió fue esencial en su obra autobiográfica según lo refleja el filme. Huyendo del incendio que causa la aviación gringa pierde a su madre adoptiva, así que se hace cargo de su hermana de cuatro años. En el vagabundeo por entre los restos de una ciudad calcinada, también ella muere de inanición: la novela hace énfasis en el desubique japonés ante la pérdida del mundo como cultura y sociedad y muestra el drama de dos niños desde la muerte.
Aunque para el crítico Roger Ebert se trata de ‘una de las películas más impactantes con mensaje antiguerra que haya visto’, la verdad es que hay otras imprescindibles (2): desde Sin novedad en el frente (1930), de Lewis Milestone hasta la versión coetánea de Edward Berger (2022), basadas ambas en la novela de Erich Maria Remarque (1929), pasando por Paths of Glory (1957) o Senderos de gloria, de S. Kubrick; Hiroshima mon amour (1959), de Alain Resnais sobre la novela homónima de Marguerite Duras; Johnny Got His Gun (1971) o Johnny cogió su fusil, de Dalton Trumbo sobre su propia novela en la que Joe Bonham queda sordo, ciego y mudo a causa de un obús, con el tacto limitado, así su cerebro funcione: un largo monólogo (que envidiaría Joyce) lo hace cautivo de su propio cuerpo; Gallípoli (1981), de Peter Weir, según su historia basada en la novela Tell England, de Ernst Raymond, sobre los atletas australianos Archie Hamilton y Frank Dunne enviados a la guerra contra Turquía.
En dicha lista, cómo no citar El pianista (2002), de Roman Polanski, la historia del músico polaco de origen judío Wladyslaw Szpilman sobre cómo sobrevivió al holocausto y al ghetto de Varsovia; y Mandarinas (2013), de Zaza Urushadze (3), la historia del viejo Ivo de origen estonio que vive en una zona apartada de Abjasia, junto a Margus, dueño de una finca de naranjos: ayudado por el médico Juhan, Ivo salva la vida a dos enemigos: el checheno Ahmed y el georgiano Niko con ocasión del conflicto de Abjasia (1992) en una comedia negra a la que sólo salva el humor y la inteligencia para despotricar de la guerra y hacerla soportable. Como en circunstancias similares, gracias al carácter de Seita, 14 años, y a la gracia de su hermana de cuatro, Setsuko, se hace soportable que el espectador sienta empatía de principio a fin con ambos, aunque nos hablen desde la ausencia por inanición luego de los infames experimentos con la bomba atómica, desarrollada primero por L. Meitner y R. Oppenheimer.
En efecto, ‘la madre de la bomba atómica’ es la austriaca Lise Meitner, a quien tampoco le dieron el Nobel de Química cuando lo recibió Otto Hahn en 1944 y hoy se le ignora en Oppenheimer (2022), de Ch. Nolan, aun con su inmensa contribución a la ‘fisión nuclear’ (frase acuñada por Otto Robert Frisch) del uranio y del torio (1938). Pero, claro, en el reino de patriarcas y machos y en un mundo falocéntrico el padre de la bomba atómica, según la base teórica de Einstein, E = mc2 o teoría de la relatividad especial de 1905, no podía ser otro que un hombre y ese fue R. J. Oppenheimer. (4) Se sabe que, en mecánica relativista, la energía en reposo de un cuerpo es el producto de su masa por su factor de conversión: la velocidad de la luz al cuadrado; o que cierta cantidad de energía de un objeto en reposo por unidad de su propia masa es equivalente a la velocidad de la luz al cuadrado. De dicha bomba el principal país afectado será Japón con las que lanza EE.UU sobre Hiroshima y Nagasaki…
Sin embargo, no sólo el lanzamiento de dichas bombas atómicas, en su orden, el 6 y el 9.ago.1945, sino la destrucción de otras 70 ciudades japonesas con bombas incendiarias, por estar basadas en madera, entre ellas Kōbe, ciudad industrial, hoy la segunda de Japón a la que se conoce como ‘Puerta de los dioses o espíritus’ con 1.512.033 habitantes hacia 2022 y donde se ubica el inicio de La tumba de las luciérnagas: el 21.sept.1945,cuando se ve a Seita en la estación de tren de Sannomiya, poco después del fin de la II GM, el 14.ago.1945. La precuela de dicha situación se ubica en la batalla de Iwo Jima, base japonesa en la que había dos aeródromos y se construía un tercero y había un radar que neutralizaba a los B-29 que iban cargados de bombas a fin de conquistar las Islas Marianas, hoy propiedad política de EE.UU. Así, el 9.oct. 1944 se dio la orden de invadir y los combates se dieron entre el 19.feb. y el 16.mar.1945, cuando el odio al enemigo, en especial a los japoneses, se hizo muy común.
Aunque no sólo al enemigo: también al inmigrante, al diferente. Y esa inquina con el japonés venía desde la época de los Nisei o ‘segunda generación’, la primera nacida en suelo gringo. La fobia surgió por un rumor mierdiático el 10.dic.1941: que los nipones urdían un ataque armado en San Francisco. Así, 120 mil cayeron en campos de concentración, como el de Manzanar, CA, muchos de ellos no sólo nacidos allá, sino provenientes de Brasil y Perú y deportados bajo presión yanqui. A raíz de Iwo Jima la revista Time alentaba la polarización y el viejo lema ‘divide y vencerás’, vía Doctrina Monroe y Destino Manifiesto: ‘El japonés medio es irracional e ignorante. Quizá sea humano, pero nada lo indica’. (5) Así se desató el mayor bombardeo de la Historia a civiles con los ataques a ciudades alemanas y japonesas. Italia bombardeó otras durante la invasión a Etiopía; con los nazis a civiles en la GC española. Aviones de la Lutwaffe bombardearon Rotterdam (H), Coventry (UK) y otras urbes europeas.
Aquí irrumpe la doble moral gringa y la carencia de ética de sus gobernantes. F. D. Roosevelt, hijo de Theodore o aquél que persiguió con saña al escritor Stephen Crane por defender a la puta Dora Clark en un estrado judicial hasta obligarlo al exilio, se refirió a los ataques de Mussolini y Hitler como una ‘barbaridad inhumana que ha conmocionado profundamente la conciencia de la [H]umanidad’. (6) Pero, como anota Howard Zinn, esos bombardeos nazis fueron ‘leves’ al lado de los británicos y gringos de las ciudades alemanas. En ene.43, los aliados se reunieron en Casablanca y pactaron ataques aéreos a gran escala para lograr ‘la destrucción y dislocación del ejército alemán, del sistema industrial y económico y socavar la moral del pueblo alemán hasta tal punto que se debilite fatalmente su capacidad para la resistencia armada’. (7) Así, se iniciaron ataques masivos sobre Colonia, Essen, Frankfurt y Hamburgo. Los ingleses volaban de noche sin ánimo alguno de apuntar a objetivos militares.
Los yanquis volaban de día y alardeaban de precisión: algo imposible pues se bombardeaba desde grandes alturas. En Dresde, a inicios de 1945, el calor causado por las bombas creó un vacío en el que los incendios arrasaron la ciudad, con más de 100 mil muertos. Con las urbes niponas, seguía el truco de bombardear por saturación para diezmar la moral civil: una sola noche en Tokio se llevó, mal cifradas, 80 mil vidas. El 6.ago.45, el B-29 Enola Gay surgió en el cielo de Hiroshima para crear un infierno que quemó 200 mil cuerpos y dejó a decenas de miles afectados por la radiación. Pero, como el que cava una zanja para otro, cae en ella, Dostoievski dixit, la bomba también mató a doce aviadores gringos que estaban en la cárcel de Nagasaki, hecho que el gobierno yanqui jamás admitió. El 9.ago cayeron en dicha ciudad otras 100 mil personas. La justificación para tal atrocidad, por parte de Harry Truman, era que las bombas atómicas acabarían rápido con la guerra y no sería necesario invadir a Japón.
Según el secretario de Estado, James F. Byrnes, dicha invasión costaría un millón de vidas, pero para Truman, descargando de antemano la culpa en el general George Marshall, apenas sería de 500 mil. Cálculos sacados de la chistera gringa para justificar las bombas sobre Japón para luego juzgar, más que por crímenes de guerra por una supuesta militancia comunista, sólo a Robert J. Oppenheimer, el mal llamado ‘Padre de la bomba atómica’ y eximiendo de toda responsabilidad a Truman, Marshall, Byrnes o al Gral. John L. De Witt, encargado de internar a los japoneses étnicos. Todo ello porque si los gringos no hubieran forzado la rendición incondicional de Japón y más bien respetado que el emperador, figura sacra para los nipones, Hirohito (1901-1989), siguiera donde estaba, sostiene Zinn, ‘los japoneses habrían aceptado parar la guerra’. (8) Aquí la Historia vuelve a unirse con el relato de La tumba de las luciérnagas cuando el espíritu de Seita muerto por hambre se une al de Setsuko.
E inician, ambos, un peregrinaje en el cual la razón del adulto reemplaza al sentir del infante. Y es que ya Seita y Setsuko han perdido la inocencia, a partir de la muerte de su madre a causa del fuego y luego de su padre, oficial de la Armada Imperial. Basada en la técnica del anime o ánime, el filme de Takahata, aun con sus virtudes implícitas en tanto movimiento de los personajes, hace más énfasis en los detalles de la configuración y el uso de la cámara y sus efectos: panorámica o paneo, el Zoom-In y/o Zoom-Out, las angulaciones e incluso otros movimientos mixtos, como el de travelling hacia atrás con paneo a la izquierda o derecha. En doble estreno, La tumba, de Takahata,se exhibió junto a Mi vecino Totoro, de Hayao Miyazaki, ambos fundadores del Studio Ghibli, uno de los mejores estudios de animación del mundo hoy, y querían mostrar ‘el cara y sello de la temática que ambas [películas] trataban’. Mientras Mi vecino iba dirigida a los niños, La tumba se enfocó hacia los adultos.
En un caso similar al de ahora con Barbie y Oppenheimer, aun con destinatarios parecidos, es decir, adultos, eso sí, rosados y azules, gracias a una estrategia de mercadeo Mi vecino tuvo mayor éxito económico, en tanto el público recibió inicialmente a La tumba con cierta apatía por su ropaje de adultez y realismo socio/político acerca de un episodio que no sólo los nipones sino cualquier otro pueblo quisieran olvidar y jamás vivir de nuevo: la II GM. Aunque no aparezca la bomba atómica en La tumba porque obviamente eso no ocurrió en Kōbe, en la obra considerada su antítesis, sí: En este rincón del mundo (2016), de Sunao Katabuchi, producida por el estudio MAPPA, de Masao Maruyama, la historia de Suzu Urano, quien sobrevive a la angustia de la II GM tratando de aferrarse al ‘lado hermoso de la vida’. El que no aparece para nada en La tumba, a partir del instante en que Seita dice ‘el 21.sept.45, yo morí’. La razón del título surge por la metáfora que encarnan Seita y Setsuko.
En efecto, cuando ambos se van de la casa de la tía que los agobia a un refugio de bombas abandonado y el primero lanza la lata de caramelos con una sustancia gris, al caer al piso Setsuko se levanta y enseguida aparece el otro símbolo de lo efímero en la tradición japonesa junto a la flor de los cerezos, como se ve en el filme de Doris Dörrie (9): las luciérnagas, cuya vida se estima en dos meses de duración. Una alusión directa a la fugacidad de ambos niños en su paso por la Tierra, a la vez símbolo del alma humana con la bola de fuego que flota y titila. Sobre todo, cuando lo fugaz tiene que ver con ese pueblo que aparenta ser los otros pueblos, pero cuyas bajas pasiones territoriales, herencia del Lebensraum o espacio vital nazi, lo llevan a perturbar/pervertir/lastimar a los demás del planeta. El afiche del filme proyecta la tragedia de Seita y Setsuko con las supuestas luces de los bichos, detrás de los cuales están los bombardeos de los B-29 de la aviación gringa, cuya autonomía de vuelo era de 3.000 km.
Pero, como siempre los EE.UU está pensando en el enano más grande del mundo, luego vendrían los B-52 con 6.000 km de autonomía de vuelo justo para poder abarcar territorios mayores. Los que, por contraste, se reducen para Seita y Setsuko cuando en pleno auge de la guerra, se retrasan y no llegan al búnker y así luego van a la escuela convertida en hospital de urgencias donde Madre está postrada en una cama vendada hasta el tope y, a los ojos del hijo, los gusanos asoman su rostro de muerte. Ahí es donde van a vivir con la tía, cuya desidia pronto da curso al mayor desprecio ante el cual Seita, ya adulto, involuntario, se reitera, decide rebelarse y parte con su hermanita hacia el destino prefigurado por los dioses de la guerra. No olvidar que, previamente, Seita entrega a su tía toda la herencia familiar, menos la libreta de ahorros y la lata de caramelos para Setsuko; tampoco, que ella termina por negarles los alimentos que los mismos niños le entregaron. Van entonces al refugio antiaéreo.
Ubicado en una cima de los extramuros, en tal refugio Seita cree estar con mayor tranquilidad y desahogo, le explica a Setsuko y piensa que no estorban a nadie. El motor que impulsa a Seita es la abstracción del padre que comanda un acorazado en el Pacífico y para ello se centra en buscarlo, hallarle e informarle sobre lo que les pasa, a fin de reunirse. Pero, muy rápido, como si siguieran la metáfora que encarnan los niños sabrán que su padre también ha muerto, aunque desconozcan las causas del deceso. Al filo del tiempo, en vez de mejorar, por la segunda ley de la termodinámica las cosas empeoran, aunque mejor sería decir que se van a la mierda: la comida escasea, Seita se ve obligado a robar, Setsuko enferma y luego su valiente por adulto hermano es descubierto en flagrancia hurtando. Además, durante los ataques aéreos y mientras todos se esconden con naturalidad en la carpa del pánico, el granjero que descubre a Seita y lo golpea, comete otra dudosa hazaña: lo entrega a la policía.
Menos mal, esta vez el policía acierta dejándolo libre ya que en un asomo de empatía (aunque más lo sea del propio cineasta y del otro guionista) advierte que se trata apenas de un niño que muere de hambre. Al descubrir los síntomas de desnutrición que aquejan a Setsuko, Seita la lleva al hospital y un doctor la chequea y descubre que la niña está en situación crítica. Entonces, su hermano va al banco, retira los ahorros familiares, compra comida para que Setsuko se restablezca; pero, mientras hace sus vueltas, el niño, mientras discute con un señor, se entera no sólo de que Japón ha perdido la guerra, sino que ha sido obligado a firmar su rendición incondicional: fuera de eso, sin afán alguno de adobar el lomo de las dolencias nacionales se entera de que la Armada Imperial ha sido reducida a su mínima expresión y, lo más dramático, que el acorazado en que iba su padre fue destruido. Hecho que convierte a Seita y a Setsuko no sólo en huérfanos desde ambos lados, sino en próximas víctimas fatales.
Quizás por ello el historiador de animación Ernest Rister comparó a La tumba con La lista de Schindler para decir: ‘Es el filme más profundamente humano que haya visto en mi vida’, olvidando, eso sí, todo hay que decirlo, que Oskar Schindler (1908-1974) no fue más que un empresario judío que comerció con judíos para que otro judío, Steven Spielberg, dijera que había salvado la vida de más o menos 1.200 de ellos durante la Shoah u Holocausto, dándoles empleo cuando en realidad los usó en sus fábricas de utensilios para cocina y munición (otro artífice de la guerra) ubicadas en lo que hoy es Polonia y Rep. Checa. A nombre de la guerra y del dinero o de la máxima utilidad que representa el dinero, la guerra, siempre los medios se han convertido en la mayor lavandería de activos y de imagen de la peor escoria humana y a estas alturas eso ya nadie parece querer cambiarlo. Como nadie podrá, por fortuna esta vez, cambiar la sensación de disgusto/repudio que ocasiona ver morir a Setsuko frente a Seita.
Mientras Seita compra algo de comer se suelta un tifón sobre Kōbe, regresa al refugio antiaéreo e intenta que Setsuko coma, sin lograrlo, el malestar de ésta avanza sin freno y con tanta fuerza en medio de la debilidad que comienza a alucinar hasta que cae inerte en brazos de su hermano mayor. Al día siguiente, Seita deposita el cadáver de Setsuko en una urna junto a sus haberes y procede a cremarla, echa sus cenizas en la vieja lata de caramelos y deja el refugio sin mirar atrás. Ya en el presente, el espectro de Seita, todavía en la misma cima donde incineró a Setsuko, cierra el baúl de sus recuerdos a la par con el atardecer, para hacer dormir el espíritu de su hermanita, mientras observa cómo con la llegada de la noche se ilumina por contraste la prometedora ciudad de Kōbe. La misma que hoy es una de las 50 urbes con mejor calidad de vida del mundo y la tercera en Asia. El 17.mar.45 fue atacada con bombas incendiarias que mataron a 8.841 personas y destruyeron el 21% de la zona urbana.
Hecho que, dicho sea de paso, dio origen a la novela de Akiyuki Nosaka en la que se basa el filme de Isao Takahata que a la vez ya tiene dos secuelas: la película para TV realizada por Tôya Satô, en 2005, en conmemoración del 60° aniversario del fin de la II GM, desconocida aún en Colombia; y el filme rodado en imagen real o acción en vivo por Taro Hyugaji, en 2008 (10). La tumba de las luciérnagas recibió una mención especial en los premios Blue Ribbon (1989) y los premios a Mejor Película y de Premios por los Derechos de los Niños en el Festival de Chicago dedicado a exaltar esa labor en 1994, poco antes de su estreno en EE.UU. Por otra parte, el cineasta Isao Takahata recibió en 2010 un premio por su trayectoria en el Festival de Cine de Animación de Locarno, Suiza, gracias a su obra que fue presentada junto a los filmes Pompoko y Recuerdos del ayer, ambos realizados para el Studio Ghibli. Por último, es importante recordar que pasaron seis años antes de poder verse en Occidente.
En conclusión, a la par con el marco socio/político y bélico del filme de Takahata, como lo evidencia el que Truman hubiera dicho que ‘el mundo se dará cuenta de que la primera bomba atómica se lanzó en Hiroshima, [sobre] una base militar, porque en ese primer ataque deseábamos evitar, en la medida de lo posible, la muerte de civiles’, lo que no es cierto como ya se vio en tanto fue al revés: la prioridad estuvo en matar civiles, máxime en un país que en el Art. IX de su Constitución, como lo relata el propio cineasta japonés ‘prohíbe la guerra como medio para resolver disputas internacionales que involucren al Estado’. Ni esto ni la postura de dignidad del pueblo nipón frente a Hirohito, fue respetado por los EE.UU, ese pueblo que a toda hora le recuerda al mundo que todos los hombres son iguales apenas en la desmesura de su ignorancia, no en la medida de su tolerancia ni de sus límites: a la par con ello, La tumba se mueve entre la gracia de la ternura y lo impotable del hecho para un niño…
O, si se quiere, para un adolescente de 14 años que así sea por muy breve tiempo se ve forzado, esfumada su inocencia, a cubrirle la espalda a su hermanita de cuatro, frente a la impotencia del propio Takahata, quien en alguna ocasión declaró: ‘Setsuko fue más difícil de animar que Seita, nunca había representado a una niña menor de cinco años’; también, que su carácter no fue fácil de retratar puesto que los niños a esa edad se vuelven más asertivos, pero además egocéntricos y tratan de salirse con la suya, algo apenas normal: sólo tienen cuatro años. En igual sentido, Setsuko simboliza la inocencia y la muerte de esta tanto como puede simbolizarlas Karin en El manantial de la doncella, de Bergman, así como refleja de forma directa, como nadie, el efecto nefasto de la guerra en la infancia y su extravío existencial: el que en La tumba se confunde con la idea del mal, la enfermedad, lo mórbido. Contra eso va la depurada por dolorosa labor de Seita como adulto siendo apenas adolescente.
Como dice el historiador inglés Eric Hobsbawm en su libro Historia del siglo XX (11): ‘La justificación del lanzamiento de la bomba atómica sobre Hiroshima y Nagasaki en 1945 no fue [por]que era indispensable para conseguir la victoria, para entonces absolutamente segura, sino que era un medio de salvar vidas de soldados [gringos]. Pero, es posible que uno de los argumentos que indujo a los gobernantes de EE.UU a adoptar la decisión fuese el deseo de impedir que su aliado, la URSS, reclamara un botín importante tras la derrota de Japón’. Argumento sin respuesta o refutación, cuando se sabe que al parecer la segunda bomba se planeó de antemano, de acuerdo con Zinn (12), y nadie pudo explicar jamás por qué se lanzó. ¿Sería porque se trataba de una de plutonio, mientras la de Hiroshima era de uranio? ¿Fueron los muertos, heridos e irradiados de Nagasaki, como ahora los del virus/negocio y la vacuna/genocida, sin radiación de por medio, eso sí, víctimas de un experimento científico?
Como ya se vio, entre los muertos de Nagasaki había prisioneros de guerra gringos, y aunque un informe del ejército alertó sobre ello fue desoído y el plan siguió tal como estaba previsto. Si bien es cierto que luego la guerra terminó rápido, un año antes había sido derrotada Italia; más recientemente Alemania se había rendido, derrotada, como nunca más en adelante se sostuvo, por los ejércitos soviéticos en el frente oriental, ayudados por los aliados (EE.UU e Inglaterra) en el Oeste. Ahora se rendía, de manera incondicional, Japón e Hirohito era procesado por la policía del mundo: EE.UU. Las potencias fascistas estaban destruidas. De momento se ignoraba qué pasaba con el fascismo como idea concreta, realidad palpable. Zinn se pregunta si habían desparecido sus elementos esenciales: el militarismo, el racismo, el imperialismo. A renglón seguido hace la pregunta clave: ¿O habían absorbido los vencedores estos elementos? La respuesta está en los vientos que hoy corren orondos por el mundo. (13)
Lo anterior lleva, de contera, por un lado, a la idea de que decir la verdad no entraña sembrar miedo en los demás ni polarizar ni, mucho menos, generar odio: otra cosa es que los históricos negacionistas le tengan tanto miedo a la verdad cuando, v. gr., deberían tenerle más miedo a su mentira, máxime si están al frente de una comisión de la verdad: como pasó en España durante la GC y ahora pasa en un país al que hasta hace poco llamé, no sin razones, Fosa Común; hasta que, por otro, en el horizonte apareció Gustavo Petro y así pude rebautizarlo Colombia, con todo lo que implica, a un país que no obstante la tenaz labor de aquél hoy parece seguir hundiéndose en la desmesura de la corrupción, como Seita y Setsuko lo hacen en la desmesura de la guerra, la estupidez de los políticos, los desafueros del Poder. Ese poder que desde el terreno bélico obliga a responder que si alguien no ha tenido enemigos es porque con seguridad nunca ha dicho la verdad ni amado a la justicia ni honrado a los/sus muertos…
Podrá haber bellas metáforas de la fugacidad, de lo efímero, de la muerte, pero ninguna será válida ni admisible ni mucho menos confortable para quien haya perdido una hija o un hijo a edad temprana, por más propensión a creer que vivió el tiempo justo o que esa era la edad fijada por el oráculo o por los dioses de la guerra o, lo que es igual, por los dueños de la Tierra que se creen al mismo tiempo dueños de la vida de la gente, pero tienen la fortuna mierdiática de pasar por filántropos, mecenas, guardianes de la libertad y sólo son macarras de la moral, sabandijas de la ética, hienas de la sifilización atornilladas a los sitiales de poder, a las quintacolumnas de la guerra, a los heraldos de la muerte. En el caso de Seita y Setsuko, lo único salvable es que sus padres se adelantaron; aunque bien mirado nada reconforta a sus hijos que así haya sido: lo único que acerca al equilibrio a unos y a otros es que la vida de los muertos está en la memoria de los vivos, Cicerón dixit: sólo queda saber honrarla/disfrutarla.
A nuestra hermosa Valentina, quien muy joven nos dejó y aun así no envejecerá en nuestros corazones.
A su hermano Santiago, a su querida madre María del Rosario y a mi entrañable Marthica, los motores afortunadamente humanos que me siguen guiando por la vida y sólo por los cuales quiero seguir en ella.
A mis padres, Luis Jorge y Cecilia, de los cuales me jacto por su herencia sentimental y no por cualquier otra herencia material que jamás he tenido ni nunca quisiera tener… salvo para gastármela, jejejejeje.
Notas, enlaces y bibliografía:
(1) OBRAS COMPLETAS, CLACSO: http://biblioteca.clacso.edu.ar/ar/libros/marti/Vol09.pdf
(3) https://rebelion.org/mandarinas-2013-la-tolerancia-dentro-de-la-intolerancia/
(5) ZINN, Howard. La otra historia de EE.UU – Desde 1492 hasta el presente. PDF, 512 pp.: 316.
(6) Íbidem, PDF, 512 pp.: 316.
(7) Íbidem, PDF, 512 pp.: 317.
(8) Íbidem, PDF, 512 pp.: 318.
(9) https://rebelion.org/flores-de-cerezo-2007-recomponer-la-vida-a-partir-de-la-muerte-del-ser-querido/
(10) https://www.youtube.com/watch?v=pAGBErMXV84&t=72s
(11) HOBSBAWM, Eric. Historia del siglo XX. Grijalbo / Mondadori, Bs. Aires, PDF, 609 pp.: 35.
(12) Íbidem, PDF, 512 pp.: 319.
(13) Íbidem, PDF, 512 pp.: 319.
FICHA TÉCNICA: Título original: Hotaru no Haka. En español: La tumba de las luciérnagas. País: Japón. Año: 1988. For.: 35 mm; color; 89 min. Gén.: Ánime / Drama / Histórico / Bélico. Dir.: Isao Takahata. Guion: Isao Takahata / Akiyuki Nosaka, basados en la novela homónima de este último. Mús.: Michio Mamiya. Fot.: Nobuo Koyama. Mon.: Takeshi Seyama. Actores de voz: Tsutomo Tatsumi; Ayano Shiraishi; Yoshico Shinohara; Akemi Yamaguchi. Prod.: Studio Ghibli / Shinchōsha. Dist.: Tōhō. Enlace: https://www.facebook.com/100018046540052/videos/5590312681004777
Luis Carlos Muñoz Sarmiento. (Bogotá, Colombia, 1957) Padre de Santiago & Valentina. Escritor, periodista, crítico literario, de cine, de jazz, catedrático, conferencista, corrector de estilo, traductor y, por encima de todo, lector. Colaborador de El Magazín Cultural de EE, 5.jun. 2012; columnista, 23.mar.2018. Su libro Ocho minutos y otros cuentos, Colección 50 libros de Cuento Colombiano Contemporáneo, fue lanzado en la XXX FILBO (Pijao, 2017). Mención de Honor por Martin Luther King: Todo cambio personal/interior hace progresar al mundo, en el XV Premio Int. de Ensayo Pensar a Contracorriente, La Habana, Cuba (2018). Siete ensayos sobre los imperialismos – Literatura y biopolítica, en coautoría con Luís E. Soares, fue publicado por la UFES, Vitória (Edufes, 2020). El libro El estatuto (contra)colonial de la Humanidad, producto del III Congreso Int. Literatura y Revolución, con su ensayo sobre Manuel Zapata Olivella y su novela Changó, el gran putas, fue lanzado por UFES, el 20/feb/2021. Autor, traductor y coautor, con Luis E. Soares, en el portal Rebelión, Magazín EE y Las2Orillas. E-mail: [email protected]
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